De Norte a Sur

El gobierno de Trump apuesta por incendiar Venezuela y América Latina


23 enero, 2019 @ 8:45 pm

El gobierno de Trump apuesta por incendiar Venezuela y América Latina

Ismael Hernández Lujano

Con el respaldo total de los Estados Unidos el día de hoy Juan Guaidó se autoproclamó presidente de Venezuela, lo cual bien podría derivar no sólo en una guerra civil interna sino en un conflicto bélico regional similar a los que ocurren en medio oriente, de ese tamaño es su locura y su ambición. Sin embargo, para comprender plenamente la situación es preciso hacer un breve recuento de cómo se llegó a ella. 

El 7 de octubre de 2012 Hugo Chávez, el dirigente de la revolución, ganó las elecciones para un tercer periodo presidencial, para el periodo 2013-2019. Sin embargo, como es sabido, no pudo tomar posesión del cargo debido a que el cáncer que padecía desde hace un par de años se agravó. Dejó como Presidente encargado a Nicolás Maduro. Finalmente Chávez murió no sin antes aparecer en televisión pidiendo a los venezolanos que eligieran a Maduro como su sucesor. Se convocó a elecciones para el 14 de abril de 2013 y Maduro las ganó por un estrecho margen. La oposición desconoció los resultados y realizó protestas violentas que dejaron 11 muertos, todos ellos chavistas. De este modo, desde el primer momento el gobierno de Maduro ha debido enfrentar una oposición violenta y criminal. 

En los años siguientes, la situación económica del país se deterioró por varias razones, errores propios del gobierno, la caída de los precios del petróleo y sobre todo el boicot que las grandes empresas y los Estados Unidos han realizado de una manera tenaz. El bloqueo a los recursos y operaciones financieras del país, el acaparamiento y contrabando de bienes básicos, con la consecuente escasez y la inflación inducida mediante el mercado negro del dólar son algunas de las aristas de la guerra económica que sufre Venezuela, muy similar a la que en su momento enfrentó Salvador Allende. 
El propósito de los Estados Unidos y sus títeres locales, la derecha venezolana, es generar una ambiente de inconformidad, zozobra y descontento que haga que los venezolanos derroquen por sí mismos al gobierno revolucionario o que decidan votar por la derecha. Esto sucedió el 6 de  diciembre de 2015 cuando la oposición logró ganar la mayoría de la Asamblea Nacional. A partir de ese momento se perfilaba una situación de doble poder: la derecha se atrincheraría en el legislativa y las fuerzas revolucionarias en el ejecutivo. El oficialismo impugnó la elección de 3 diputados opositores por compra de votos y el Tribunal Supremo de Justicia resolvió que se repitieran las elecciones en esos distritos. La oposición desoyó al tribunal, los parlamentarios impugnados tomaron posesión de su cargo y entonces el tribunal declaró a la Asamblea Nacional en desacato y declaró nulos todos sus actos. 

El 8 de enero de 2017 la Asamblea Nacional con mayoría opositora declaró el abandono del cargo por parte de Maduro, con lo cual la presidencia estaría supuestamente vacante y en respuesta el Tribunal ratificó que aquella se encontraba en desacato y sus actos eran nulos. En ese momento, el legislativo y el ejecutivo se desconocieron mutuamente parecía que Venezuela tenía dos gobiernos paralelos. Pero como el poder no se puede compartir en un mismo territorio, parecía que solamente la fuerza podía dirimir quién gobernaba de verdad. La oposición fue la que apostó por la vía violenta y desde el abril hasta junio de 2017 realizó una seria de protestas violentas llamadas “guarimbas”, a las cuales bien podemos calificar de terroristas. ¿En qué consistían las guarimbas? En cierres de calles, colocación de barricadas que aislaban barrios enteros, ataques violentos a todo tipo de edificios públicos, incluyendo universidades, hospitales, estancias infantiles y cuarteles militares. Los protagonistas de la guarimba contaban con un evidente entrenamiento, con armamento casero pero bien diseñado y con ingentes recursos para agigantar sus acciones en las redes sociales. Calificamos sus acciones de terroristas porque el blanco de sus ataques fueron no solamente los funcionarios del Estado, ni las fuerzas policiales, sino simples ciudadanos partidarios del gobierno o sospechosos de serlo, o cualquiera que no estuviera de acuerdo con sus métodos, aunque fuera opositor. Muchas personas inocentes murieron tratando de cruzar una barricada o simplemente por ser o parecer chavistas, almenos dos jóvenes fueron quemados vivos por la oposición. Sin embargo, en los medios internacionales la realidad era presentada exactamente al revés: estos terroristas eran presentados como una oposición pacífica y democrática que libraba una lucha heroica contra un dictador. 

El gobierno de Maduro no cayó en la provocación, no dejó que su país fuera arrastrado a una guerra civil como la que destruyó Libia o la que aún se libra en Siria. Combatió la guarimba, pero no la aplastó, y contuvo al propio pueblo chavista que ardía en deseos de salir a combatir por sí mismo a los terroristas. 

