De una habitación propia a un espacio público propio
Reflexiones sobre el #24A
Cintia Martínez
“Les dije suavemente que bebieran vino y que tuvieran una habitación propia”
Virginia Woolf
Hay un problema fundamental con la imagen de lo femenino, presente en sociedades como la nuestra, me refiero a una necesidad doble, psicótica en algún sentido. Se trata, por un lado, de su enaltecimiento deificado -con figuras como la virgen/madre, aquella dispuesta a la escucha, al amor infinito a cambio de nada- y su opuesto, a condenar por ser su correlato abyecto, el deleznable, oscuro y espeluznante. A este último corresponden representaciones como: la prostituta, la que no se entrega sin pedir algo a cambio, la bruja que amenaza con cambiar la lógica de los hechos sin pedir autorización, la llorona prototipo de la anti madre, entre otras. Ambas caracterizaciones, con todo y sus variantes análogas, son dos caras de una misma moneda, funcionan a la par, como complementos de los modos en los que es lícito vivir a lo largo de inmensa cantidad de culturas.
Gran parte de la intención del feminismo ha sido desarticular ese imaginario por coercitivo. En su lugar, la intención es abrir un claro, un espacio de libertad para que aparezcan las mujeres como personas, con su complejidad, finitud, con todas sus contradicciones y sobre todo, con su vulnerabilidad (condición humana, no sólo femenina).
¿Qué fue el #24A sino el ejemplo de una expresión colectiva de indignación? Fue un ejemplo de ese derecho a aparecer como personas reales, con todo y lo imprevisto que esto contiene. La legítima toma de la palabra y la legítima protesta en espacios públicos ¿no es por lo que llevamos tiempo disputando? Es interesante la intolerancia de muchos de sus espectadores, (hombres y mujeres, de izquierda y de derecha). Se ha acentuado hasta el hartazgo cada detalle de sus “errores”, confundiendo el todo con una de sus partes. Casualmente la atención se ha centrado en las partes menos afortunadas de aquel importante evento político. Me pregunto, ¿herencia de una necesidad de deificar o aborrecer a lo femenino? la respuesta no la daré yo, pero no olvidemos el miedo que acompaña la versión no-divina de la mujer. Es de cuestionarnos, ¿por qué tantas burlas al respecto de los propósitos de la marcha?, la tesis del humor como defensa, quizá nos hace sentido, ¿miedo ante un montón de mujeres?
Creo que este momento es excelente para preguntarnos los motivos por los que -en un país con un promedio de siete mujeres que “aparecen muertas” al día- una marcha a propósito de estas pérdidas, sea puesta en el banquillo de los acusados. ¿Por qué la izquierda puede comprender que en cualquier otra marcha haya infiltrados pero no puede conceder la existencia de grupos radicales que actuaron de igual forma en la movilización #24A?
Marchas pacíficas con saldo limpio, desde aquel complejo primero de diciembre del 2012, resultan tan extrañas como encontrar diamantes pulidos. La reciente vida nacional nos ha invitado a salir a acompañar a los electricistas, los zapatistas, los estudiantes de #YoSoy132, a los padres de Ayotzinapa, y una larga, diversa lista de actores, ¿en qué marcha los principales afectados no van al frente, a la cabeza, sin que nadie interfiera? Virginia Woolf reconoció hace ya un siglo la necesidad de un cuarto propio, para aparecer en el orden familiar como figuras completas. Traslademos esa necesidad al contexto actual y comprendamos por qué es urgente abrir el espacio público a las mujeres como actores políticos, como sujetos de derecho. Me pregunto ¿por qué es tan difícil de comprender esa necesidad?
Cuando un espacio es frágil, es resguardado con recelo. Éste es el caso, el espacio público y personal ganado en esta marcha es más que frágil porque es nuevo y se ha ganado a costa de mucho trabajo, sobre todo trabajo emocional al aceptar que la violencia está en todas partes y ha atravesado el cuerpo. Espacios así requieren mucha fuerza para su resguardo y ésta nunca aparece racionalmente, ¿por qué está tan estigmatizado el enojo del contingente separatista? Tratemos de hacer un esfuerzo por comprender; lo amerita la circunstancia. No se mal interprete, no justifico escenas de violencia absurda (golpes, agresiones, empujones sin sentido; todo ello es cuestionable). Simplemente creo que los acontecimientos son complejos y un acto justo al respecto, es tratar de pensarlos en colectivo con un poco más de detenimiento.
La marcha del domingo estuvo conformada por un grupo de personas pidiendo una vida más digna para todas y todos, tratemos de dejar a un lado la monstruosidad asociada con todo lo femenino cuando éste se manifiesta de modos “no perfectos”. Digo “tratemos de” porque, seamos realistas: es altamente probable que nuestros juicios tomen esos rumbos ¿quién puede huir absolutamente de la tradición?, ¿es eso pretexto para no intentarlo?
Pedir una habitación propia es también tomar la palabra. Hablar es aparecer en el mundo, ¿desde dónde hacerlo si no desde el descontento? ¿Qué movimiento no ha empezado por ahí? La viralización de #MiPrimerAcoso ha acompañado esta marcha. Pasó algo muy importante aquí, no sólo se trató de una revelación colectiva de algunas (tan sólo algunas) de las experiencias más fuertes de violencia sexista que han vivido miles de mujeres desde niñas. Con su expresión, con el desocultamiento de estas experiencias, el acoso se volvió explícitamente un problema de todas y todos.
Nadie ahora puede hacer como “que no pasó nada”, sí pasó y nos pasó. Por si fuera poco, esta catarsis colectiva ha dado pie a la vivencia solidaria del dolor que antes se vivía en la intimidad del secreto. Nuevos lazos de empatía comienzan a tejerse entre mujeres, ¿qué hacemos ahora sin las mujeres que antes rivalizaban entre ellas? Muchos comentarios respecto a dicho hashtag giren en torno a la “victimización de las mujeres”, eso es no comprender lo que está pasando. Victimizarse es no hablar, no salir, no protestar, es aceptar el orden de las cosas, es querer por sobre todas las cosas ser “la más divina”. Al leernos y llorar entre todas frente al monitor, los deseos de ser “la más” quedaron en casa mientras se tomaban las calles.
Hay mucho por hacer, por su puesto. Nos queda aprovechar esta euforia, nos queda la enorme tarea de elaborar todo el dolor que queda pendiente, atorado en sitios más profundos. ¿Hay enojo en medio de todo esto? bueno, cualquiera que haya sido violentado y desee salir de lógicas sadomasoquistas, sentirá enojo, o para usar una palabra más común en la izquierda: indignación ¿Por qué temer a la indignación? Veo, estamos en el momento justo de comenzar a confiar en que el enojo y el dolor desaparecen, si dejan de volverse “cosas que pasaban en un país muy remoto”, entonces podremos mirar los eventos del domingo, y los que vienen (porque esto apenas empieza) con ojos menos arbitrarios.