Donald Trump, el gesticulador del imperio
A Donald Trump se le considera desde ser un loco, hasta un imbécil, por sacar a Estados Unidos de diversos compromisos internacionales de tipo comercial, político, de seguridad y ambiental. Se dice que Trump es un loco solitario que le ha dado la espalda al mundo, pero no es más que la respuesta del sector neoconservador de Estados Unidos de cara al reacomodo de poder a nivel mundial.
Recordemos las elecciones de 2016, Trump se presentó a sí mismo como el candidato “independiente” de las desleales estructuras político-partidistas en Estados Unidos. Ahora sabemos que nunca fue inmune a ellos, que nunca actuó solo; ¿sus aliados? el sector ultraconservador y revisionista de la política, interna y externa estadounidense, asociado con el Partido Republicano y totalmente opuesto al multilateralismo de libre mercado culminado por Barack Obama.
El grupo neoconservador cuenta, además, con importantes posiciones dentro del complejo militar-industrial, en el lobby sionista, y en grupos como el Tea Party y la NRA (Asociación Nacional del Rifle por sus siglas en inglés). Por lo que no se trata de un grupo homogéneo, pero cuenta con semejanza e intereses económicos suficientes para ser identificados.
Se trata de la élite ultraconservadora estadounidense cuya visión del mundo se sostiene con fuerza en el darwinismo social, es decir, aceptan que las diferencias más simples legitiman las relaciones sociales entre clases dominadas y clases dominantes. Por ello, piensan que no solo es deseable, sino necesario que exista una élite dominante con la superioridad moral (protestante) necesaria para dirigir a la sociedad.
Para la tradición neoconservadora estadounidense, la historia y la religión están estrechamente relacionadas. No abogan por un Estado religioso ni uno completamente laico, sino una comunión entre las dos características, pero bien definidas una de la otra. De ahí surge la retórica religiosa y el principal distintivo con el sector liberal demócrata, pues aunque comparten retórica, su concepto sobre la familia, el matrimonio, el aborto y la homosexualidad son aceptados, mientras que para los neoconservadores, son vistos como enemigos de la “buena sociedad” y las “buenas costumbres”.
Estados Unidos ¿el pueblo elegido?
El “Destino manifiesto” es un fuerte componente en la identidad neoconservadora y estadounidense en general. En esa doctrina se expone la consecuencia lógico-práctica del pensamiento anglosajón-protestante bajo sus directrices generales: aunque se declaran contra la violencia y la crueldad, es completamente justificable el ejercicio de la violencia, el genocidio y la expansión territorial desde 1803, cuando se trata de “civilizar a los salvajes”.
Así, todos los estadounidenses afirman una posición pacifista, pero encuentran justificaciones para el ejercicio de la violencia y el genocidio en este sentimiento de protección y posesión territorial motivado por las virtudes divinas heredadas del “Destino Manifiesto”. Crucial en la consolidación de la nación estadounidense, pues justificó la guerra contra el imperio español o la expansión canadiense en el siglo XVIII.
Posteriormente, la efectividad de este discurso derivó en su adaptación con fines expansionistas en el siglo XIX. Pragmáticamente adecuada en la frase “América para los americanos” de la doctrina Monroe encontramos la misma noción de pueblo elegido, ahora bajo la lógica del Estado moderno, que busca asegurar los intereses del naciente imperio estadounidense y evitar cualquier reinstauración colonial europea en América Latina que amenazase el nuevo espíritu de “seguridad colectiva” a nivel continental.
Una vez descartada la amenaza imperial europea era necesario reafirmar la superioridad estadounidense en el continente latinoamericano. Theodore Roosevelt diría: “habla suavemente y lleva un garrote” con la intención de construir relaciones económicas y diplomáticas sometidas a Estados Unidos en un plazo prolongado.
