Gato con Lentes

¿Nacen o se hacen los niños genios?

Andrea Sasía


8 agosto, 2018 @ 9:52 pm

¿Nacen o se hacen los niños genios?

Reflexiones en torno a la inscripción de Carlos Santamaría, niño de 12 años, a una licenciatura de la UNAM

Carlos Santamaría, a quien recordamos cursando su primer diplomado en la Facultad de Química a los 9 años de edad, acaba de cumplir su sueño tres años después: aprobar un examen de licenciatura en la UNAM. Lo que más inspira de su historia son dos aspectos evidentes: se trata de un niño feliz y lo apoyan sus padres. ¿Qué tan importante es esto último para que el talento se abra paso entre los obstáculos?

Carlos no tiene nada que ver con los alumnos rechazados de la UNAM ni con las deficiencias educativas de este país, aunque también se haya enfrentado con un sistema que no sabe hacerse a un lado cuando un niño con impresionantes capacidades cognitivas va a pasar. Tampoco tiene que ver con los miles de niños mexicanos cuya brillantez nunca habremos de descubrir por simple falta de oportunidades.

Es decir, el éxito tan merecido de Carlos debe motivar al debate pero no del tipo: “pues claro, ese niño es un genio y además, tiene los medios para sobresalir”, sino una discusión que, lejos de centrarse en aquello que el futuro físico biomédico tiene y los demás estudiantes no, plantee preguntas sobre el sistema. Este sistema jodidamente burocrático que subsiste con ideas del siglo antepasado como la tradición positivista. Me hubiera gustado ver, por ejemplo, si de haber decidido ser historiador o filósofo en vez de científico, Carlos también se habría ganado el mote de “genio”.

En este sistema las escuelas públicas operan como fábricas de bienes obsoletos. En apariencia, ambas fomentan la productividad del país y son honrosas. Sin embargo, por dentro encontramos a un grupo de personas obedeciendo instrucciones mecánicas con el fin de elaborar productos, o educarse —que viene siendo lo mismo si al final vamos a vendernos en un mercado laboral— para ofertar aptitudes ineficaces afuera.

Por su parte, las escuelas privadas constituyen un pequeño club de privilegios cuyos miembros tendrán un capital cultural —en términos de Pierre Bourdieu— reforzado en casa. El capital cultural son las formas de conocimiento, educación y habilidades que los padres de familia transmiten a sus hijos. Me atrevo a decir que rara vez los genios despuntan sin un capital cultural facilitado por sus familiares o por su entorno. Ese es el afortunado caso de Carlos Santamaría y el infortunado caso de muchos otros niños.

Con esto no quiero decir que haya que asistir a una escuela privada para desarrollar las propias capacidades, porque no depende de las instituciones que validan y transmiten el conocimiento únicamente. Quiero decir que el entorno de la mayoría de los niños de este país no es uno que favorezca el conocimiento por encima de tener que ganarse la vida. Más aún, la educación se venera como el eje del desarrollo, la esperanza del futuro y la clave para tener una mejor vida, y lo cierto es que sus logros se mantienen estériles porque las aptitudes de los niños detienen su curso al entrar a esa fábrica que sigue trabajando sin un propósito definido, y cuando lo aprendido no tiene réplica alguna en su ambiente.

No es casualidad que Carlos y sus padres hayan tenido que brincar por encima de este sistema muchas veces.  Cuenta la mamá de Carlos que el único año que su hijo disfrutó estar en la escuela fue primero de maternal. Es verdad que “escuela” no es igual a “educación” y que “educación” no es igual a “conocimiento”. Pero no somos una sociedad que siquiera se debata entre un concepto y otro. Nuestro atajo es más pequeño: educación es igual a conseguir un buen trabajo, y ni siquiera eso.

Deseo que el triunfo de Carlos, que para beneplácito de quienes lo admiramos apenas comienza, reabra esta discusión tan importante. ¿Qué importancia da esta sociedad al conocimiento?, ¿por qué le delegamos su difusión a la escuela únicamente? Y, sobre todo, ¿cuántos otros niños como Carlos habrá en este país?

Fuente: La Jornada
Andrea Sasía

Socióloga en ciernes, amante de los viajes y de una buena charla con los amigos.