La farsa como tragedia: la fuga del “Chapo”
La segunda fuga del Chapo Guzmán
Carlos Ham (Panóptico Social)
Cuando algo sucede una vez puede ser considerado como un accidente, como un suceso repentino, como una suerte no prevista pero que con otras condiciones habría sido distinto. Sin embrago, cuando el mismo suceso se repite, se trata de una señal de que algo, estructuralmente, está generando o necesitando un cambio de mayor trascendencia. Con un peso más profundo y que desarrolle consecuencias de mayor alcance para los testigos de dicho evento. En 2001 se había presentado la fuga de Joaquín el Chapo Guzmán, uno de los criminales más perseguidos de la historia de México. En 2015 nuevamente se presenta la fuga del Chapo.
Los signos de una crisis social, de justicia, de credibilidad se repiten. Se trata de un fenómeno estructural que acompaña la complicidad y fragilidad de las instituciones del Estado mexicano. Primero como tragedia, -en donde es inevitable, el evento se presenta y sorprende a los testigos del suceso- después como farsa, actores y testigos ya no creen que este evento tenga sentido. La cuestión aquí es que, desde la primera captura del Chapo y su consecuente fuga, se avisaba y cuestionaba como una farsa. Esta misma repetición ya no de la fuga, si no de la farsa, que evidencia la debilidad de las instituciones mexicanas, habla de la tragedia del Estado mexicano, del gobierno y sus instituciones, de la sociedad y su complicidad.
En el marco de una sociedad que aborda el pensamiento político-social bajo una cultura política dictada por valores de desconfianza, de personalismo y conveniencia, cotidiana en el quehacer de las prácticas corruptas, inmediata en el hacer pero sin pensar en los hechos. Determinan nuestras percepciones y por ende, nuestras reacciones ante la crisis. En donde se tolera la ilegalidad y la corrupción diaria.
A la par, la reacción casi indiferente del gobierno de Enrique Peña Nieto confirma sus limitaciones y mediocridad. Muestra clara de la debilidad de su gobierno y que bajo este contexto, permite pensar en la existencia de un Estado paralelo al que gobierna en México. Al decidir permanecer en Francia, Enrique Peña Nieto ilustra, mejor que cualquier otro hecho, su determinación para evadir la realidad y actuar con irresponsabilidad ante las crisis que se viven en nuestro país.
La realidad siempre es parcial y, por tanto, accesible cuando se toma partido. Ya sea que se escapó en complicidad con las autoridades o a pesar de las autoridades. Se alude la responsabilidad total del Estado mexicano y del Ejecutivo Federal. Por otro lado el crimen organizado demuestra su poderío, sustentado en su abundante fortuna, en su jerarquía popular, en su liderazgo cuasi caciquil, alabado por sectores de la sociedad que celebran la “gallardía” y “valentía” del Chapo y su reto al Estado mexicano. Se tiene un fenómeno en paralelo. El crecimiento de la ilegalidad como forma de socialización, de la violencia como forma de relación cotidiana y la debilidad de las instituciones dentro del gobierno mexicano. México se expone a la insensibilidad producida por la constante violencia y reproduce estas mismas formas desde las bases de su sociedad.
El lenguaje implica un riesgo para la libertad. Los términos relacionados con el narcotráfico, con la violencia se han metido cual torbellino en los hogares, en las discusiones y charlas de café, en las sobremesas de las familias. Los términos del lenguaje del narco se han mezclado en la cotidianeidad de los mexicanos. Narcomantas, narcocorridos, narcocultura sivern para reforzar a estos falsos héroes que significan un “modelo” para nuestra niñez y juventud vulnerable. Se vislumbra entonces que sigan entrando a las filas del narcotráfico jóvenes y marginados de nuestra sociedad, que son los encargados de reproducir, mover y controlar el mercado de las drogas desde las bases. A la par puede ser una forma que fortalezca la existencia de los narcogobiernos y de lugares en los que dictan leyes, fortalecen el mercado, generan empleos y “ayudan” a sus poblaciones como aquellos viejos caciques.
Sin embargo, el narcotráfico apenas se asoma como la cereza en el pastel de la ilegalidad. Sociedad permisiva, quebrantamiento continuo de la ley, corrupción en todos los niveles de gobierno, y en todas las latitudes del país. Permiten albergar la reproducción de la violencia y la ausencia de Estado de derecho. Entre tanto, la credibilidad del gobierno se pierde de manera casi total. Frente a la ciudadanía queda en entredicho la legitimidad moral del gobierno. Se ve ahora débil y pobre ante esta vergüenza nacional y mundial. En esta realidad de criminalidad, impunidad y corrupción, queda en condiciones críticas para el ejercicio de gobierno. Al margen de esta realidad se presentan fenómenos que desatan el descontento mayor de la sociedad. El “sospechosismo” crítico pero lento, avisa las posibles privatizaciones del sector salud y de las aguas someras de la nación. Los medios, cómplices del silencio de otros sucesos toman la nota y apuestan a la trascendencia del mismo, la sociedad necesitada de eventos que agiten su redes hacen de este un pretexto más de las socialización sin reflexión.
Es de urgencia apostar a la recuperación del orden social, jurídico y legal del Estado mexicano. Si no comprendemos el origen de la violencia, más allá de la guerra desatada por el gobierno de Felipe Calderón, seguiremos siendo ignorantes de nuestro destino como nación. Nuestra cultura sólo será reflejo de esta incomprensión y de esta violencia.