Distintas guerras en seis años
Balance del sexenio de Felipe Calderón
Al iniciar cualquier balance político sobre un sexenio, uno desea encontrarse con más aciertos, virtudes, logros, desde la perspectiva de un buen gobierno; en el que no sólo se benefician unos cuantos, sino todos. Para infortunio de los mexicanos, el que termina no es el caso, por lo contrario, el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa (FCH) será recordado por ese intenso olor a muerte, como prolegómeno de cualquier análisis de su gestión. Esa será la marca, el sello que, al igual que la sangre misma, resulta imborrable.
En apego estricto al ejercicio justo de la crítica, comenzaré este artículo con algunas acciones consideradas como positivas de su gestión. Para muchos analistas la estabilidad económica de los últimos años del gobierno calderonista, es su mejor carta de despedida. Se dice que la crisis de 2009 pudo haber golpeado con mayor fuerza y que si no logró un crecimiento, por lo menos mantuvo estable la economía. El problema es asumir como sinónimos crecimiento o estabilidad económica con desarrollo económico. Lo primero se refiere a los datos macroeconómicos, a la suma total de la producción de un país, lo segundo a la justa distribución de esa riqueza producida. Y en esto último México encabeza la lista de las naciones con mayor desigualdad.
Se menciona también que un logro de FCH es la reforma electoral de 2007, promovida para mejorar la competencia política entre los partidos. Se modificó así el uso del tiempo publicitario en las campañas electorales. Meses antes de irse, se aprobaron las candidaturas independientes y la consulta popular. El problema con estas iniciativas es que son intenciones aisladas, retazos que dejan fuera una verdadera reforma del Estado, que logre trascender los paliativos.
La designación de Consuelo Sáizar en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) ha resultado bastante controversial, mientras que para algunos significó un acierto, para otros terminó en detrimento de la cultura. En relación con los anteriores responsables en dicha institución y en el marco de los gobiernos panistas, representó un avance, pero en una visión de más largo aliento, el resultado final es la ausencia de una verdadera política de Estado en el terreno de la cultura.
Su política laboral resultó devastadora para las familias mexicanas. La desaparición de la compañía Luz y Fuerza del Centro con su consecuente disolución del Sindicato Mexicano de Electricistas representó más de 40 mil fuentes de empleo desaparecidas. La reforma laboral pretende, pues aún no hemos visto resultado alguno, reactivar la inversión económica, pero a costa de la seguridad, pero sobre todo, dignidad de los trabajadores; abaratar sus derechos para que la Iniciativa Privada nacional e internacional inviertan recursos que generarán más empleos, aunque se traduzcan en micro empleos.
Con respecto al tema de la denominada “guerra contra el narcotráfico”, tuvo algunos ínfimos avances, como aquel dato acerca de que en los primeros meses de su gobierno se redujo el índice de violencia en el estado de Michoacán. Desde aquel 11 de diciembre de 2006, en el primer operativo contra el cartel de “La Familia”, la agenda completa del Ejecutivo Federal se centró en el combate frontal contra el narcotráfico, omitió una estrategia completa que implicara un combate desde la educación, la cultura, una reforma fiscal y penal para garantizar verdaderos resultados, Optó así, por una campaña meramente mediática, espectacular, con el objetivo de reconstruir una legitimidad no obtenida en las urnas.
El resultado ya todos lo conocemos, un Estado erosionado, deshecho. Durante meses se dijo que el número de muertos era de 60 mil, después que de 80 mil, por su parte, el gobierno de Calderón se recluyó en el ominoso silencio respecto al tema. Hoy ha salido la espantosa cifra de 100 mil muertes provocadas por la “guerra contra el narcotráfico”. Al escribir estas líneas no puedo dejar de experimentar la brutal frivolidad con la que hemos aprendido a reconstruir nuestra realidad social. Que fácil parece corregir una cifra de 60 a 100 mil muertos. Sin embargo, todo el terror que ello invoca es pasmoso.
El efímero éxito de su “guerra” se debió al factor sorpresa en los primeros meses del calderonismo. Terminada ésta condición, los diversos grupos delictivos no sólo se reorganizaron, sino que mutaron, como el caso de los llamados “Zetas”. Quienes representan el grado de descomposición del Estado mexicano. Nacidos de la ruptura al interior del cártel del Golfo tras la muerte de Osiel Cárdenas, las cabezas de los “Zetas” son soldados del ejército mexicano, entrenados como contraguerrilla, expertos en tortura y asesinato, puestos al servicio del narcotráfico. Dicho grupo se apoderó del cártel del Golfo y ha evolucionado en sus estrategias de mercado, económicas y de guerra.
Lejos de resolver el problema, Felipe Calderón ahondó las carencias del sistema político; erosionó las instituciones. Poner en el centro al ejército lo alejó de la doctrina civilista de Manuel Gómez Morín, fundador y máximo ideólogo del panismo, y al mismo tiempo, no supo asirse de una propuesta propia. Calderón gobernó en la más completa soledad ideológica, sin rumbo fijo, aferrado a una guerra que le dio algunos dividendos en los primeros meses de su gobierno y que no quiso o no supo cambiar la estrategia, si acaso matizada en 2011, sabedor de haber construido una legitimidad frankenstein, forjada a sangre y fuego.
Estos seis años que concluyen fueron para los mexicanos más que un sexenio perdido, significan un enorme campo de batalla donde se libraron distintas guerras: crecimiento de la pobreza; corrupción; pérdida de derechos (Ley del ISSSTE, reforma laboral); acuerdos fácticos; mediocridad en la cultura. En resumen, devastación literal y literariamente. Debemos estar atentos porque cualquier sexenio que, como el actual, signifique en primer orden retroceso, no augura nada bueno.
15 de enero de 2013