Y sin embargo (el tren de la historia) se mueve
Si la medida es el cambio de raíz y estructural, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) deja mucho que desear. Nunca fue el candidato tradicional de izquierda, socialista. En ningún momento planteó abolir la explotación del hombre por el hombre. Mirar únicamente desde el atalaya ideológico anticapitalista, ayuda a no perder de vista los problemas de fondo, sistémicos, pero igual enceguece algunos aspectos de la realidad política que sin ser esenciales, son de enorme trascendencia para las luchas futuras.
Me refiero a todo aquello que se detona con su arribo al poder, por ejemplo, el fenómeno de politización de amplios sectores populares. La historia no se detiene, ni es complaciente con nadie, hoy el país vive un proceso en el que la política se abre; temas como el salario de los altos funcionarios, que en esencia y de forma incipiente, es cuestionar la desigualdad social, no se discutía públicamente hace seis meses. En las redes socio-digitales ha aumentado el contenido de temas políticos o de interés público.
Lo anterior orilla a la movilización de masas, con posibilidad de organización. El sexenio de Lázaro Cárdenas estuvo marcado por la movilización de sectores populares para refundar el Estado mexicano, aunque de igual forma, la derecha se movilizó y organizó con la fundación del Partido Acción Nacional en 1939. Los próximos seis años, estarán marcados por una polarización social.
Al igual que en Argentina, Venezuela, Bolivia, Brasil, Uruguay, la llegada de gobiernos populistas se dio, producto de un hartazgo por los gobiernos de derecha, pues las transiciones democráticas en América Latina de finales de siglo, se habían quedado en meras alternancias políticas sin modificación al modelo económico social neoliberal. Hoy le tocó al pueblo de México ser protagonista en un cambio de gobierno, que a pesar de no ser anticapitalista, acumula un sabor de triunfo en la memoria colectiva de las izquierdas, tan acostumbradas al dejo de la derrota.
En el mediano plazo sobrevendrá un vacío histórico por el desgaste de los dos grandes referentes de la izquierda mexicana: AMLO y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) como polos de atracción política nacionales, opositores. Toca reconstruir una alternativa nacional de izquierda en nuestro país.
Depositar en las decisiones de AMLO toda la esperanza, es delegar lo que a cada quien nos corresponde, es negarse a ver la oportunidad de transformación que se detona con su arribo al poder. La mirada puesta en el norte ideológico debe complementarse con un horizonte inmediato; fértil para construir organización, contribuir a la politización que empodere a las masas, ya que mirar la coyuntura desde una mirada altiva, en el pedestal ideológico purista, sólo aísla, confina a la marginalidad a quienes con la amargura camuflada de crítica, se aferran a la doliente memoria de la derrota.
Es verdad, toda su crítica es cierta si la despojamos de su dramatismo con que sueltan el veneno, pues en el gobierno de AMLO confluye una parte de la derecha y de la izquierda. Ambigüedad sin la cual jamás hubiese llegado. A pesar de ello, buena parte del pueblo, distintas organizaciones, militantes políticos, hemos apostado por un cambio, y eso no se puede tapar con un dedo, ni con toda la crítica. El tren de la historia sigue su marcha, no le interesa complacer expectativas de nadie, sólo resta abordarlo o mirar su avance.