Matar a un poeta cuando duerme*
Efraín Huerta
1
Le dispararon aquí mismo, mire
Mire y escuche mi sangre en esta arteria,
de abajo arriba, para que la bala llegara al cerebro
y deshiciera bruscamente su genio y su infinito
amor.
(Los chacales erpianos se habían dicho:
“Que sea cuando esté dormido.
Los pobres poetas son muy sensibles…”)
Lo drogaron para matarlo
–porque para las bestias el mejor poeta
es un poeta muerto
Mire cómo ese río se detuvo
Oiga con cuidado la condenatoria palabra
de ceibo joven y el murmullo dolorido
de las maduras palmeras.
Dios de los dioses, qué canallísimos fueron
y qué suciamente manejaron ese crimen.
2
Tan dulce, tan poeta, tan Roque,
tan mi Roquito Dalton.
Mira que te he llorado, camarada, muchas noches.
Óyeme que te he visto aquí, en México, y
recordado
aquella noche de nuestro abrazo en el Tropicana;
las charlas afuera del Habana Libre;
en el Hotel Nacional y las discusiones
con el hermano Óscar Collazos;
la noche de diciembre de 1969 en que subiste
a mi habitación (la 544 del Nacional) a despedirte
para no vernos nunca más.
En una bolsa de papel llevabas un tesorito:
un limón gigante, dos naranjas, un jitomate
y el libro de poemas que me debías.
Pero esta noche de marzo,
a casi un año de que te asesinaron,
ya no tengo más libros tuyos
(sólo la carta que te escribió Retemar
y el poema de Mario Benedetti);
no tengo ya sino unas cuantas lágrimas.
Esta noche nuestra, Roquito,
mi Roquito, siento que un poco
un poco de tu nobilísima sangre salvadora
me corre por alguna vena
en esta conspiración de la vida
por hacer más larga mí agonía.
Pienso ahora en Otto-Rene Castillo,
en Humberto Alvarado y en Javier Heraud,
poetas, combatientes, mutilados.
Hoy quiero vivir más,
no mucho, por tu sonrisa magnifica,
flaco queridísimo,
totalmente vivo:
Roque Dalton
*Poema publicado en 1977, en el poemario Circuito interior, Joaquín Mortiz.