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octaviosolis

29 noviembre, 2014 @ 5:03 pm

Pensar la juventud

@octaviosolis

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Los jóvenes irrumpen hoy con fuerza, en todas partes, con distintas resonancias. De ese mismo tamaño es la ausencia de un análisis respecto al valor, sus características y su significado, opacado por la efervescencia y aurea mítica que cubre a tan romántica palabra: juventud. La definición simplista nos dice que la edad joven es entre los 15 y 24 años, pero lo anterior sólo nos sirve para saber el límite de edad según la Organización de la Naciones Unidas (ONU). Poco ayuda a problematizar el fenómeno.

En realidad la idea de juventud como una larga etapa de la vida, es algo reciente en la historia de las sociedades. El concepto es una herencia de la posguerra (1945) del siglo pasado. Antes de eso, la pubertad y adolescencia apenas la hacían de periodo juvenil. Los párvulos pasaban de una edad del juego al compromiso. Las razones son varias: el promedio de vida era más corto; la maduración llegaba antes. Las economías del mundo requerían mayor mano de obra en forma más acelerada. Ahí están las escenas del capitalismo inglés decimonónico descritas en la obra de Dickens.

El periodo de posguerra es conocido como la época dorada del capitalismo, léase desarrollado o periférico. Se logró un crecimiento económico mundial como nunca en la historia. Lo anterior no necesariamente se tradujo en verdadero desarrollo; la distribución de la riqueza apenas existió en la retórica oficial de los gobiernos. Aunque se produjo el surgimiento, pero sobre todo, consolidación de la clase media.

El bono demográfico inicia su gran detonación para la década de los sesenta y asoma la cabeza el tema de la educación de masas. Aparece entonces la figura del estudiante ya no únicamente como un sector ilustrado y crítico de su entorno educativo, sino con capacidad de movilizarse por demandas de mayor aliento.

En esa misma década, en todo el mundo estallaron movimientos estudiantiles sin respetar ninguna geografía ideológica; protestaron por igual contra el autoritarismo del socialismo real, como por los abusos del capitalismo primermundista. En México los jóvenes evidenciaron la esquizofrenia nacional; vivir en la simulación democrática por el embrujo de un crecimiento económico. Fueron movimientos en esencia democráticos.

Fue en esos años en que el término juventud se propaló como resorte de la historia. Se aceptó sin miramientos una pureza del término que hoy requiere su desprendimiento para ser revalorado, aunque en nuestro país se pagó el alto precio de la represión (1968 y 1971) para obtener un lugar en este mundo de mayores. La pregunta es ¿esta sociedad qué lugar le ha ofrecido realmente a los jóvenes? Más allá de reconocer su existencia, de tolerar la subcultura juvenil, con sus modas, música, lenguaje y comunicación.

Una característica del sistema capitalista es que ha aprendido a absorber cualquier novel expresión que en algún momento significa resistencia, hasta convertirla en producto. Toda cultura de hoy, ayer fue contracultura, o tal vez quepa también decir que toda contracultura de hoy, mañana será cultura. Los hippies son un ejemplo de ello. El problema con esta característica cíclica de las sociedades es la falta de renovación real, suspendida por una mediatización de la conciencia del cambio.

Las grandes transformaciones históricas han sido obra principalmente de generaciones jóvenes. En 1923 José Ortega y Gasset publicó su célebre ensayo El tema de nuestro tiempo, donde define a “la generación” como el concepto más importante de la historia. Para el filósofo español cada generación tiene en su seno una dualidad entre lo heredado y lo propio. Dependerá de su fuerza y capacidad de originalidad para generar una renovación. Hay generaciones acumulativas y otras polémicas nos dice Ortega y Gasset.

Cada 30 o 40 años se genera un cambio potenciado por una generación polémica. En México la última crisis generacional, de ruptura, fue en 1968. Esto no significa que no hayan existido movimientos estudiantiles posteriores a ese año axial, pero ninguno de ellos estuvo en el marco de una época eliminatoria y polémica como diría el autor de La rebelión de las masas. Los sesentaiocheros renovaron la política, el arte, el periodismo, la literatura, y el sindicalismo en México. Sus efectos aún se logran sentir, aunque su fuerza renovadora se quedó atorada en la vuelta de cambio de las postrimerías del “siglo corto” (1914-1989) y arranque del que transcurre, en alusión a la definición del siglo XX de E. Hobsbawm.

