Operación LITEMPO: la otra cara del 2 de octubre
Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres
Juan 8:31-38
En diciembre de 1962, un evento a puerta cerrada ocurría en Lomas de Chapultepec; dos invitados especiales brillaban por su asistencia a la boda entre Janet Graham y Winston Mac Kinley Scott (jefe de la estación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en México[1]), Adolfo López Mateos—como testigo de boda–, y Gustavo Díaz Ordaz, todos ellos, parte esencial de la operación LITEMPO, que reclutó a 12 funcionarios del más alto nivel como informantes para la Agencia, misma que fucionó en pleno movimiento estudiantil de 1968.
Después de la masacre de Tlatelolco, la visión que ha prevalecido es algo más que romántica; la juventud enfrentando a un régimen autoritario que se niega a oír sus demandas, y responde con tanques y bayonetas, para teñir de sangre a toda una generación. Sin embargo, el paso del tiempo ha permitido construir una nueva perspectiva, la de la injerencia norteamericana, como factor en la represión estudiantil.
Hacia 1975, Philip Agee (1935-2008) ex agente de la central de inteligencia, publicó: Dentro de la compañía: Diario de la CIA, donde reveló por vez primera dicha operación, puesto que formó parte de ella. Ésta consistía en la recopilación de información gubernamental a cargo de Winston Scott, quien la procesaba, clasificaba y enviaba al cuartel general de la CIA. Scott, un matemático de la Universidad de Alabama, asumió la jefatura de la estación en 1956, en una de las misiones más importantes para norteamericana, donde permaneció poco más de diez años.
El acrónimo utilizado para la operación, se dividía en dos codificaciones: LI, código para las operaciones en México, y TEMPO, un término que en palabras de Scott era: una productiva y efectiva relación entre la CIA y un selecto grupo de altos funcionarios en México. Además de ser: un canal extraoficial para el intercambio de información política selecta y sensible que cada gobierno deseaba obtener, el uno del otro, pero no a través de intercambios de protocolo público.[2]Todo esto ocurrió entre 1956 y 1969.
Parte de las identidades de quienes participaron, fue develada con la publicación de Agee. Los “LITEMPOs”, como gustaba llamarlos Scott, se encontraban numerados: LITEMPO-1 era Emilio Díaz Bolaños, sobrino del entonces Secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz (LITEMPO-2), mientras que el Subsecretario, Luis Echeverría era LITEMPO-8, por su parte, el titular de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), Fernando Gutiérrez Barrios tenía la clasificación LITEMPO-4. Ya en 1964, Gutiérrez Barrios había colaborado de manera muy cercana con la CIA, en las pesquisas para rastrear la ruta que siguió el asesino de Jhon F. Kennedy, Lee Harvey Oswald durante su estancia en México.
Otra fuente que proveía información valiosa acerca del operar de grupos trotskistas, maoístas y comunistas en el país, era LITEMPO-12, quien sería Miguel Nazar Haro, destacado agente de la Federal de Seguridad.
Firmada por Ben F. Meyer, una extraña nota se publicó dos meses antes de que estallara el movimiento estudiantil, la cual citaba las declaraciones de J. Edgar Hoover, entonces director del Buró Federal de Investigación (FBI), mismo que acusaba al Partido Comunista de México (PCM) de: almacenar armas y municiones en preparación de una revolución en México. Y agregaba: América Latina continúa siendo el principal objetivo de la extensa subversión comunista dirigida en primer lugar desde Cuba, pero también desde la Unión Soviética y China Comunista. La nota no causó demasiado revuelo, pero documenta parte de la estrategia que utilizó EE.UU. para apoyar la descalificación del movimiento estudiantil.
Desde el inicio del conflicto (22 de julio), se alertaba la participación de grupos de choque a cargo del entonces Departamento del Distrito Federal (DDF), dirigido por Alfonso Corona del Rosal, posteriormente su uso se amplió a técnicas más elaboradas, y como parte de la contraofensiva gubernamental para mermar a los estudiantes. El terrorismo de Estado, fue pieza clave para poder alimentar la llama de la guerra psicológica, que alertaba la participación de grupos agitadores, respondiendo a intereses del bloque soviético. La conjura comunista fue una estrategia maquinada entre México y Estados Unidos de manera paralela, y en apariencia descoordinada, en su momento altamente eficaz, pero jamás comprobada.
Además de LITEMPO, W. Scott, contaba con una notable red de fuentes de información por toda la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y diversos campus universitarios, bajo la clave LIMOTOR, que lo mantenía al tanto de la organización interna en el Consejo Nacional de Huelga (CNH).
