¿Podremos?
Paulina Arredondo Fitz
La primera década del Siglo XXI nos ha puesto en una disyuntiva: seguir confiando en que las instituciones representativas pueden perfeccionarse o sugerir su desaparición dadas sus fallas y vicios. Las manifestaciones de inconformidad frente a múltiples elementos decadentes del sistema político y económico tienen implícito otro dilema: institucionalizar la insatisfacción o mantener la dispersión y espontaneidad de la inconformidad.
No ha habido hasta ahora una revolución que termine con el Estado. Las revoluciones del Siglo XX y los grandes movimientos por el cambio tuvieron en común la construcción de organizaciones políticas permanentes. Así, tras la revolución hubo un partido gobernante en Rusia, México, Cuba etc. Mientras haya Estado habrá poderes del Estado, mientras existan esos poderes, existirá la necesidad de que éstos respondan a los intereses populares. En sociedades complejas como la nuestra, la deliberación sin representación parece estar lejos de ser una realidad.
El objetivo de esta propuesta es mostrar que las instituciones pueden ser utilizadas en favor de los sectores amplios de la población siempre y cuando se elijan a las personas correctas. No existe ley en la historia que nos impida pensar que los representantes pueden ser los liderazgos legítimos de la sociedad. Quiero mostrar que no debemos entender como algo inamovible el sistema y los partidos que ahora tenemos, como si tuviéramos que aprender a vivir con ellos mientras que los movimientos sociales se desarrollan.
Hubo un tiempo en el que los bolivianos tenían que elegir entre tres grandes partidos, los cuales habían institucionalizado la “democracia pactada”. Estos partidos eran el MNR, (1942) el MIR (1970) y ADN (1979). Cada uno con su historia particular y conviviendo con otros partidos intermitentes, incluso con la dictadura, tenían gran parte del poder político en el país, hasta que una fuerza política, que participó en su primera elección con siglas prestadas, fue abriéndose paso y llegó a la presidencia de la República en el año 2005. El MAS-IPSP planteó un proceso de cambio que aun con sus contradicciones es más legítimo e incluyente que cualquiera de los gobiernos anteriores.
Más al Sur y al Oriente, en Uruguay, dos partidos políticos fundados en el siglo XIX, el Partido Nacional y el Partido Colorado, alternaron en la presidencia de la República, con un periodo de dictadura de 1973 a 1985, hasta el año 2004, cuando, tras un proceso que comenzó en 1971 y se materializó con el triunfo en la alcaldía de Montevideo en 1989, el Frente Amplio obtiene el mayor porcentaje de votos en las elecciones presidenciales.
Otro posible ejemplo de cambio en el sistema de partidos es el nuevo partido español PODEMOS, cuyo antecedente es el movimiento de los indignados de 2011. En un sistema bipartidista muy institucionalizado irrumpe una fuerza política poco convencional que se ha colocado en el primer lugar de las preferencias electorales. (El Mundo, 24/11/ 2014).
Los que muestran los casos anteriores es que aun con sistemas de partidos altamente institucionalizados, la lucha social puede ser canalizada con el objetivo de construir alternativas políticas viables y competitivas. Aún con las diferencias obvias, estos ejemplos tienen algo en común, el descontento fue traducido en una organización política-electoral.
¿Qué tiene que ver esto con la realidad mexicana?
Existe consenso en que los partidos que hasta ahora han ocupado espacios de poder en todos los niveles han caído en el descrédito. Entonces ¿qué los sostiene? Desde mi punto de vista se sostienen porque no hemos imaginado un sistema de partidos sin los partidos tradicionales. Me parece que pensamos a los partidos que tenemos como si estos fueran a ser eternos y no es así.
Considero que es buen momento para construir una alternativa real y legítima en la arena electoral. Sea en alianza con algún partido ya existente, léase Morena, o aprovechando las nuevas disposiciones electorales como las candidaturas independientes.
Si bien el esquema para acceder a una candidatura independiente es restrictivo, una alianza entre los estudiantes organizados y los liderazgos legítimos de la sociedad permitiría cumplir con requisitos como la recolección de firmas necesarias para el registro de las candidaturas. La intención sería contar con un modelo organizativo flexible, un cuasi partido que apoye y presione a los candidatos, véase el modelo de Hartos (Candidaturas Independientes y de confluencia) en España.
No tenemos que inventar el agua tibia. Podemos salir del impasse en el que vivimos reconociendo que se puede construir una alternativa. ¿Podremos?