El espasmo y la falta de cambio verdadero ante las severas crisis que atraviesan nuestro país desde hace ya varias décadas, son uno de los distintos motivos que acumularon la lista de agravios de #YoSoy132; su detonante, el botón de su indignación, fue el ominoso retorno del autoritarismo y corrupción, encarnados en el candidato del tricolor. La pregunta sería entonces: ¿es éste un movimiento generacional? Yo creo que sí, pero que responde a necesidades específicas, distintas a las de cualquier otra, y además tendrá que encontrar sus diversos cauces para ver florecer, madurar las consecuencias de su irrupción, más allá de la coyuntura electoral, que representó un pletórico logro, pero de corta duración.

El problema con la idea de juventud es que se asume como una etapa aislada de la vida, incluso a veces como un fin en sí mismo: “Los jóvenes despertaron”, como si en ello estuviera la solución a todos los problemas. No basta con despertar, con movilizarse, es obligada una etapa de transición, para pasar a la construcción de largo plazo.

A lo largo de la historia los jóvenes han tenido que derruir aquellos mitos que los sitúan en el prejuicio de los mayores. La caída de Ícaro mientras intenta volar más alto que su padre durante el escape de ambos, es la representación de la inmadurez del joven, que al dársele alas, dilapida su oportunidad ante el deseo desbocado. Hoy esta concepción, como la setentera idea de la generación “X” están superadas, sepultadas en el fragor del combate de la historia.

Desterrar esas ideas preconcebidas del imaginario juvenil, nos obliga a seguir con paso firme hacia una mejor concepción; sacudir el romanticismo que funde como palabras sinónimas: juventud con revolucionario. Nada más alejado de la realidad. La reproducción del pensamiento conservador deposita su semilla también en los pechos encendidos de los jóvenes, aunque algunas veces tarde años en florecer y mostrase. En esa dualidad confrontada, no siempre gana el pensamiento progresista, revolucionario.

La juventud no necesariamente representa un cambio, en ocasiones significa continuidad o hasta retroceso. Las bases más fervorosas del movimiento fascista italiano, y el nacionalsocialista alemán, fueron cientos de miles de adolescentes. Los jóvenes que asaltaron recientemente la vida pública en nuestro país, son en esencia demócratas. Apelan a un sistema justo, equitativo, en el ejercicio de una libertad no constreñida por la ley del más rico, ni del más fuerte. Saben que apelar a esos principios necesariamente hay que subvertir la realidad como la conocemos, pues no será una graciosa concesión.

Lo anterior requiere vitalidad, condición obligada de la juventud, exige arriesgarse, aferrase a la utopía, algo que muy pocos mayores mantienen al final de sus días. Las excepciones son eso, excepciones, aunque no dejan de ser grandes ejemplos: Javier Barrios Sierra, José Revueltas, entre otros. Luego entonces juventud no únicamente es una edad determinada, según la ONU, sino un estado de ánimo. Hay viejos prematuros y también jóvenes de espíritu.

Ese deseo de cambio debe procurarse, arroparse cual flama ante los fuertes vientos de la desesperanza. A la par de ello, hay que asumir la efervescencia juvenil como algo transitorio, atalayar hacia la consolidación de largo alcance. La irrupción es sólo eso, un instante de ruptura para bregar cambios de raíz, mismos que sólo pueden consolidarse en el largo plazo.

#YoSoy132 ha sido hasta ahora un movimiento social exitoso. El teatro de nuestra historia nos dice que el epílogo de la gran mayoría de los movimientos termina en la demanda de sus presos políticos, divididos, dilapidados; sin embargo, la vida estudiantil es por su naturaleza misma, efímera, contraria a la condición de un campesino o un trabajador.

En noviembre de 1953 apareció en Argentina la mítica revista Contorno. Abre aquella primera edición un artículo de Juan José Sabrelí dedicado al grupo denominado los “martinfierristas”, dirigido por Jorge Luís Borges y Oliverio Girondo, entre otros. En aquel texto crítico sobre la idea de juventud, Sabrelí remata con una frase que considero importante re-contextualizar: “La juventud no encuentra en sí misma su solución, hace falta que se destruya para que surja de ella el hombre”

El surgimiento de #YoSoy132 vino a refrescar la vida social en México, incluso me atrevo a pensar que es el inicio de una nueva etapa en la vida pública de nuestro país. Es ésta una generación de ruptura, que ha decidido sacudir su realidad, una realidad que padece un caso crónico de envejecimiento institucional. Pero es necesario alejarse del espontaneísmo, para asumir la construcción de nuevas instituciones.

Más allá de exigir al Estado mexicano la democratización de los medios de comunicación, vendría a ser más importante la creación de un medio de comunicación propio, con miras a refundar el periodismo en México.

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Sociólogo y Comunicólogo por la FCPyS de la UNAM. Autor del libro Epifanía política y El fin de una era en la UNAM. Twitter @octaviosolis