El feminicidio es un crimen de odio que sucede a diario en México
Maharba Annel González García
A mediados de 1970 Diana Russell acuñó el término femicidio para hacer manifiesta la desigualdad, la violencia y la discriminación con la que se trataba a la mujer. El término tiene un trasfondo político de denuncia porque busca hacer evidentes las omisiones en las que ha incurrido el Estado al no reconocer el problema en su justa dimensión, es decir, que se trata de un crimen de odio, un acto cometido con saña y violencia extrema hacia una mujer. ¿Por qué? Por el hecho de ser mujer.
Años después, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde acuñó el término feminicidio en su libro Feminicidio, justicia y derecho. En su definición hace énfasis en el hecho de que se comete este crimen de odio contra la mujer sólo porque es mujer. “[…] preferí la voz feminicidio para denominar así el conjunto de delitos de lesa humanidad que contienen los crímenes, los secuestros, las desapariciones de niñas y mujeres en un cuadro de colapso institucional. Se trata de una fractura del Estado de derecho a favor de la impunidad. Por eso, el feminicidio es un crimen de Estado”.
No se trata de un juego de palabras, se trata de una realidad que cada vez muestra tintes más sangrientos. En el asesinato a las mujeres se reivindican códigos de conducta evidentemente patriarcales para dejar huella de los patrones bajo los cuales, culturalmente se ha definido lo que significa “ser mujer”: subordinación y debilidad, por mencionar algunos.
Según datos obtenidos del Secretariado de Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) se han duplicado las víctimas de feminicidio en los últimos tres años en nuestro país. En 2015 se contabilizaron 422 víctimas mientras que en 2018 se registraron –oficialmente– 861. Debe señalarse que los asesinatos de este tipo se han incrementado en niñas de 0 a 17 años en al menos 32.30% en 2018 con respecto a 2017. Sin embargo, tanto las cifras como los porcentajes son aproximados porque no todos los feminicidios son registrados ni son reconocidos de forma oficial. Esto, debemos señalarlo, es síntoma de la negación del problema así como de la negativa política y machista de minimizar el daño que se inflige a la víctima y a sus seres cercanos, extendiendo así la red de la corrupción y de la impunidad que deja claro el mensaje de que al acto de matar no corresponde ningún tipo de castigo.
Hasta el momento de redactar este escrito, el caso más reciente de feminicidio ha sido el de Margarita, una mujer de aproximadamente 34 años de edad que salió de su domicilio en Jardines de Morelos rumbo a su trabajo, una caseta de cobro ubicado en Ojo de Agua, a donde nunca llegó. Casada y madre de tres hijas fue encontrada desnuda y con signos de haber sido ultrajada sexualmente cerca de la 01:00 del martes junto a la autopista México-Pachuca. Los homicidas le cortaron parte de su cabello y lo arrojaron, al igual que parte de su vestimenta, con el resto de sus pertenencias al lado del cadáver.
El alarmante incremento de los feminicidios en nuestro país –y en muchos otros países alrededor del mundo– nos hace patente que a pesar de los avances teóricos, por ejemplo, sobre Feminismo, violencia de género, algunas leyes para promover la igualdad y la equidad o Protocolos para erradicar la violencia contra las mujeres, las prácticas cotidianas entre hombres y mujeres están permeadas de machismo y por ello se sostienen los mecanismos patriarcales de dominación.
Dicho con otras palabras, seguimos relacionándonos a partir de una estructura política, económica, social y cultural que promueve la desigualdad entre los sexos y que, evidentemente, sigue reafirmando patrones de conducta en los que no se concibe a las mujeres como personas, es decir, como sujetos autónomos, con derechos sino como propiedad de los hombres que están a su alrededor (el padre, los hermanos, el esposo, el jefe, etc.). Se concibe a las mujeres como menores de edad y sigue creyéndose que deben confinarse al ámbito de lo privado para que puedan “realizarse” con el acto de ser madres y desempeñándose como esposas abnegadas y sumisas. Este tipo de creencias, sin sustento razonable alguno, omiten con toda intención el hecho innegable de que las mujeres son personas y como tales, deben ser tratadas como fines en sí mismos. Esto implica que pueden y deben exigir, con todo derecho, una vida libre de violencia y discriminación.