A 50 años de 1968
Rogelio Laguna
Conmemorar el pasado es a veces un buen pretexto para desempolvar los cajones, encontrar nuevos datos, nuevas pistas sobre un asunto. Oportunidad para decir aquello que se ha pensado sobre un suceso o una época, corregir el testimonio o ampliarlo. También, a veces, conmemorar es un acto de olvido. Se recuerda para olvidar: se construye una estatua y se organiza el archivo para no volver a pensar en algo, para poner el punto final a la memoria. Ambas cuestiones, habrá que decirlo, son dos caras de una misma hermenéutica del pasado, moneda que se saca de entre las ruinas del tiempo para pulirse y contemplarse, para encontrar en ella aún el olor a pólvora y a sangre y después guardarla en un estuche renovado. El implacable tiempo seguirá pasando sin embargo, y hay monedas que ya nadie sabe dónde fueron guardadas, o que ya a nadie le interesa encontrarlas.
Cincuenta años es a la vez poco y mucho tiempo. Es suficiente para comenzar a tener aquello que los historiadores han llamado “perspectiva histórica”, es decir aquella separación con los hechos que implica una aparente objetividad en que los recuerdos no duelen tanto y en el que el alma serena de los actores puede, ahora sí, entender las dimensiones de los sucesos que vivieron. Cincuenta años, sin embargo, es poco tiempo para poder evaluar los alcances totales de lo acontecido, para saber si un suceso logrará sobrevivir a su conmemoración de medio siglo, al siglo, a los dos siglos posteriores…
¿Qué significa entonces conmemorar el año como el 1968, 50 años después? ¿Cómo preguntarnos por un legado que suponemos presente y en el futuro pero que, como todo suceso, está limitado por la frágil memoria de las generaciones, por sus gustos e intereses, por la moda? Sobre este tema en los últimos días hay quienes escriben desde el testimonio, para ellos 1968 y la década de los 60 no son escenas en blanco y negro o fotografías resguardadas en los archivos, sino momentos llenos de olores y sabores, de instantes vividos que aun llenan el cuerpo de adrenalina y que refieren a un mundo con otras reglas, en el que el futuro parecía promisorio y la revolución una utopía alcanzable. Escriben, por otra parte, quienes cincuenta años, en un futuro que si no apocalíptico, al menos sí desencantado quieren entender el optimismo, la entereza, la fuerza de quienes en el año de 1968 salieron a las calles con el afán de transformar la realidad, construir de nuevo la humanidad. Recuperar y defender la alegría en un mundo, pensar y hacer algo distinto. Su escritura, sin embargo, está construida medio siglo después, cuando el 68 forma parte de una narrativa política, de la bandera de diversas militancias que han presentado ese año como parte de una historia monumental en la que se coleccionan pasajes en los que la humanidad se habría enfrentado a un rompimiento en el que las cosas dejaron de ser lo que eran. Un consenso reúne a ambas generaciones de autores: que en 1968 hay algo que pide ser pensado, revisitado, traído para el presente para entender el propio presente, quiénes somos, dónde estamos.
¿Pero quiénes somos? ¿Dónde estamos? ¿Es que el mundo realmente se transformó en 1968? Las rutas para el pensamiento son bastas y aunque en las últimas décadas se ha ido avanzando en la reflexión sobre los diversos pasajes de los movimientos sociales, políticos, artísticos, culturales… que configuraron el 68 y su década, la tarea sigue abierta. Rollos de película, panfletos, documentos clasificados, fotografías ocultas, lienzos, objetos olvidados en los desvanes siguen esperando ser encontrados, incluidos en la gran narración del siglo XX y del pasado humano, cuyo desciframiento mantenemos la esperanza de que nos ayude a entender por qué vivimos en un mundo que al mismo tiempo que permitió la liberación femenina y la revolución sexual se dejó llevar por un consumismo exacerbado y por la devastación ecológica, en la que no ha parado la carrera armamentística ni se ha erradicado la desigualdad. Tal vez queremos creer como creyeron en el 68 que otra política, otra articulación social era posible.
Entonces tal vez conmemoramos el 68 porque buscamos razones para la esperanza, para observar si la lucha social da frutos, si somos parte de aquella otra humanidad gestada en la cascada de rompimientos con que la historiografía ha descrito aquella década. El riesgo de la memoria, sin embargo, ya lo hemos mencionado es que va de la mano del olvido. Ojalá que estas monedas, los recuerdos recién pulidos, los hallazgos en los vestigios del pasado no sean solamente contemplados sino que puedan hablar con nosotros y nos ayuden a pensar nuevos rumbos.