Stan Lee creó el mundo Marvel, desde la humanización del héroe
Esteban Govea
Tras la muerte de Stan Lee, leyenda del cómic, responsable de la creación de icónicos personajes de la cultura pop contemporánea como Spider-Man, Los Cuatro Fantásticos, los X-Men, los Vengadores, Daredevil, el Increíble Hulk y decenas más, hay algunas reflexiones obligadas en torno a su obra y su tiempo.
Hoy que Marvel ha pasado de ser una editorial al borde de la bancarrota (a mediados de los años 90) a ser parte de un emporio (Disney) que vale miles de millones de dólares, es fácil perder de vista lo que en su tiempo significó la obra de Stan Lee
Los personajes de Stan Lee son los pilares sobre los que está construido el Universo Marvel, tanto en los cómics como en el cine y, aunque hoy los damos por sentados como figuras constantes del panorama cultural, en su tiempo se trató de creaciones que contribuyeron a revolucionar el medio de los cómics.
Nacido Stanley Martin Lieber en 1922, el hombre que habría de convertirse probablemente en el más famoso guionista de cómics, originalmente se dedicó a ello porque tomó un empleo “eventual” como escritor de historietas de la entonces Timely Comics, una pequeña editorial en franco declive, históricamente derrotada en ventas por el gigante DC Comics. El joven Lieber aceptó el empleo en lo que hallaba un trabajo “de verdad”, y adoptó el pseudónimo de Stan Lee por temor a la mala reputación que seguramente conllevaría usar su nombre de nacimiento. No podía saber entonces que estaba equivocado.
Los cómics de las décadas de los 50 y 60 estuvieron marcados por la censura oficial, operada por el rígido órgano que fue la Comic Code Authority. En consecuencia, el contenido violento, sexual y políticamente cuestionable (recordemos la caza de brujas macartista) fue relegado en favor de personajes inocentes, tramas maniqueas y un tono más jovial. Este ambiente político era adverso a los géneros que dos décadas atrás habían dominado, como los cómics de guerra, de terror o de crimen; en cambio, propiciaba el género del superhéroe, en su variante más inocente y colorida, campo en el que DC aventajaba a la entonces Timely Comics.
El primer gran éxito de Stan Lee, el cómic de los Cuatro Fantásticos, publicado en 1961 marcó la tónica de lo que vendría. A diferencia de los personajes superheroicos de su tiempo, los miembros de los Cuatro Fantásticos formaban una familia y, como tal, tenían conflictos personales que eran tratados en el cómic. Este enfoque, que en retrospectiva parece muy simple, constituyó la diferencia. Los personajes de DC eran principalmente super héroes, y sus problemas personales se limitaban casi siempre a la mera protección de su identidad secreta. Los nuevos personajes de Stan Lee mostraban, además de su faceta heroica, una dimensión humana con la que cualquier lector podría empatizar. El Hombre Araña era un adolescente con problemas de dinero y de chicas, Hulk tiene dificultades para controlar su carácter, Daredevil es un hombre ciego con un complejo de culpa…
En suma, la obra de Stan Lee contribuyó al auge de la ahora llamada Edad de Plata del cómic y, sin sospecharlo, revolucionó el noveno arte. En efecto, los posteriores desarrollos de la psicología de los personajes de cómic en la obra, por ejemplo, de Alan Moore, son incomprensibles si uno ignora la influencia del recién finado Stan Lee. Eso sin olvidar que fue justamente un arco del cómic de Amazing Spider-Man (#96-98), siendo Lee editor en jefe, el primero en ser publicado sin ser la autorización del Comic Code Authority, lo que llevó a la revisión de sus lineamientos y a un relajamiento de sus normas.
Stan Lee ha muerto a los 95 años, y su obra, para gusto y pesar de multitudes, ha transformado por completo el panorama cultural de nuestro tiempo. Será recordado por muchos que vivimos por pluma o influencia de Lee su primer acercamiento a la literatura, ¿barata?, sí, ¿vulgar?, quizá, ¿infantil?, casi definitivamente. Pero también imaginativa, vibrante, esperanzadora, poseedora de una dimensión accesible sólo a aquellos que saben que la profundidad de las cosas no es como la de las piscinas, y no se señala por ende con letras rojas en metros y centímetros.