“Un pobre diablo” convertido en leyenda
CRONOTOPOS
Campesinos casi analfabetas como Caro Quintero, Don Neto, El Azul, El Mayo y El Chapo no hubieran llegado muy lejos sin el contubernio de empresarios, políticos y policías, esas personas que todos los días ejercen el poder desde un falso halo de legalidad. Siempre vemos sus rostros no en las fotos de los carteles de los delincuentes más buscados de la PGR, sino en las notas de ocho columnas, en las páginas de negocios y en las revistas de sociales.
Todos ellos son los señores del narco.
Anabel Hernández
Más que un delincuente, más que un personaje, más que una leyenda, el Chapo Guzmán es, ante todo, el emblema de la descomposición del Estado Mexicano.
La mañana del 9 de junio de 1993, una vieja camioneta pick up arribó a Chiapas, a bordo del vehículo, iba un joven capitán de la milicia guatemalteca, en la cajuela, maniatado, viajaba el Chapo, tras ser detenido por fuerzas castrenses. A la llegada de la camioneta, Jorge Carrillo Olea, entonces teniente coronel del ejército mexicano, recibió “el paquete” de la cajuela; la extradición atípica se llevó a cabo sin mayor liturgia que la que proporcionó un fuerte operativo de seguridad. Así fue la primera detención de Guzmán Loera, así comenzó parte de su leyenda.
Nacido en una de las regiones más pobres del estado de Sinaloa (La Tuna, Badiraguato-1954), Joaquín Archivaldo Guzmán Loera; en poco más de una década, pasó de ser un gatillero al servicio del cartel de Guadalajara—hacia la década de los 80´—a encabezar una de las organizaciones criminales más poderosas del país, convertirse en el segundo hombre más buscado por Norteamérica (sólo después de Osama Bin Laden), y figurar como billonario en la revista Forbes.
En los últimos días, el juicio de Joaquín Guzmán, generó más polémica de lo habitual, debido a la controversia que desataron las acusaciones de su abogado defensor, al señalar que Guzmán, sobornó con miles de millones de dólares a funcionarios de alto nivel en los sexenios de Vicente Fox, y Felipe Calderón, incluyendo a los propios mandatarios.
Para algunos el tema puede pasar inadvertido, no sólo porque no es la primera vez en que se habla del caso, sino también, porque es considerada una estrategia por parte de la defensa para conseguir beneficios, a través del “aporte de información”. Sin embargo, hay que entender que las acusaciones son, ante todo, un contundente mensaje político.
Un mensaje enviado por el Chapo, a sus antiguos encubridores, que revela que no será fácil deshacerse de él, pese a que se encuentre extraditado. Mucho menos en la víspera de la transición hacia el nuevo gobierno. Sobre todo, en plena salida de Felipe Calderón del Partido Acción Nacional (PAN) y sus aspiraciones de formar un nuevo partido político.
Tal parece, que quien decodificó el mensaje fue Genaro García Luna, ex titular de la entonces Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSPF) en el sexenio de Felipe Calderón, ya que, tras las declaraciones en su contra, por parte de “El Rey Zambada”—antiguo operador de Guzmán Loera en la Ciudad de México, y ahora, testigo en su juicio— quien afirmó haberle entregado entre seis y ocho millones de dólares, a cambio de protección. El ex secretario, desplegó un comunicado de prensa negando rotundamente los señalamientos, acusándolos de calumnia y difamación. Posteriormente, en el programa de televisión “Despierta con Loret”, reiteró lo dicho y se pronunció a favor de la transparencia y la legalidad. De manera directa, abordó dos puntos que le preocupan: que hablen de sus nexos con al cartel de Sinaloa, y su deseo de retornar al mundo de la seguridad pública, en la próxima administración. Un camino difícil de sortear, pero no por ello imposible de transitar.
Muchos de estos señalamientos no son nada nuevos. Recordemos el rigor periodístico bajo el que trabaja Anabel Hernández su libro: Los Señores del Narco (del que me he valido para documentar parte de esta columna), evidenciando la fructífera relación entre autoridades federales y los carteles de la droga, especialmente el de Sinaloa. Investigación donde también explica el verdadero operar de la supuesta “guerra contra el narcotráfico”, que resultó ser un combate a los enemigos del cartel liderado por Guzmán Loera. Esta tesis, se vuelve a reafirmar en el juicio.
Dos veces escapó de prisión el Chapo, escapes en donde se encumbró su figura. Al mismo tiempo que el gobierno federal lo protegió, fue utilizado como insignia de doble fondo; por un lado, después de sus detenciones, vender la idea de que el gobierno cumplió con su trabajo al detenerlo, por el otro, revelar el amparo del Estado para poder acordar un escape bien planeado, es decir, las últimas tres administraciones federales, no pueden vanagloriarse de haber capturado al líder del cartel de Sinaloa, por la sencilla razón de que este jamás debió escapar de dos penales, de máxima seguridad.
Hablar de la guerra contra el narco, implica necesariamente, comprender los resortes que hacen posible descubrir muchas de las historias que se narran en juicios, investigaciones y el mundo del entretenimiento. Siempre bajo la lógica de como la realidad—en ese tema—siempre supera la ficción.
Más allá de un juicio en Estados Unidos, y de muchas pruebas que documentan la podredumbre del sistema, es imperante preguntarse: ¿Serán juzgados los implicados en todo ello? O, a partir del 1ero de diciembre ¿esto será sometido a consulta?