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A 20 años de la huelga en la UNAM


octaviosolis

20 abril, 2015 @ 6:52 pm

A 20 años de la huelga en la UNAM

@octaviosolis

Este 20 de abril es el aniversario 20 del estallido de la huelga estudiantil que evitó el incremento de cuotas en la Universidad Nacional. Su trascendencia no es menor. El diecinueve de abril de 1999, a eso de las dieciocho, veinte horas, se percibía un ambiente tenso y festivo en varias facultades de la máxima casa de estudios, el motivo: estallar la huelga a las cero horas del veinte de abril, defender la gratuidad educativa.

Ya se han escrito varios libros sobre dicha movilización, organizada en el Consejo General de Huelga (CGH), aunque me interesa resaltar tres cosas que han sido poco valoradas: lo primero es la revaloración de aquella idea de la generación “X”, lo segundo, la expropiación que hizo la élite universitaria de la bandera, que desde 1986 enarboló el movimiento estudiantil, esta es, la defensa de la gratuidad de la educación. Y en tercer lugar, reflexionar a la luz de estos 20 años, sobre la idea y concepción de los liderazgos, a partir de la experiencia del CGH (1999) y posteriormente del #YoSoy132 (2012).

La generación “sin nombre”, grita su lugar en el mundo

Desde que Barnés de Castro asumió la rectoría (enero de 1997), impulsó una serie de reformas que serían conocidas como el “plan Barnés”. El corolario de sus modificaciones a la institución quiso que fuera el incremento de cuotas, aprobado el 15 de marzo de 1999, en el pleno del Consejo Universitario, en una sesión por demás amañada; convocada en el Instituto Nacional de Cardiología. La votación fue mayoritaria a favor, tres votos en contra y cero abstenciones.

En aquellos días al rector le preocupaba más la reacción del Sindicato de Trabajadores de la UNAM (STUNAM), que la del sector estudiantil, pues estaba convencido de que no habría respuesta política por parte de los jóvenes unamitas, más allá de algunos grupos y colectivos, basándose en la falsa idea de que era aquella, una generación absolutamente apática e indiferente a su realidad social. Para sorpresa de la élite universitaria, en tan sólo un mes se organizaría de manera espontanea una pletórica movilización de masas con enormes dimensiones y consecuencias.

Se constituyó así el CGH. El avance del cierre de todas las Escuelas y Facultades fue rápido, aunque algunas como Derecho tardaron varios días. Una vez que ésta dependencia fue tomada, la huelga fue total en lo que respecta a la docencia, y la movilización pasó a las calles.

La definición de la generación “X” surge en los noventa como un intento para ubicar a toda una generación que a pesar de haber nacido aún en el periodo de la Guerra Fría, le tocó crecer en el mundo unipolar, después de la caída del muro de Berlín; del derrumbe de las utopías. La pregunta fue ¿En qué creen estos jóvenes, además de su afición por los videojuegos, las fiestas y los comics? La respuesta fue simple y al mismo tiempo irresponsable: en nada.

La movilización estudiantil fue tan sorpresiva y contundente, que al inicio se llegó a difundir el rumor de que eran azuzados por integrantes del Partido de la Revolución Democrática (PRD), más en concreto por Carlos Imaz, antiguo líder del Consejo Estudiantil Universitario (CEU). A pesar de que sí existió una fuerte corriente política, herencia del CEU, dentro del Consejo General de Huelga (CGH), en unas cuantas semanas se hizo evidente su espontaneidad, la diversidad de posturas al interior del movimiento y la ausencia de un liderazgo hegemónico.

La enorme heterogeneidad ideológica dotó al CGH de una característica propia frente a otros movimientos sociales anteriores. Había desde los simpatizantes y militantes perredistas, hasta los colectivos marxistas más radicales y ultras. Cabe señalar que el lenguaje político que permeó con mayor fuerza entre aquellos jóvenes fue el zapatismo, con aquello de: “aquí no hay líderes”

Con el paso de los meses se identificaron dos grandes tendencias: los ultras y los moderados. Enfrentadas principalmente en los métodos de acción. El paroxismo de sus diferencias tendrá lugar en la expulsión del ala moderada en una de las míticas y maratónicas asambleas del CGH, lo que trajo consigo la radicalización de la huelga, que a la luz de la distancia, resultó en un alto costo para el movimiento estudiantil.

El enorme alud que emergió de aquellas jornadas, sobre todo en los meses de abril a junio de 1999, pudo haber permitido una segunda oportunidad para impulsar una amplia reforma universitaria. La primera se dio en el Congreso Universitario de 1990, consecuencia de la movilización estudiantil de 1986.

