Las muchas utopías del poeta Galeano
“Otros fuegos arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear
y quien se acerca, se enciende”.
Eduardo Galeano
Manuel Hernández Borbolla
La discusión de aquella mañana, hizo inevitable hablar sobre la extinción de los grandes poetas y la erosión de la imaginación en el mundo. Defensor de causas imposibles, me sentí acorralado cuando un compañero de clase me preguntó de manera directa qué poeta de gran talante quedaba todavía con vida. “¡Eduardo Galeano!”, respondí yo por reflejo, casi como un presagio. Quizá los versos no eran su fuerte, pero la poesía de su prosa es incuestionable.
Tres días después, murió Galeano. Un tipo luminoso, que vivió siempre con el corazón desbordado, que luchó siempre desde su trinchera por encontrar la justicia perdida en el mundo. Por eso a muchos nos dolió su partida, como quien pierde a un amigo. Su estilo para narrar fue único. Su curiosidad por desentrañar los detalles más pequeños de la vida, los más imperceptibles, le permitió develar grandes verdades sobre la naturaleza humana. Siempre fue un observador curioso, un cronista de esa sustancia misteriosa que le da sentido a la existencia y que se nos escapa en la monotonía de vivir arrastrados por la inercia.
Solo un poeta como Galeano pudo extraer historias maravillosas y entrañables de lo cotidiano. Un alquimista capaz de transformar una simple anécdota en un relato profundo sobre la naturaleza humana. Galeano fue un conocedor de los vicios y las virtudes que nos definen como seres humanos, siempre infinitos, siempre incompletos. Eso explica su aversión natural por la injusticia propia del capitalismo, ese sistema perverso que deshumaniza a las personas para cosificarlas y lucrar con ellas.
Un corazón tan lleno de amor nunca podrá resignarse al dolor fratricida como forma de vida. De ahí su fascinación por vivir de cerca las grandes luchas revolucionarias de América Latina, estar cerca de los oprimidos, escuchar sus cuentos, comprender sus motivaciones como una forma de tender puentes para conectar ese archipiélago de soledades que es la humanidad. Esa fue su muy particular forma de ejercer la libertad y dejarse llevar por esa música del viento que es la vida. Por eso hurgaba bajo los escombros para encontrar esas pequeñas historias que le permitieran reescribir la prosa del mundo, para convertir la angustia en alegría, el oprobio en contento, la infamia en rebeldía.
Galeano tuvo que narrar el mundo para inventar uno nuevo donde todos tuvieran cabida. Y eso fue lo que definió la obra del inolvidable escritor uruguayo, autor de libros de crónicas entrañables donde la realidad resultaba más increíble que cualquier libro de ficción. Así vivió Galeano, siempre dispuesto a inventar utopías para seguir avanzando hacia otro mundo posible, un mundo donde “los nadies” fueran alguien, un mundo donde ese profundo sentimiento de soledad, donde se engendra la vanidad y la ambición, pudiera ser extirpada de la Tierra con un abrazo.
Tan sencillo como eso. Esa fue la utopía que construyó Galeano con su pluma: la de todos los hombres y mujeres fundidos en un solo abrazo. Se nos fue el gran poeta Galeano, quien un buen día decidió abandonar su cuerpo material para poblar la eternidad. Así son los inmortales, quienes se llevan consigo un mar de pequeñas velas encendidas para iluminar la oscuridad. Con esa intensidad ardió Galeano. Lo vamos a extrañar.