Lo absurdo y necesario del lenguaje inclusivx
“Puedo escribir las versas más tristes esta nocha”.
Pablo Neruda
Si atendemos el feminismo, la lengua española encierra un discurso de supremacía masculina en su gramática y en su léxico. Por esta razón, se requiere un cambio lingüístico que no excluya a la mujer y donde las generalizaciones sean, en efecto, neutrales.
Un ejemplo de sexismo en el idioma español es cuando decimos “vengan todos”, porque estamos invisibilizando a las mujeres. El lenguaje inclusivo propone que en cambio digamos “vengan todes” (ni “todas” ni “todos”) o que digamos “gatites” en vez de “gatitos”. En suma, para el lenguaje inclusivo, incluyente o no sexista, el uso del plural masculino es excluyente.
Las relaciones de poder que reflejan las palabras
La agenda feminista ha retomado una cuestión que desde hace siglos interesa a disciplinas como la lingüística y la antropología: la manera en que una lengua refleja la propia cultura y la idiosincrasia de sus hablantes.
Este movimiento señala que dado que el lenguaje y la sociedad se crean el uno al otro, una “tercera vía neutral” favorece la erradicación del machismo. A partir de ello, se plantea un dialecto donde, para referirnos a más de un amigo escribimos “amigxs”, y donde una mujer puede cambiar el género de las palabras para decir “cuerpa” o “espacia”, según lo que desee expresar.
Las preguntas que me vienen a la mente son: ¿de verdad es insuficiente decir “todas y todos” o “amigos y amigas” para no excluir a las mujeres? ¿Hay que modificar el género de las palabras a placer para dejar en claro una postura política? Y, sobre todo, ¿cuál es la eficacia de esta estrategia política?
Hagamos un comparativo con otros idiomas
Establezcamos algo desde el inicio: el género de las palabras es arbitrario. Para dar cuenta de ello, basta con hacer un comparativo entre distintos idiomas.
Las palabras en español tienen dos géneros: femenino y masculino. En alemán, por otro lado, no existen dos géneros sino tres: femenino, masculino y neutro. Palabras como Mädchen (niña) utilizan el pronombre neutro “das”, lo que significa que una traducción literal al español de das Mädchen sería “lo niña”.
En el francés, por su parte, también existen sólo los géneros femenino y masculino, aunque en muchas ocasiones se utilizan de manera opuesta a la del español: la palabra “periodo” es femenina, entonces decimos “la periode”; la palabra “vagina” es masculina, así que en francés se llama “le vagin”. Así es, literalmente decimos “el vagino”.
El origen de la palabra vagina
A propósito de “vagina”, esta palabra de origen latín es sinónimo de “vaina” o “funda” porque se utilizaba para referirse al estuche de una espada. Sin embargo, como en español su género es femenino, su etimología no se cuestiona.
En fin, la pregunta es: ¿Será posible revertir un discurso de dominación masculina a partir del lenguaje? ¿Habremos de decirle a nuestros hijos: “No, Felipito, no se dice ‘todos’, se dice ‘todes’ y se escribe ‘todxs’”? Y si lo anterior se impartiera como una nueva regla gramatical en la escuela, ¿ésta tendría una trascendencia en la manera de Felipito —y de sus compañeros— de concebir la distinción desigual de sexos?
Táctica y estrategia
Mi cuestionamiento no es hacia el fin, sino hacia el método. Las propuestas del lenguaje inclusivo son imprecisas, porque sustituir “los alumnos” por “el alumnado” deja abierta la pregunta de si más bien deberíamos decir “lo alumnadx”. Nos adentra en un campo donde la utilización de las reglas gramaticales implica una postura política, y promueve cambios superficiales que no disminuyen, en última instancia, el machismo.
Las lenguas vivas se transforman constantemente pero, por lo general, sus cambios no se anticipan ni se promueven, suceden. Principalmente responden a un cambio social, y todo cambio resulta insuficiente si no va acompañado de un nuevo paradigma. Ahí tenemos a Vicente Fox que lo mismo decía “mexicanas y mexicanos” que “lavadoras de dos patas” para referirse a las mujeres.
Una “x” en vez de una “o” es como poner un curita en una fractura
Una “x” en vez de una “o” es como poner un curita en una fractura. Hay que empezar por impulsar una sociedad más incluyente que por ende produzca un lenguaje del mismo modo. No es desdeñable la labor de las feministas por hacer de este mundo un lugar más justo, pero me parece que un dialecto no soluciona problemas de raíz. Se concentra en la forma y no en el fondo, y aunque no nos quita nada utilizarlo, hay que preguntarnos más bien, ¿qué nos aporta su uso?
No quisiera aventurarme a llamarlo una moda pasajera, pero sí me atrevo a decir que es una iniciativa con un alcance limitado. A fin de cuentas, ¿qué hace más machista al español, decir “todos” en vez de “todes” o que el referirse a alguien como “de cascos ligeros” sea sinónimo de una mujer —y de no un hombre— promiscua?
Los hablantes, como siempre, tienen la última palabra.