Resulta sintomático que en esta última huelga ni siquiera se abrió la posibilidad de un encuentro de esa índole; el desgaste, la dilapidación del tejido social fueron mucho mayores. El único logro, nada menor: evitar la privatización de la educación; aunque pudo haberse logrado aún más.

La salida del terco Barnés de Castro de la rectoría, significó no sólo un reacomodo en la élite universitaria; el grupo de médicos desplaza al de ciencias, sino que modificó su discurso. Ahora los máximos defensores de la gratuidad educativa son los rectores en turno. En gran medida esto se debió a la idea de quitarle las banderas al movimiento estudiantil; desfundar su legitimidad, que después de nueve meses de huelga se encontraba en reflujo.

Es en ejemplos como este cuando se hace evidente la sentencia leninista de que la realidad es más testaruda que uno mismo. Cuando el avance de los acontecimientos y su irreversible transformación de lo real nos dicen que la historia se impone.

Se manejó la promesa de un Congreso Universitario, lo cual sólo sirvió como estratagema para ganar tiempo mientras se sorteaba el nuevo impulso que había adquirido el movimiento por la entrada de la Policía Federal Preventiva (PFP) el seis de febrero de 2000 al campus universitario, promesa que se diluyó definitivamente con la disolución de la Comisión Especial para el Congreso Universitario (CECU) en junio de 2008.

Durante décadas nuestro pueblo ha resistido el embate neoliberal en distintas trincheras, esferas, campos de acción. La UNAM no estuvo exenta de aquella disputa. Vórtice que la llevó a una de sus más severas crisis y de la cual salió fortalecida. Hoy tenemos, incuestionablemente una Universidad que ha sabido trascender aquella falsa dicotomía: educación de masas versus de calidad.

 

Los liderazgos, un debate abierto

Nuestro país carga con una secular tradición de cooptación y represión a los grupos, pero sobre todo, a los líderes opositores a los regímenes en turno. Dicha práctica es signo distintivo del siglo pasado. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), la ejerció sobre todo contra la izquierda política, ahí está el brutal asesinato de Rubén Jaramillo, la cárcel injusta contra Demetrio Vallejo y Valentín Campa, por otro lado, existe una lista larga de personajes que fueron seducidos por el canto de las sirenas. Cómo olvidar aquella respuesta legendaria de la cúpula priista cuando les preguntaban si el PRI tenía escuela de cuadros: “Para qué, si ahí está el Partido Comunista”.

En 1994, con la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) surge un nuevo discurso político, entre sus innovaciones diluye la figura del líder como hasta ese momento se había entendido: “Mandar obedeciendo…las decisiones se toman con el 99% más uno…y… aquí no hay líderes” Dicha narrativa refrescó el lenguaje político de la izquierda no sólo nacional sino incluso mundial. En la huelga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) de 1999, el Consejo General de Huelga (CHG) retomó por completo el discurso zapatista, sobre todo en lo que respecta a la idea de los liderazgos.

El problema hasta ahora no consiste en apropiarse del discurso zapatista, sino en transportar la narrativa, tal cual, a otras experiencias políticas; fuera de su contexto, con la inevitable malinterpretación de la horizontalidad. Malentendida como la homogeneización de los sujetos al interior del movimiento, sin reconocer, pero sobre todo, entender sus diferencias. Como si fuese posible reducir la naturaleza humana a una tira plegable de muñecos de papel, idénticos.

Lo anterior sólo ha provocado una esquizofrenia entre una narrativa que intenta imponerse, y una realidad más necia que cualquiera. Es inevitable que en las diferencias sobresalgan unos frente a otros. Las razones pueden ser varias. La disparidad en la experiencia, los distintos carismas, la elocuencia, la formación intelectual, un mayor compromiso, la trayectoria, por mencionar algunas. Lo único que provoca, un discurso de horizontalidad a ciegas, en el mejor de los casos, es la disociación de los liderazgos naturales e inevitables con respecto a una base social, aunque también, su deformación frente a un proyecto político.

Existe un fuerte prejuicio acerca del significado de los liderazgos en nuestra cultura política, se asume per se, la definición de líder con la de traidor. Preconcepción explicable si partimos de que el uso del lenguaje es más que sintaxis, es historia, práctica social, y México cuenta con una fuerte tradición al respecto. Pero esto no quiere decir que sea justificable, ya que es tarea inevitable de todos los actores al interior del movimiento, trascender el mundo de los prejuicios para avizorar un horizonte más vasto.

