Internacional

China frente al siglo XXI: el Dragón Rojo recorre occidente


Monsetitta

22 mayo, 2019 @ 6:45 pm

China frente al siglo XXI: el Dragón Rojo recorre occidente

La narrativa de un “Nuevo Orden Mundial” y el “Fin de la Historia”, con EEUU a la cabeza, fue una mentira repetida tantas veces que –para algunos– se convirtió en simple verdad. Quienes fueron presa de este discurso simplista observaron con asombro el “surgimiento” del mito del Dragón asiático. Sin embargo, la aparente “reaparición” en la escena internacional de la República Popular China (RPC), es el simple seguimiento de su vocación imperial, resignificada a partir de la Revolución China, que relaciona permanentemente al Estado, el socialismo, la economía y el partido.

La consolidación del socialismo en China, si bien preserva la esencia de un partido único representante de los intereses de la comunidad (comunistas), tiene su propia marca: Mao Zedong. Este gran estadista adaptó lo leído de Marx, Engels o Lenin, a las necesidades de la realidad china e incorporó la tradición confusionista y la importancia del sector campesino.

El peso de la imagen de Mao en occidente es opacado por los claroscuros de la transformación. La Campaña de las Cien Flores, la Revolución Cultural o el control en la cotidianeidad de la población (en el sistema educativo, la planificación familiar, la propiedad e incluso en la ropa usada) despiertan la desconfianza de occidente y el reclamo ante la ausencia de derechos básicos para la población china.

Propaganda de la Campaña de las Cien Flores
Imagen: internet.
Propaganda de la Campaña de las Cien Flores.

 

Y cuando despertó, el dragón seguía ahí

Como parte del misticismo en la retórica de la Guerra Fría, la homogeneización del “bloque comunista” resultaba una práctica común entre la mayoría de las audiencias. Para ellos, “el comunismo” era lo mismo, fuese soviético, chino, cubano, coreano, vietnamita o latinoamericano, y, por lo tanto, si caía uno, caerían todos. Grande fue la sorpresa cuando, tras la desintegración de la URSS de 1989 a 1991, los también llamados “socialismos realmente existentes” mostraron al mundo sus verdaderas naturalezas. El socialismo no se extinguió, pero nunca sería el mismo.

En realidad, fue poco conocida la tensión entre China y la URSS a lo largo del periodo de Guerra Fría. La posibilidad de Eurasia unida, que intimida a occidente por su riqueza estratégica, geográfica y de recursos naturales, es difícil desde el origen mismo de los movimientos revolucionarios en ambos Estados.

Además de las históricas tensiones expansionistas entre la rusia zarista y la china imperial, los chinos y los rusos estaban divididos ideológicamente: mientras Lenin apostaba por una revolución desde las clases obreras, Mao apostaba por el campesinado.

Posteriormente, aunque las guerras de Corea y Vietnam posibilitaron la dupla sino-rusa frente al imperialismo estadounidense, esta luna de miel terminó cuando Mao Zedong tildó de “tibia y revisionista” la doctrina de coexistencia pacífica entre URSS y EEUU en la década de 1950. Para Mao, el apoyo de la URSS a la lucha contra el imperialismo occidental en la zona de influencia china (Asia Oriental) era pobre, las estrategias de Stalin para el resto del mundo eran limitadas, insuficientes y poco efectivas.

Mao Zedong, Deng Xiaoping, Xi Jimping
Imagen: internet.
Mao Zedong, Deng Xiaoping, Xi Jimping

La ruptura manifiesta con la URSS obligó a la RPC a repensar su posición política frente a Estados Unidos. Esto dio pie a la posibilidad de diálogo con dicho país. Así, en 1972, después de una serie de negociaciones secretas entre Beijing y Washington, el encuentro entre Mao Zedong y Richard Nixon fue posible. Con este giro en su posición internacional, la República Popular China aseguró el dominio del territorio de Taiwán.

Tras la muerte de Mao en 1976, y después de varios años de incertidumbre sobre el control del poder en China, el grupo de los pragmatistas llegó al poder. Este grupo buscaba una revisión del sistema económico y político chino y la adaptación a los nuevos tiempos. Con la gran capacidad de Estado amasada por Mao, fue fácil para Deng Xiaoping, líder de este grupo, entender el cambio de los vientos e implementar, a mediados de los ochenta, una serie de reformas constitucionales que “ablandaban” la dureza de las murallas comunistas. Inició así, la era de la transformación y apertura hacia el capitalismo.

