Casanova para hombre, “puta” para mujer
Alguna vez, entre el cotilleo post-laboratorio, algunas compañeras y yo comentábamos sobre cómo es el tan trivial acto de “ligar” en diferentes escenarios. Hablábamos de los escenarios escolar, laboral y, claro, no podía faltar el bar/antro donde por excelencia se conjugan los elementos base para el buen caldo del amor fugaz postmoderno: alcohol, música de moda (reggaetón o pop/rock) y un montón de gente enclaustrada entre cuatro paredes sudorosas. La charla iba bastante fluida y llena de bromas sobre el tema, como se espera una clásica plática entre universitarias, hasta que llegamos al punto de quién hace el primer movimiento.
¿Quién da el primer paso al empezar una relación?
En el escenario del bar describimos (con experiencias jocosas) el proceso de flirteo y todas coincidieron en que el primer acercamiento, que es clave para que el caldo del amor cuaje, lo hacía siempre el hombre. Es evidente que las participantes eran mujeres heterosexuales. La única que protestó ante esa declaración fui yo: argumenté que no entendía por qué necesariamente tenía que ser el chico en cuestión quien se acercara, ya que en muchas ocasiones era quien tomaba la iniciativa. Cabe mencionar que al decir esto me vieron como bicho raro y me dijeron que cómo me atrevía a hacer algo así, que prácticamente me estaba exponiendo a ser rechazada, dado que existía la posibilidad de que yo no le gustara al chico. Esclarecí mi posición al decirles que era exactamente el mismo riesgo que corrían los hombres, al ser quienes se acercaban en primera instancia y que de cualquier manera yo prefería ser quien hiciera el llamado primer movimiento, puesto que era yo quien elegía. De otro modo estoy supeditada a ellos.
Les expliqué que ese fenómeno no sólo se veía en las relaciones ocasionales de bar sino en todos los demás contextos. Es el hombre quien elige a su potencial pareja (corriendo el riesgo de rechazo por supuesto); la mujer sólo ve su oferta y decide si tomar o declinar, pero difícilmente ella toma un rol dominante (o por los menos directamente dominante) en el proceso de “conquista”. Las mujeres no podemos ser straightforward (directas) Aparentemente si tenemos un posición activa también tiene que ser sutil, ya que de otra manera (incluso gustándole al hombre), caeríamos en los estereotipos estúpidos de “fácil”, “puta” o “zorra”. Finalicé con un “prefiero elegir a ser una de las opciones de ellos y conformarme con uno que medio se adecue a mí”.
Lo curioso es que justamente esa era la historia romántica de la mayoría: estaban con sus parejas actuales porque ellos decidieron acercarse. Muchas veces a ellas ni siquiera les agradaban, pero el hombre es dominante y emprende la conquista hasta que las mujeres dicen “ok, no está tan mal y ya hasta lo quiero”. No era lo que realmente querían, pero ellos se esmeraron y ellas se conformaron.
La feminista Marcela Lagarde acota muy bien esta situación en las siguientes palabras: “El sujeto simbólico del amor en diversas culturas y épocas ha sido el hombre y los amantes han sido los hombres. La mujer, cautiva del amor, ha simbolizado a las mujeres cautivas y cautivadas por el amor. Se trata del amor patriarcal y de los amores patriarcales”.
La libertad de elegir y tener una opinión propia ha sido y sigue siendo, motivo de represalias de todo tipo hacia las mujeres que han sido lo suficientemente subversivas para hacerlo. Elegir su potencial pareja es sólo una aguja en el pajar de las miles de situaciones a las que se enfrentan las mujeres todos los días y son subordinadas de una forma tan sutil y socialmente aceptada, que simplemente no nos damos cuenta.