La relación entre Scott y Díaz Ordaz era cercana; Ferguson Dempster, agente de inteligencia británica, aseveró que el jefe de la estación entregaba un reporte diario sobre “los enemigos de la nación” al presidente de la república. A cambio de los reportes que entregaba, el Ejecutivo Federal y demás funcionarios, le compartían sus opiniones acerca de la situación política y social, mismas que se vertían en informes que salían de la embajada norteamericana e iban a parar a manos de la Casa Blanca. Tiempo después, Philip Agee confirmó lo dicho.
No obstante, muchas de las operaciones que mantenía la CIA en el país, sirvieron de poco para generar información y análisis estratégico sobre el movimiento, en gran parte porque el representante de la estación se obnubiló frente a la amistad que mantuvo con sus fuentes de “alto nivel”, en especial con Díaz Ordaz. Lo que Scott nunca descubrió—o no quiso descubrir–fue que la información que recibía, era manipulada a gusto de quien la proporcionaba.
Asimismo, durante todo el movimiento estudiantil, los reportes que procesaban, armaban y enviaban a las oficinas centrales, eran producto de percepciones particulares de funcionarios mexicanos, y no de una contrastación básica en las fuentes de información, como tradicionalmente marcan las reglas. Empero, la central de inteligencia no fue la única en caer en la trampa de la conjura comunista, de forma paralela, el FBI informó sobre la participación de una supuesta “Brigada Olimpia”, grupo de desestabilizadores de filiación trotskista, que planeaba actos de sabotaje en los XIX Juegos Olímpicos. Pasados los años, nos hemos enterado de que en realidad fue un batallón y no una brigada, creado por la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), para velar por el “orden” de las olimpiadas, esto sin olvidar su destacada participación en la Plaza de las Tres Culturas.
Quizá, después de todo, sí hubo una conjura, no comunista sino más bien nacionalista-autoritaria, encargada de contrarrestar el movimiento, mantener el régimen priista, y, sobre todo, satisfacer los deseos norteamericanos de establecer un hemisferio seguro de tendencias socialistas.
Cuatro días antes de la masacre de Tlatelolco, Winston recibió en el último piso de la embajada norteamericana, desde Paseo de la Reforma, al director de la Agencia, Richard M. Helms. Bajo propósitos todavía desconocidos, pero no por eso casuales.
Desde el inicio de la madrugada del tres de octubre de 1968, Scott comenzó a enviar el primer reporte a las oficinas centrales de la CIA, todos los que le sucedieron, resultaron parciales, confusos y contradictorios. 15 reportes en esa situación, algo que precisó más tarde el consejero de la embajada de Estados Unidos en nuestro país, Wallace Stuart. Según el texto de Jefferson Morley[3](del que me he valido para elaborar este texto): En estos importantes momentos, después de la matanza de Tlatelolco, sus más confiables agentes habían entregado historias de ficción y, luego, hecho una jugada. El amo de LITEMPO se había vuelto su prisionero. El titiritero se había convertido en títere.
Es decir, que ni el representante de la misión de inteligencia más importante de Norteamérica en el continente, se salvó de caer en el laberinto orquestado en los niveles más altos de la política mexicana, para ocultar a los responsables de la masacre.
No queremos olimpiadas, queremos revolución, era una de las tantas consignas juveniles del 68. No obstante, considero que la revolución a la que hacían referencia era más ideológica que armada; la apertura de espacios políticos, y la democratización del país, fueron demandas legítimas y aceptables, desafortunadamente exigidas en momentos convulsos como lo fue la década de 1960. Encontrando así una respuesta violenta en un país inmerso en la lógica pronorteamericana en medio de la Guerra Fría. El resultado derivó en la creación de un fantasma comunista, acallado con una guerra en donde se comprobó que lo negro a veces resulta blanco, y lo blanco…negro.
Actualmente, hablar de la CIA y el 68, resulta algo complejo. El presente artículo no hubiese sido posible sin la consulta de textos como el de Morley, quien escribió un libro basado en las memorias de Scott, documentales como el de Canal 6 de Julio, y demás fuentes que han dedicado los últimos 18 años a investigar el tema. En las primeras líneas, hablaba sobre la visión romántica del movimiento estudiantil, para mi gusto demasiado repetitiva, pero no por ello menos importante. Simple y sencillamente, apuesto por encontrar más aristas a la primera gran crisis del sistema político mexicano, emanado de la revolución, y el papel de la Agencia Central de Inteligencia es una de ellas. El transcurrir de los años permitirá, al igual que un rompecabezas, encontrar cada vez más piezas a este intrincado mapa de la historia nacional.
[1] Canal Seis de Julio. Mendoza, C. (2008). 1968: La Conexión Americana.
[2] Morley, J. (octubre 18, 2006.). LITEMPO: Los ojos de la CIA en Tlatelolco. The National Security Archive Recuperado de https://nsarchive2.gwu.edu//NSAEBB/NSAEBB204/index2.htm
[3] Ibid..