Lázaro ha muerto, David Bowie no
Gabriel Cruz Zamudio, @GaboCruzZamudio
Era el domingo diez de enero, once y media de la noche. Estaba tirado en el sillón del estudio viendo cosas en YouTube y Sara me preguntó si quería ir a la cama. Antes de contestar vi que en la pantalla mostraban el video Lazarus. Dos días antes, cuando lo lanzaron, no había tenido tiempo para verlo, pero en ese momento se me antojó y contesté: “sí, sólo veo el nuevo video de Bowie”. Me fui a dormir con el shock que seguramente provoca en todos aquellos que lo ven la primera, segunda o las veces que sea.
A la mañana siguiente me levanté a las siete treinta al baño (el mejor lugar para ver las redes sociales) y entre las notificaciones que habían caído por la noche y lo que llevaba la mañana, estaba una, de Belem, que me había etiquetado en el video Black Star, el primero del nuevo disco del camaleón. En la publicación de Facebook, ella recordaba aquel día en que fue lanzado el sencillo; lo habíamos visto y éste generó una larga plática sobre DB y, en general, sobre su carrera, sobre cómo siempre nos sorprendía. Me limité a poner un like y seguí viendo el feis. Poco a poco fueron apareciendo más y más publicaciones donde aparecía el rostro de Bowie con mensajes de “Nos vemos pronto”, hasta que apareció una nota en la que se confirmaba la terrible sospecha que ya me rondaba desde la tercera publicación y aún así pensaba que era una mala broma: David Robert Jones, David Bowie, Ziggy Stardust, The Thin White Duke, Nathan Adler, uno de los artistas que más he admirado y de los que de una u otra forma más me ha influenciado, finalmente había muerto. Me regresé a la publicación donde me habían etiquetado e hice ún comentario. Ya había entendido todo.
No me sorprendió la cadena de reacciones que a lo largo del día se fueron generando. Nuevos fans (claro), montones de memes, videos de todas la épocas de su carrera, gifs de sus trabajos actorales, listas de algunas de sus mejores canciones, biografías y cada uno de los periódicos y revistas en línea dando la noticia que había leído exactamente una hora después de que el hijo del artista la diera a conocer.
Mucha de la gente que conozco no sólo respeta la carrera de Bowie, sino además son grandes admiradores. Esto provocó por supuesto que las pláticas durante el día sobre él y su trabajo no cesaran, pláticas llenas de una triste penumbra. En verdad era triste hablar de alguien que había aportado tanto a la cultura pop y saber que ahora dejaría de hacerlo directamente.
En 1995 estaba entrando a la licenciatura cuando Ángel, un compañero, me recomendó el entonces nuevo disco de DB, 1: Outside. Yo aún no cumplía los veinte y lo que conocía de él era muy básico (eso que llegaba a oír en MTV, en el radio o que de repente el tío Jorge ponía). Hice caso de la recomendación y compré entonces uno de los discos que más movieron mi mundo en esa época. No creía lo que escuchaba, mi universo se había expandido enormemente. La efervescencia creativa que viví esos años le debieron muchísimo a ese disco. Ya no podía dejar de escuchar a Bowie.
Justo un poco después conocí a Héctor, el novio de mi amiga Mónica. Si había un fan de El Duque Blanco, ese era él. A finales de 1997, antes de la matanza de Acteal, la gira del disco Earthling incluyó a México. Yo no podía ir, era un estudihambre y no me alcanzaba, pero Héctor me contó una anécdota que para mi fue casi como haber ido al concierto. Me contó que él, Héctor, había ido a comprar unas postales al Palacio de Bellas Artes (no se porqué andaba específicamente en el centro de la ciudad, pero ahí estaba), al salir del edificio ¡zaz!, se topa con su ídolo de frente. Héctor no sabe qué hacer y lo único que se le ocurre es sacar las postales que lleva y dice: “Mr. Jones, could you sign’em for me?”
Así lo recuerdo. Mónica lo recuerda ligeramente diferente. Nunca pude confirmar si había sido real ni jamás vi autógrafo alguno en ninguna postal. Héctor murió pocos años después de la misma enfermedad que su ídolo. Apenas ayer me encontré con Fernando Aceves, el fotógrafo que acompañó toda la visita de David Bowie en México, en el restaurante El Convite, y mientras charlábamos le conté la anécdota. Fer sólo me dijo: “Ah sí. Fuimos a Bellas Artes. Tal vez sí fue así”.
Supongo que para mucha gente, como para mí, Bowie es una constante invitación a revisarnos, reinventarnos. Bowie siempre me pareció el Picasso de la segunda mitad del S. XX, el artista de renacimiento que, inconforme, buscaba siempre lo que había adelante. El creador que diluyó esa pared (que algunos insisten en preservar) que divide a la cultura pop de la académica. La referencia obligada para cualquier creativo vanguardista.
Aunque es imprescindible revisar cada uno de sus discos, letras, personajes, películas, vestuarios, dibujos o pinturas, también es importante echar una mirada a todo el material que él mismo inspiró. Las referencias en películas, ya sean directas como en la adaptación al cine de la novela gráfica Watchmen (2009), en la que al inicio de ésta aparece DB fuera del Studio 54; o en The Life Aquatic with Steve Zissou (2004), en la que el músico brasileño Seu Jorge interpreta versiones Bossa Nova de sus clásicos; o los covers que le hicieron a sus canciones todo tipo de músicos, o los discos que produjo, como el Transformer de Lou Reed, quien murió también hace poco más de dos años.
Sí, me duele la partida de este señor. Me duele como si hubiera perdido a un buen amigo, a un maestro, y tal vez como homenaje a él, en vez de escuchar insistentemente su música o ver las películas en las que aparece, seguiré trabajando de la forma en la que él me inspiró desde 1995. No es por intentar destacar como él (sí podías ¡ajá!), es porque el Hombre que Cayó a la Tierra finalmente no fue consumido por ella: él se la tragó.
Cuando platicaba con Aceves, él me contó que Bowie grabó Lazarus muy pocos días antes de su muerte y como el mismo fotógrafo apuntó parafraseando al periodista Brian Merchant: Bowie hizo de su muerte una obra maestra de la ciencia ficción. Pero esta vez Lázaro no se levantó. Ni anduvo.