El periodismo como oficio y trinchera
El periodismo es una actividad que se aprende por oficio. Como diría Efraín Huerta: “sólo a fuerza de poesía se deja de ser poeta a fuerza.” Su función social resulta de vital importancia para empoderar, a través del análisis y la generación de información, a los ciudadanos frente al abuso y los excesos de quienes ostentan un poder. Aunque su valía no sólo se reduce a ello. El periodismo significa una trinchera; es de combate. Indagar en la “verdad” de las cosas, de los hechos; soportarse en La Crítica representa muchas veces un salto al vacío. Saltar sin red.
Su evolución lo ha convertido en asidero de todo el conocimiento humano posible. La función social del periodismo ha transitado de un ejercicio doctrinario en el siglo XIX, a uno más informativo. Y sobre todo en las últimas décadas, ha pasado de ser instrumento del poder, para convertirse en generador de poder mismo. Es la instancia legitimadora o deslegitimadora por antonomasia. Incluso la prensa opositora puede llegar a servir como medio de legitimación del poder que critica.
En México tenemos dos ejemplos representativos de ello. Por un lado el periódico El Día, fundado en 1962, como una necesidad del presidente López Mateos por mostrar una careta democrática y hasta de “izquierda atinada”, y por el otro, la creación del diario Unomásuno en 1977, en el contexto de la reforma política de ese mismo año, con el objetivo de incluir a la izquierda nacional en el sistema y el discurso político del régimen.
Aunque lo que a mí me interesa resaltar en este espacio, es una de las funciones esenciales del periodismo y que desde hace algunos años ha cumplido con desgana: ser un espacio formativo de nuevas generaciones de escritores, intelectuales, artistas. Es muy raro el caso de un escritor que no se haya iniciado en el ejercicio de la crónica, ensayo o nota periodística. Elías Canetti es uno de ellos. Por lo contrario, la lista de los que sí, es larga y muy variada: García Márquez, Truman Capote, Vargas Llosa, Joseph Roth, Guillermo Prieto, por mencionar algunos.
En México los suplementos culturales se han ungido como el espacio formativo por excelencia. Ahí tenemos el emblemático México en la cultura, del diario Novedades, dirigido por Fernando Benítez, posteriormente llamado La cultura en México aparecido en la revista Siempre, después de que despidieran a su director por un artículo a favor de la Revolución cubana, en 1961. La revista Plural, bajo la égida de Octavio Paz, en el Excélsior de Scherer. En ambos espacios editoriales se iniciaron, o desarrollaron oficio, escritores como Carlos Fuentes, Gabriel Zaid, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Jorge Ibarguengoitia, entre otros.
Hoy no existe, al menos de circulación nacional, un suplemento cultural que cubra esas necesidades; que tenga la capacidad de formar una generación de escritores que representen una innovación literaria, por otro lado, la reseña ha sido suplantada por sinopsis apologéticas o diatribas coléricas. Con la apertura política de finales de los setenta, consecuencia de las distintas luchas sociales, llegaron periódicos que renovaron la fotografía, la caricatura y los diversos géneros periodísticos como la crónica. En nuestros días ese manantial renovador ha disminuido su afluencia.
Ahora más que nunca se hace imprescindible construir espacios alternativos de comunicación, donde se de voz a toda esa realidad social soterrada, asomada apenas en las redes sociales de manera amorfa. Hacer confluir toda esa creatividad innovadora sin oportunidades; asumir el periodismo con la agudeza de investigación de un Manuel Buendía, la rigurosidad de un Granados Chapa, la vocación formativa de un Fernando Benítez, la tenacidad de un Julio Scherer. Sólo así habremos de sentar las bases del periodismo que nos exige este siglo XXI.