Los Pinos hoy: el fin del “lujo primitivo”
En su obra El lujo eterno (Anagrama, 2014) el filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky junto con Elyette Roux desarrollan una arqueología del lujo; recorren las sociedades hasta llegar a la sociedad de cazadores y recolectores del periodo Paleolítico; nos muestran como esta última desde entonces dilapidaba en dádivas sus recursos obtenidos (pieles, piedras preciadas) para asegurar sus vínculos comunitarios. Se puede decir junto con ellos que desde entonces nuestros hermanos paleolíticos vivían ya un tipo de “lujo primitivo”.
El lujo, del latín luxus-us (salida del orden, vida extravagante, exceso dislocado) ha sido una constante en la naturaleza humana, mas no todas las sociedades pueden convivir del mismo modo con ello. El mejor ejemplo de la intolerancia a este tipo de exceso social parece ser hasta ahora la revolución francesa, especialmente un episodio muy particular: “La marcha de Versalles”.
En aquel amanecer del 5 de octubre de 1789, cientos de mujeres parisinas indignadas por la precariedad en que vivían y la carestía del pan cada vez mayor e interminable, decidieron organizarse y marchar hacia el Palacio de Versalles donde se alojaba cómodamente el entonces Rey Luis XVI junto con su extravagante y dilapidadora esposa Maria Antonieta. El lujo o exceso de estos últimos había llevado a una desigualdad insultante en toda Francia y era momento de ponerle fin.
En México hemos tenido dos síndromes de Versalles: el primero fue nuestro Castillo de Chapultepec, abandonado por el presidente Lázaro Cárdenas a su llegada al poder (1934-1940) por considerarlo un lujo innecesario para un mandatario y una ofensa para el pueblo mexicano sumido entonces en una desigualdad e incertidumbre post-revolucionaria. Fue él mismo quien decidió expropiar el rancho “La hormiga” del acaudalado Pablo Martínez Del Río y su familia para poder habitar en dicho lugar, cercano al Palacio de Chapultepec. Lo llama “Los pinos” en honor a su esposa a quien conoció en una huerta homónima de Michoacán: simbolismo también extravagante, pero bien aceptado entonces por el pueblo mexicano.
Pero no fue hasta la llegada al poder del presidente Miguel Alemán (1946-1952) que el síndrome de Versalles volvió a aparecer en la “lógica del lujo”. Este último, perdido en la extravagancia y en el deseo “primitivo” de fortalecer sus vínculos de poder mandó a construir una mansión de 5,700 m2 con salones de juego y fiesta al estilo imperial afrancesado de Luis XV y Luis XVI (nótese la ironía histórica). La extinta página oficial de Los pinos ilustraba muy bien con descaro esta finísima extravagancia: “esa casa era tipo chalet estilo inglés con caminos flanqueados por árboles. Al paso de los años, se logró transformar este lugar en una espléndida residencia con jardines, caballerizas, un estanque donde había diferentes especies de peces, además de majestuosos gansos” (1).
Con excepción del Presidente de la República Adolfo López Mateos (1958-1964), quien decidió vivir en su domicilio particular de San Jerónimo, todos los Presidentes de México priistas y panistas vivieron en Los Pinos, es decir, en el síndrome de Versalles, ese espacio simbólico del poder dilapidador e inagotable, o al decir de Lipovetsky, en “el lujo primitivo.
Desde el 1o de Diciembre aproximadamente 30,000 personas de toda la República han visitado la residencia del lujo primitivo, nuestro segundo Versalles. Al igual que con el Palacio de Versalles en tiempos de Luis Felipe (1830-1848) casi medio siglo después de la revolución francesa, y con el Palacio de Chapultepec en los tiempos post revolucionarios del General Lázaro Cárdenas (1934-1940), hoy Los pinos se convierten en museo para la llegada de cualquier individuo sin importar clase ni condición social. Al igual que con Versalles y Chapultepec, Los Pinos hoy dejan de ser habitados por aristócratas desconsiderados con los males y la desigualdad social. ¿La diferencia? El museo de Versalles, alberga alrededor de 60,000 obras de arte hoy en día; en el museo de Chapultepec murales de importantes artistas nacionales (David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Dr. Atl, Juan O´Gorman, Jorge González Camarena, entre otros) conforman el patrimonio cultural que nos heredan los postrevolucionarios.
En el museo de Los Pinos, un “Venustiano Carranza” pintado por Siqueiros y un Nishizawa son quizás las obras con más valía que periodistas y ciudadanos hemos encontrado. ¿La diferencia? El lujo primitivo entre los reyes franceses y los monarcas mexicanos fue quizás más ambicioso con la relación espacio-tiempo y generoso con la prodigalidad, que todos los paseantes empoderados del PRI y del PAN en casi 100 años. En Los Pinos no nos queda un patrimonio cultural, solo el fantasma de una racionalidad política desviada, “luxada”, es decir, el viejo u obsesivo síndrome de Versalles o la lógica de la prodigalidad de nuestros hermanos paleolíticos.
(1) https://www.animalpolitico.com/2012/07/los-pinos-historia-de-la-casa-del-proximo-presidente-de-mexico/