Peste y cuarentena en la Guerra de Troya
Ricardo Rivas H.
El hecho de que el texto más antiguo de la literatura occidental comience justamente con una epidemia nos habla de que éstas han acompañado a la humanidad desde los albores de la civilización e incluso, de que en mayor o menor medida la han forjado. La Ilíada, atribuida al poeta griego Homero, fue puesta por escrito entre los siglos VI y V antes de nuestra era; sin embargo, según Emilio Crespo, es posible que las narraciones que la conforman ya se difundieran oralmente desde el 1200 a.n.e.
El tema fundamental de la obra son los últimos días de la guerra entre griegos y troyanos, causada por el rapto de Elena (esposa de Menelao, a su vez hermano de Agamenón, rey de reyes de los griegos) por parte del príncipe troyano París, lo que propició que los ejércitos griegos se embarcaron rumbo a Troya para vengar la afrenta.
Así pues, la narración comienza hablándonos de una epidemia que azotaba el campamento griego. Tras diez años de asedio al pie de la muralla troyana, miles de soldados morían, no a causa de la espada, sino de la peste. Los que sobrevivían, seguramente estaban confinados, temerosos, protegiéndose, tratando de no contagiarse, tal como ahora nosotros. Los griegos no especulaban, no se preguntaban si el causante era un murciélago o un pangolín; ellos tenían claro que la enfermedad era un castigo del dios Apolo.
Las huestes griegas habían saqueado la ciudad de Crisa, un pueblo aliado con Troya, y raptado a Criseida, la hija del sacerdote de Apolo para ofrendársela como botín de guerra al rey de reyes, después de lo cual, el atormentado padre partió hacia el campamento griego cargado de rescates que intercambiaría por su hija. La idea fue bien acogida por la mayoría de los griegos, mas no por Agamenón, quien rechazó el rescate no sin ofenderlo, amenazarlo y expulsarlo. Fue entonces que el sacerdote pidió ayuda a Apolo, quien no dudó en lanzar sus flechas emponzoñadas sobre las tropas griegas.
La crisis llegó a tal punto que Aquiles, semidios y único griego con el valor necesario para retar a Agamenón, convocó a una asamblea en la que trató de convencerlo de regresar a la joven, pero no fue sino hasta que Néstor, el más viejo y sabio entre los aqueos, aconsejó anteponer los intereses del común de los griegos a los individuales, que Agamenón accedió a devolver a Criseida (Cabe mencionar que en represalia contra Aquiles, le quitó a Briseida, su propio botín de guerra, causando así una disputa entre ellos que ocasionaría el alejamiento temporal del líder de los mirmidones de los campos de batalla, pero esa es otra historia).
El nacimiento de un mundo nuevo o el recrudecimiento del que ya conocemos
Ahora sabemos que las pandemias no son causadas por el castigo de los dioses, sino por virus microscópicos que nosotros mismos propagamos por el mundo. Pero los textos clásicos son tales, porque a pesar de haber sido escritos hace miles de años, siguen susurrándonos cosas al oído sobre nosotros mismos: Hasta el mismo Agamenón (que se había enamorado de Criseida y la prefería incluso sobre su legítima esposa) al final dejó de lado su capricho y su individualismo en aras el bien común, porque ni hace tres mil años ni hoy hay otra forma de superar las crisis que nos involucran a todos.
Esta coyuntura histórica ha puesto de manifiesto no ya lo injusto, sino la ineficacia de un sistema basado en la idea del yo antes del nosotros (Como ya lo ha mencionado Octavio Solís en su texto Nosotros, el antídoto de las pandemias). Cuando la pesadilla termine, se asoman dos posibles escenarios: el nacimiento de un mundo nuevo o el recrudecimiento del que ya conocemos. Tenemos la oportunidad de desmontar una sociedad basada en el mito del individualismo como la panacea de los males contemporáneos, no la desaprovechemos.