Apoyada en la tradición agrícola del país, China inició su transición hacia modelos económicos basados en la industria. A través de esquemas de coparticipación entre sector privado y sector público, incentivó el surgimiento de industrias de todo tipo y dejó que el mercado internacional seleccionara a las empresas estratégicas. Al mismo tiempo, invertía en la investigación y desarrollo de sectores clave, como el tecnológico.

Partido Comunista Chino
Imagen: blog.realinstitutoelcano.org
Foto: Xinhua

En tanto, a nivel político, la reforma al Partido Comunista Chino (PCCh) de 1982, implicó la nueva cara de la política nacional. Para la calma de sus observadores occidentales, en dicha reforma el PCCh recalcó su compromiso con la revolución, pero abandonó la idea de lucha de clases. Asimismo, el partido comprometió al Estado a crear derechos y obligaciones para los ciudadanos, incluyendo los derechos a la economía individual, contraria a la propiedad colectiva. Parecía que el comunismo chino llegaba a su fin.

No obstante, el abandono de la lucha de clases y la propiedad colectiva –como parte de la “desgastada” jerga comunista de Guerra Fría– no representó la entrega a la democracia liberal abanderada por Estados Unidos. Todo lo contrario. La apertura hacia un esquema de derechos humanos liberales y principios de libre mercado, tal y como los entiende Washington, parece imposible. La represión a las manifestaciones de junio de 1989 en la plaza de Tian’ ammen o la persecución sistemática de activistas o intelectuales –como Liu Xiaobo, Premio Nobel de la Paz 2010; o el artista plástico Ai Wuei Wuei– dan muestra de lo estrictamente cerrado del PCCh y el gobierno chino.

Manifestante anónimo se enfrenta a tanques chinos en la plaza de Tiananmen, junio de 1989.
Imagen: internet.

Un país, dos sistemas

China se ha convertido en lo que, en algún momento soñaron Mao y Xiaoping: un país con dos sistemas, un Estado surgido de la revolución que reivindica los intereses de su base social, al tiempo que es compatible con un tipo de capitalismo sometido a los intereses nacionales.

Aunque será la historia quien juzgue la pertinencia de este proyecto, al momento sabemos que el crecimiento económico promedio de China en la década de los noventa alcanzó el 9%, que el Dragón rojo resistió macroeconómicamente la crisis de 2008 y que ha aumentado su presencia en el mundo con inversión en países de Asia, África y América. Al mismo tiempo, han aumentado las acusaciones de corrupción en el PCCh, la censura, la desigualdad social, la pauperización de la calidad de vida y los efectos del impacto ambiental. Estos son algunos de los puntos críticos a los que se enfrenta la nación asiática.

En este sentido, la llegada del presidente Xi Jimping en 2013 y su estilo de gobernar identificado como “Pensamiento sobre el socialismo con características chinas en la nueva época”, camina sobre las huellas de sus antecesores, para bien y para mal. Así, ha sido aplaudida la resistencia china a los embates comerciales de la otrora potencia EEUU, así como la apertura diplomática y cultural de la RPC con el mundo. En la otra cara de la moneda, se acusa a Jimping de dirigir el mayor ataque contra la población civil desde la Revolución Cultural, y fomentar nuevas formas de control poblacional basadas en la tecnología.

China en guerra comercial con Estados Unidos
Imagen: elcomercio.pe

La China del siglo XXI no necesita reconocimientos: se reconoce históricamente como un Dragón imperial. Lentamente avanza con su forma de entender el mundo, sus propias particularidades y problemas, un estilo único de gobernar y la misión de colocarse en la constelación internacional. Los chinos entienden que su encuentro con occidente, más que combativo y estridente, debe ser tan suave como la seda, pero tan efectivo como la espada.

Internacionalista por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha dedicado mucho de su tiempo a explorar los textos y los hechos para conocer los enigmas de su concepción. Como quien observa, juega a adivinar por qué dialogan y se mueven los actores más allá de los hilos invisibles. En sus ratos libres cultiva las conversaciones, defiende el café y descubre su voz propia de muchas formas.