De esta superioridad es que se desprende la articulación de un sistema encargado de crear dependencia continental a la nación estadounidense con razones políticas, económicas, diplomáticas y hasta culturales durante el siglo XIX y XX. Esta forma de entender a América ha dominado por un plazo prolongado a todo nuestro continente, y ha buscado colarse en cada rincón del mundo desde el término de la Segunda Guerra Mundial (IIGM).
Algunos nostálgicos del siglo XX encontrarán similitud en la política del “big stick” o “el gran garrote” de Roosevelt con el “America first” de Trump. La diferencia entre Trump y Roosvelt estriba en que actualmente no hay necesidad de “hablar suavemente”, porque la asimetría económica entre los países latinoamericanos se traduce en control económico-diplomático de hecho.
En el continente americano el “Destino Manifiesto” estableció la “misión civilizatoria” del pueblo elegido con justificación moral incluida para la violencia y la crueldad; el “América para los americanos”, de Monroe, justificó políticamente la intervención, mientras el “Big Stick”de Roosevelt asegura las posiciones económicas estratégicas para Estados Unidos en América Latina.
Trump camina por un campo aplanado
La realidad del continente americano (América Latina y el Caribe) de nuestro tiempo es el resultado de años de imperialismo estadounidense en la región, que no requiere ya de “hablar suavemente” porque las condiciones desiguales y la asimetría económica entre los países latinoamericanos se traduce en control económico-diplomático por sí mismo.
En ese sentido la política diplomática unilateral y agresiva del “America First” de Trump no debería impresionar a nadie. Se trata de la consecuencia visible del poder que ya ejercía Estados Unidos en el continente pero, bajo las particularidades de la visión neoconservadora, cuya intención es reponer, o rescatar a cualquier precio, el “american way of life” que gozaron durante el viejo orden de supremacismo blanco estadounidense posterior a la segunda guerra mundial (IIGM).
La disparidad de poder en América Latina, sumada a la afinidad de gobiernos conservadores como Bolsonaro en Brasil y Macri en Argentina, tranquiliza a los halcones neoconservadores, simplificando la diplomática estadounidense a una posición caricaturesca e intolerante: “si no estás conmigo, estás contra mí”.
Es por eso que a Trump no le importa la estridencia. Al contrario. Jugar al loco permite al presidente estadounidense intimidar o amenazar directamente a sus contrapartes, pero la amenaza surte efecto solamente por el peso histórico de la represión sobre el continente.
La agenda neoconservadora, el verdadero peligro
Trump juega al “showman”, buscando votantes, simpatías y ventajas políticas al interior de su país para mantener el poder, buscar la reelección, y con ello, avanzar la agenda neoconservadora. Pero su figura no es imprescindible, si no es a través de él, esta agenda tiene otros medios para influir en las decisiones del mundo.
La agenda neoconservadora es sencilla, beligerante y –con Trump– también estridente. El objetivo es asegurar la supremacía estadounidense que les corresponde por derecho divino. Es imposible ignorar la posición estadounidense en desventaja en el escenario mundial multipolar. Por eso es que ya no importan las formas, sino las posiciones. La intimidación, acciónes unilaterales y la amenaza de intervención militar son las mejores cartas para Donald Trump.
La retórica pacifista con tintes religiosos está dirigida a la autocomplacencia y auto elogio de la elite dirigente, y en segundo plano, funciona como gancho electoral para convencer a la base social blanca estadounidense como aquel argumento que disfraza los intereses neoconservadores como la misión civilizatoria del destino manifiesto en defensa de los derechos humanos, la democracia o el interés nacional.
Trump no es un loco estúpido, es el representante más efectivo y tosco de los intereses de la elite neoconservadora y su base social. En la reconfiguración del orden del mundo, Trump es el gesticulador, el orador del derecho divino que designo a los gringos para dominar el mundo.
Hablamos de la política imperialista estadounidense por excelencia, que en el contexto actual, se articulan fuertes intereses económicos dentro del complejo militar-industrial y la visión geopolítica neoconservadora para intentar reafirmar su autoproclamada superioridad que por “Derecho Divino” siempre han considerado su patio trasero: América Latina.
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