Además de resistir y contener con inteligencia la arremetida violenta, Maduro dio la vuelta a la situación al convocar a una Asamblea Constituyente el día primero de mayo, tal como lo faculta la constitución. Con esa convocatoria, Maduro cambia el escenario, que pasa de la lucha violenta a la política. La oposición trató de impedir las elecciones pero el pueblo deseoso de paz apostó por la política y venció. La gente venció el miedo, salió a votar el 30 de julio a pesar de las amenazas de muerte de la derecha, muchos durmieron en casa de amigos cercanas a los centros de votación, otros tomaron caminos poco transitados para evadir las hordas derechistas y hasta se dio el caso de un pequeño poblado donde todos sus habitantes se trasladaron en masa hacia el centro de votación. Desde el día de la votación, las guarimbas se disolvieron por sí mismas, por desgaste y desánimo. La paz triunfó, Maduro evitó que Venezuela se convirtiera en otra Libia; eso es algo que la izquierda latinoamericana no ha valorado en toda su profundidad. 

Desde que se instaló la Asamblea Constituyente, la oposición perdió toda iniciativa. Maduro ganó ampliamente las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018 para el periodo 2019-2025. 

Sin embargo, el día de hoy el dirigente de la Asamblea Nacional se autoproclamó presidente de Venezuela alegando que las elecciones que le dieron el triunfo a Maduro para un segundo periodo fueron fraudulentas e ilegítimas. Sin duda, esto es falso pues no es a la Asamblea Nacional  a quien corresponde calificar la legalidad de las elecciones y, por otro lado, ninguno de los candidatos contrincantes de Maduro las impugnó, todos reconocieron su derrota. 
Como hemos visto hasta ahora, el gobierno de Maduro ha tenido que enfrentar a una derecha violenta y terrorista desde el primer minuto, literalmente. Sin embargo, lo sucedido es de otro nivel, es una escalada en el conflicto, precisemos. 

La intención de la derecha es montar un gobierno paralelo que sea reconocido internacionalmente y con esa legitimidad se emprendan acciones violentas que derroquen a Maduro. Eso fue lo que intentaron con al guarimba de 2017 pero ahora es diferente; en ese entonces una difusa Asamblea Nacional se oponía al presidente Maduro, es decir, el legislativo se enfrentaba al ejecutivo y el asunto parecía entonces un diferendo entre dos poderes del Estado, ambos legítimos. Ahora un presidente usurpador, Guaidó, se enfrenta al presidente legítimo, ya no es una parte del Estado enfrentada a otra sino dos gobiernos, dos Estados, enfrentados y sin posibilidades de coexistir y zanjar la disputa por medios políticos. Adicionalmente, el poder ejecutivo es quien tiene control efectivo de la administración pública, de los recursos públicos y la representación exterior, eso es lo que Guaidó le quiere disputar a Maduro y, sobre todo, la lealtad de las fuerzas armadas. 

Imagen: LaVanguardia.com

Otro elemento que hace de este nuevo episodio de confrontación el más grave hasta el momento de toda la historia de la revolución, desde 1999 hasta ahora, es la abierta, descarada y violenta intervención de los Estados Unidos y sus gobiernos títeres en América Latina y el mundo. Las declaraciones del vicepresidente gringo, Mike Pence, no tienen parangón en los últimos tiempos. Desconoce al gobierno que los venezolanos eligieron democráticamente y reconoce a Guaidó, llama a los venezolanos a rebelarse contra Maduro y él mismo en persona convoca a las manifestaciones opositoras. Lo repito: el vicepresidente gringo es quien convoca a las manifestaciones de la oposición venezolana. ¿Quedan dudas de quién manda en realidad?

Los gringos desean aplicar el mismo libreto aplicado en Libia: conformación de un gobierno paralelo que es apoyado militarmente por grupos internos y externos para hacerse del poder. Luego de eso, con el país en ruinas y en el caos total, viene el saqueo de sus recursos. Sería un conflicto largo y muy sangriento, con la segura intervención de Colombia y Brasil del lado gringo y con la intervención, más o menos abierta, de China y Rusia respaldando a Maduro. Sería el conflicto más grande en la historia de la región eesde la guerra de la Triple Alianza que enfrentó a Paraguay con Brasil, Argentina y Uruguay (1864-1879) o la Guerra del Pacífico, que enfrentó a Chile contra Perú y Bolivia (1878-1879); y al igual que entonces, países hermanos serían llevados a la confrontación por una potencia extranjera. 

Los siguientes días serán decisivos. Ojalá el gobierno de Maduro tenga la habilidad de desactivar esta nueva provocación, ojalá tenga la habilidad de vencer sin ser llevado a la guerra, precisamente a donde quieren llevarlo los Estados Unidos. Pero si esto último sucediera, el gobierno revolucionario de Venezuela tendría la legitimidad para defenderse con todos los recursos a su alcance y sería deber de la izquierda del mundo apoyarlo sin medias tintas, pues sería una guerra justa.

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