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La experiencia en #YoSoy132

Al igual que el CGH en 1999, #YoSoy132 importó el discurso zapatista de la horizontalidad sin un ejercicio crítico, sin partir de una base concreta, real. Sin reconocer que los contextos son distintos, por lo tanto, la praxis del lenguaje también lo es. Se impuso así una narrativa que vetó cualquier tipo de liderazgo, en el sentido estricto de la palabra, mientras al mismo tiempo, aparecieron figuras mediáticas, con un perfil más cercano al protagonismo que a verdaderos dirigentes.

Esto no significa que debamos expulsar el ejercicio de la horizontalidad. Por lo contrario, es en experiencias como el #132 donde se puede y debe renovar la práctica política. Lograrlo atraviesa necesariamente por erradicar los caudillismos; democratizar nuestra cultura política. El problema surge cuando a priori se define que en un movimiento social no hay líderes; como si enunciarlo bastara para disolver mágicamente toda una realidad histórica, sin siquiera discutir a fondo las características básicas que constituyen un liderazgo auténtico. El problema no es la horizontalidad, sino la falta de su definición en el debate público. Lo anterior impidió concretar una organización sólida, donde fuese posible trascender la figura ambigua del vocero.

La imposibilidad de construir una organización estudiantil nacional, evidentemente no sólo se debe a este factor en cuestión, pero fue uno de los tantos que abonaron a ello. La falta de confianza entre aquellos que intentan ponerse de acuerdo para caminar juntos en una travesía política, es un mal augurio, aunque también, explicable; la diversidad ideológica, las dimensiones del movimiento, las condiciones históricas, iniciar todo desde nada, la fugacidad de la coyuntura, son elementos que pesan, prejuician, delimitan la construcción política de mayor alcance.

En esta ocasión pesó sobremanera el choque de distintas tradiciones políticas, no sólo de las diversas universidades públicas, sino también de las privadas. Divergencias que bifurcaron la práctica política, el lenguaje, además de que mostraron las diferencias ideológicas al interior de #YoSoy132, soterradas por una inercia coyuntural, que exigió de sus integrantes omisión para mantener la unidad; la ausencia de un debate teórico fue un tanque de oxígeno para el movimiento, fue acertado en el corto plazo, pero con un alto precio a largo plazo.

Sé que hablar de líderes en estos tiempos es políticamente incorrecto, pero no por ello innecesario. El surgimiento de liderazgos con arraigo social, pero sobre todo, definidos sobre la base de un programa ideológico claro, permite acotar y responsabilizar a quienes tienen una representatividad política. Por otro lado, su cooptación, o de plano traición al proyecto, resulta intrascendente a partir de mecanismos, reconocidos por todos, de renovación y sustitución de representantes al interior del movimiento.

Si el punto de partida fuese: aquí hay líderes, mas no caudillos, representantes que entregan cuentas y se deben a un programa político, mas no oportunistas. Dirigentes reconocidos a partir de coordenadas históricas definidas en una discusión teórica que rebasa los simples posicionamientos coyunturales. Entonces la horizontalidad sería un pivote y no sólo demagogia. Pero lograr esto requiere más que voluntarismo, es fruto de un ejercicio crítico, de discusión de las ideas.

Cuando iniciaron las movilizaciones de #YoSoy132 distintas utopías parecieron posibles. Mientras se desbordaban las calles todos imaginaron las primeras grandes asambleas estudiantiles. En el momento en que cientos de jóvenes ocuparon distintas plazas públicas para sentarse a escuchar, deliberar sobre lo que había que hacer, se supo que una organización estudiantil nacional era viable. Ya instalada la Asamblea General Interuniversitaria (AGI) se creyó posible detener el tsunami priísta en las elecciones. Hoy se hizo evidente lo difícil que es toparse con las mismas paredes de siempre. Cabe preguntarnos cómo recuperar, más que las utopías, sus posibilidades sobre lo que realmente se tiene; el camino fácil es convertirse en plumíferos, refugiarse en la apología o el panegírico; flaco favor se hace con ello a los movimientos sociales.

20 años ya de aquella huelga. Es importante recuperar la memoria histórica, los logros de una generación que apostó por la defensa de la gratuidad educativa en México, pero hacerlo además, con la intención de acumular la experiencia para evitar repetir los mismos errores. Ya que ninguna izquierda mexicana ha sido capaz de conformar una escuela de cuadros que preserve la memoria, la experiencia política de generación en generación; el camino por ahora es el firme debate de las ideas.

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Imagen: PartidoComunistadeMéxico                                  www.revistaconsideraciones.com

 

 

huelga unam cgh 1999
Imagen: Internet www.revistaconsideraciones.com

Sociólogo y Comunicólogo por la FCPyS de la UNAM. Autor del libro Epifanía política y El fin de una era en la UNAM. Twitter @octaviosolis