La plaza, de Spota: uno más del 68
La segunda mitad del siglo pasado se caracterizó por una serie de movimientos sociales que dejaron honda huella en la historia nacional, pues desembocaron en cruentas represiones por parte de gobiernos que vieron en riesgo su estabilidad política, tal es el caso del movimiento estudiantil de 1968, que inició con un pleito entre preparatorianos y culminó con la masacre de Tlatelolco.
Hasta ahora mucho se ha escrito, hablado, filmado y pregonado acerca de lo que fue el movimiento y aún más sobre los hechos acaecidos en la Plaza de las Tres Culturas; la misma que Luis Spota describe a la perfección en su libro, La Plaza.
Spota nos narra la historia de Domingo un hombre viudo que pierde a su hija durante la noche de Tlatelolco, Guillermina, Mina, —como a él le gusta llamarle–era su única hija, después de su muerte lo único que deseaba era cobrar venganza. Sin embargo, existen interrogantes que, aunque se dilucidan rápidamente causan intriga y misterio, ¿quién o quiénes son los responsables de los muertos en la plaza?
Después de cavilar una y otra vez Domingo se da cuenta de que es necesario ajustar cuentas con algún funcionario del sexenio pasado, para ello echará mano de un grupo “selecto” de personas que puedan establecer un circuito de vigilancia y seguimiento, para asestar un secuestro casi perfecto.
Los miembros de este grupo selecto se componen de diversas clases sociales y no tienen ningún tipo de formación en acciones guerrilleras y/o terroristas, su único aliciente es el rencor que tienen para con los causantes de la barbarie del 2 de octubre. Después de una constante y ardua vigilancia logran capturar al personaje que desempeñó un papel estratégico en la administración anterior y que, ahora, vivía guarecido en una fortaleza—casi castillo—que lo defendía de todo peligro, aunque no del que le esperaba saliendo una tarde del Club donde acudía puntualmente los jueves. Después de varios días en cautiverio y tortura, Domingo reúne al grupo selecto para conformar lo que ellos llaman el tribunal encargado de juzgar al personaje y decidir que castigo le corresponderá.
El diálogo que establecen se caracteriza por una serie de preguntas que atacan al detenido como dagas en el cuerpo; sin embargo, contrario a lo que se pensaría, el antiguo político se mantiene incólume y contesta todas y cada una de las incógnitas que le plantean manteniendo a flota una tranquilidad admirable y una pasividad inconmensurable, pero lo más sobresaliente del interrogatorio es la versión que el funcionario devela: Tlatelolco fue la trampa en la que cayeron tanto el gobierno como los estudiantes, echando por la borda la imagen que se tenía de México frente a los Juegos Olímpicos.
El diálogo que se establece es bastante extenso, las preguntas que inundan una y otra vez el interrogatorio parecen confundirse con los recuerdos de los secuestradores que, por más respuestas que pretendían encontrar se daban de topes con la pared al darse cuenta que su interlocutor solo hablaba de lo que sabía y contestaba con argumentos todo lo que se le preguntaba. La versión que el personaje –así le llaman Domingo y otros colaboradores–apunta es bastante interesante pues, contrario a lo que se pensaría, no culpa a los estudiantes ni mucho menos a sus dirigentes, sino que señala la participación de “Agentes Externos” que por esos años se dedicaban a mover las cosas por debajo del agua; es necesario recordar que todo lo que acabamos de explicar forma parte de una novela, que incluye tanto ficción como realidad pero que devela una versión distinta del 2 de octubre.
Hoy por hoy, es innegable la participación directa que ejerció el gobierno norteamericano en el movimiento estudiantil a través de la mítica Agencia Central de Inteligencia (CIA), bastaría remitirnos a un texto llamado: Tiempos de Espionaje, publicado por la revista Proceso, en donde se hace mención de las actividades de la CIA en nuestro país a través de su estación y de su red de informantes y colaboradores. Sin embargo, lo que es difícil de comprobar es la participación de otros personajes y/o agentes—tanto nacionales como extranjeros—en el movimiento estudiantil.
Verdad o mentira, las respuestas que intentemos encontrar respecto a lo que ocurrió durante aquella tarde lluviosa de octubre es casi imposible, el pasar de los años y la pérdida de testigos presenciales e información clave del momento, hacen que el pasado se mezcle con la sangre de los caídos en Tlatelolco.
Lo interesante de todo esto sobresale con la aparición de La Plaza en septiembre de 1971, su publicación se vuelve tan polémica que provoca su reedición a causa de la acusación de plagio en contra de Spota, por ciertas figuras de la intelectualidad mexicana. Luis Spota representa a esos escritores que plasman letra a letra su autenticidad en cada uno de sus libros, para Spota es clara su obsesión por desnudar al poder, si analizamos sus obras, pero especialmente La Plaza encontraremos el factor que estamos enunciando, pero sobre todo la calidad que tenía al escribir sus historias, mismas que se vislumbran en la radiografía spotiana como laberintos por descifrar y enigmas por entender.