Llegó el tlatoani…
Odín Ávila Rojas*
Llegó el tlatoani que México esperaba desde hace décadas. Esta es la idea que una importante parte de la población mexicana tiene sobre Andrés Manuel López Obrador, quien asumió la presidencia a partir del 1 de enero del 2018 y en él, de una u otra manera, depositan sus anhelos y esperanza de transformación provenientes de una nación históricamente despojada, agraviada, víctima de la corrupción, desigual, profundamente inmersa en la pobreza, explotada y con un gran cúmulo de injusticias y exclusiones, entre otra serie de problemas que han hecho que el mexicano promedio no se sienta digno, ni en el ejercicio de su ciudadanía, ni tampoco como ser humano.
Sin embargo, pese a la fuerza y significado relevante en términos políticos e históricos de este momento, sin duda, para nuestro país, hay que analizar la complejidad y aquellas contradicciones existentes en el ascenso democrático de un tipo de gobierno que plantea, por un lado, un proyecto que busca generar un consenso perdido por el estado extremo de guerra y violencia producido por la relación de conflicto por el control territorial y de recursos entre el narcotráfico, las empresas trasnacionales y los gobiernos federales, estatales y locales.
Además, el proyecto de AMLO combina el intento de regresar a una economía basada en un modelo nacional (por necesidad incluso del propio ritmo y dinámica capitalista) frente al fracaso del neoliberalismo como modelo económico para los países altermundistas (colonizados, explotados, despojados, oprimidos a nivel mundial) con la incorporación de políticas provenientes de instituciones y órganos internacionales financieros que tienen, en su mayoría, intereses neoliberales. Aunque para una gran parte de la derecha AMLO es visto como una izquierda transgresora, desobediente en términos civiles, radical y socialista, en realidad, la postura del presidente mexicano actual representa ideológicamente el lado progresista y social de las políticas neoliberales mediante la forma priísta de generar consensos.
No es una revolución pasiva, ni tampoco es el triunfo de un candidato de izquierda socialista en el poder político lo que se vive en México, sino más bien, es el resultado de hartazgo y desesperación de una sociedad al haber tenido presidentes y gobiernos de todos los niveles y colores partidistas, durante más de 70 años, que en lugar de tratar de dar respuesta a los problemas estructurales de pobreza, desigualdad, injusticia, corrupción y exclusión han contribuido a su incremento de manera notable.
Cuando una sociedad como la mexicana se encuentra en la situación de desesperación, pero también, no logra tener una consciencia profunda de las causas de raíz que generan las relaciones de poder acude a lo que tradicionalmente en la teoría política se nombra como mesianismo presidencialista. Este mesianismo presidencialista, en este caso encarnado por AMLO, tiene como rasgo principal ser visto por la sociedad como el portador de toda solución que va a terminar con todos los males, defectos y cualquier asunto que impida al mexicano tener una vida digna y democrática. AMLO, en este sentido, no nada más deja que el pueblo lo reconozca así, sino también, él se asume como un presidente mesiánico mediante la figura ancestral mexica del tlatloani al levantar el bastón de mando en el acto político del Zócalo el 1 de enero de 2018.
El tlatoani, entonces, es vaciado de su contenido indianista y sustituido por una ideología indigenista de un proyecto mestizo de nación que busca volver a insertarse en el contexto neoliberal. Un nacionalismo que, paradójicamente, se ajusta al modelo del gobierno de Donal Trumph en términos económicos, pero difiere en su ideología y políticas racistas de éste.
Además, hay que matizar y hacer un esfuerzo por comprender que la llegada de AMLO como el tlatloani nacionalista, mestizo y de la modernidad civilizatoria que esperaba México comenzó desde la tradición cardenista, cuando una parte importante de la izquierda mexicana organizada políticamente y respaldada por una gran mayoría de bases sociales veía en candidatos como Cuauhtémoc Cárdenas una salida democrática a los fraudes electorales del siglo XX en el país.
Esta cultura mesiánica y presidencialista que deposita la responsabilidad de la transformación en un solo hombre, incluso fue una de las razones que hicieron que la gente no tuviese la misma identificación con el movimiento zapatista o neozapatista surgido públicamente en 1994, porque, una de las estrategias de este movimiento fue que la población mexicana se organizará y luchará desde su propia lógica, intereses y capacidad de construir su autonomía, sin que llegará un tlatloani a indicarles el camino y dependieran de él. Finalmente, la sociedad mexicana se sintió más identificada con AMLO y el lópezobradorismo que con Marcos-Galeano y el zapatismo, porque, precisamente, busca una alternativa que no le exija mayor compromiso más que el de salir cada determinado tiempo a las calles y votar en un específico periodo.
Con excepción de las bases lopezobradoristas que durante más de 12 años han resistido los fraudes y la guerra mediática y priísta-panista sobre ellos. Pero, fuera de ellos, el ciudadano promedio que ha votado por AMLO fue a las urnas para tratar de frenar el desmantelamiento institucional y el despojo de la función social del Estado que los gobiernos priístas y panistas han dejado con su mandato.
*Mexicano. Profesor de licenciatura y posgrado e investigador en el campo de las ciencias políticas y sociales
de la Universidad del Cauca. Correos electrónicos:odinavila@unicauca.edu.co y avilaodin@gmail.com.
RESPUESTA de Leopoldo Lezama al presente artículo: Lo que esconde el Antiobradorismo