Ante el vacío intelectual: las tareas críticas de una nueva generación
Octavio Solís y Alfonso Vázquez Salazar
De las múltiples crisis por las que atraviesa México, la más preocupante de todas es la crisis de las ideas. Vivimos el dramático momento histórico de una nación en el que sus principales referentes intelectuales se encuentran desdibujados, por no decir ausentes: unos suprimidos por una banalidad autoimpuesta, otros cooptados por un sistema político de prebendas que prevalece con los mismos vicios y dinámicas establecidas desde hace setenta años, y finalmente, otros se encuentran muertos por el cumplimiento de ciclos naturales de vida.
La verdad es que en nuestro país, la clase intelectual presenta los mismos síntomas de descomposición que el régimen político imperante. En parte, esta situación es producto de las prácticas monolíticas que han periclitado a la cultura nacional y a sus instituciones.
Vivimos el paroxismo de la descomposición en cada una de las rendijas de la vida nacional. La palabra crisis se ha convertido en adjetivo universal; diagnóstico del todo; sustituta del mundo y mediatizadora del futuro. Ya basta de enumerar las crisis –económica, social, política, cultural, ambiental, de salud– si de lo que se trata es de superarlas todas. Esto sólo será posible si por lo menos se asume el compromiso de resolver una para romper el círculo vicioso en que hemos caído desde hace treinta años y transitar hacia un círculo virtuoso.
El vacío de las ideas, la ausencia de grandes figuras, nos obliga a plantear con urgencia las tareas críticas de una nueva generación que necesariamente tendrá que reconstruir los conceptos y las categorías –labradas por generaciones anteriores– para volver a pensar la realidad desde raíces nuevas e implementar una serie de principios teóricos y prácticos que nos obliguen a bosquejar de manera osada, los horizontes de acción de nuestras propias vidas; a delinear un programa de acción política con el fin de trasformar de forma apremiante la realidad ominosa en la que estamos incrustados.
Con la muerte de Carlos Montemayor, Bolívar Echeverría y Carlos Monsiváis, se hace presente la siniestra sentencia: no hay quien llene el vacío, y no lo hay precisamente porque no nos interesa cubrirlo. Por el contrario, esta oquedad nos hereda la alarmante pero también urgente búsqueda de nuestro propio significado, de hacernos sobre poco o nada. Con brújulas –como la obra de las generaciones de intelectuales que nos anteceden– que apuntan a un mismo sitio donde embarca esa misma realidad decadente, y que hemos aprendido a conocer desde siempre. Lo que requerimos es ir más allá de lo que tenemos.
La generación de los años sesenta y setenta, incluso la de los cincuenta, entendió la decadencia de la Revolución mexicana, se arriesgó a repensar la realidad desde las letras con obras tan indispensables como La Región más transparente o La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, desde la filosofía, con las aportaciones fundamentales que desde el marxismo crítico plantearon pensadores como Carlos Pereyra y Bolívar Echeverría, desde el periodismo con toda la generación agrupada en torno al periódico Excélsior de Julio Scherer, que dio origen al semanario Proceso y a la revista Vuelta, desde las ciencias sociales, con estudios tan decisivos como los llevados a cabo por Pablo González Casanova en La democracia en México y por Ricardo Cinta, y desde el ensayo, como es el caso del recientemente fallecido Carlos Monsiváis.
Todos ellos apuntaron hacia la reconstrucción nacional, postrados en lo poco que existía del modelo revolucionario, que sólo servía al sostenimiento de una clase política en el poder, cuando el país nos pertenece a todos. Hoy, esas ideas de ruptura han sido rebasadas por la realidad misma, que nos afrenta para lograr trascender su estado actual de crisis hacia su propia renovación. Nuestro sentido no es dar ideas para la supuesta reconstrucción de un país en ruinas, ni ofrecerlas para acabarlo de sepultar, nuestra intención es abrir un boquete en el muro carcomido de la cultura oficial que permita el libre juego de las ideas, reivindicando una posición política crítica, que nos devuelva las señas de una identidad perdida.
La muerte de algunos de los más destacados intelectuales de la izquierda mexicana son entonces, algo más que meras desapariciones físicas: son muertes simbólicas a través de las cuales se refleja el estado de una sociedad que no ha renovado a sus élites con la consecuente pérdida de sentido y rumbo en el país. El ejercicio de la política se ha vaciado de contenido deviniendo en total pragmatismo, con la inefable aparición de personajes como Enrique Peña Nieto, monumento a la banalidad política; o la sustitución de auténticos pensadores e intelectuales críticos y comprometidos por meros opinólogos o sofistas mediáticos cuyos nombres no vale la pena siquiera mencionar.
Los miembros de la clase política dominante, que no dirigente, se encuentran rebasados por las circunstancias, y por esta misma razón se muestran impotentes de articular un verdadero proyecto alternativo.
La Revolución mexicana sepultó los dos paradigmas (liberal y conservador) dominantes que se disputaron la nación a lo largo de todo el siglo XIX. Emerge así un nuevo modelo de nación: el nacional revolucionario, que desde hace treinta años se ha descarnado en una lucha feroz contra uno reciente: el neoliberalismo. El primero ha sido desmantelado y rebasado ahora por el avance reciente de nuestra historia; quienes intentan regresar a él, sólo avivan las cenizas con más nostálgica retórica que deseos de renovar nuestro país, el segundo modelo, ha mostrado ineficacia, por lo que sólo nos queda apuntar hacia uno nuevo, que sólo podrá tomar su fuerza suficiente en la renovación real de la sociedad actual.
Si esto no sucede en los próximos años, la crisis será un preámbulo de la inevitable decadencia. México no volverá a crecer jamás en su historia. La Población Económicamente Activa (PEA) se disolverá, y los recursos petroleros se agotarán, al igual que nuestro posible futuro. Estamos ante un envejecimiento institucional, mientras el país cuenta con el mayor número de jóvenes en toda su historia, aunque sin brindarles verdaderas oportunidades.
Ante tal escenario es menester pensar la crisis: una dinámica que se ha planteado desde los últimos cuarenta años, pero quizá ha cobrado mayor significado en las últimas décadas, consecuencia de reconocernos en los límites de la decadencia.
Ante ello, lo que proponemos a manera de esbozo de programa intelectual es, en primer lugar, retomar el ejemplo de generaciones anteriores que en su peculiar momento histórico se dieron a la tarea de pensar críticamente la realidad política, social y cultural de nuestro país bajo coordenadas teóricas claramente definidas: nuestro mayor referente es la generación de intelectuales agrupada bajo la revista Cuadernos Políticos, en la que se hizo como en ninguna otra un esfuerzo realmente enérgico y encomiable por dotar de referentes a la izquierda política para emprender un trabajo organizativo que como en ningún otro periodo se llevó a cabo.
Cabe mencionar a las plumas y a las inteligencias que en ese momento se agrupaban en torno a tan peculiar esfuerzo: Carlos Pereyra, Bolívar Echeverría, Carlos Monsiváis, Ruy Mauro Marini –todos ellos ya muertos–, pero también Arnaldo Córdova y Adolfo Gilly.
Pero ese esfuerzo es insuficiente sin inscribirlo en un horizonte internacional, sobre todo asimilando la experiencia de generaciones y tradiciones intelectuales decisivas en nuestra región continental, como la Generación Crítica del Uruguay, que agrupada alrededor del semanario Marcha, dotó a toda una población latinoamericana las coordenadas para pensarse a sí misma y a su realidad, o los cuadernos de Pasado y Presente de José María Aricó en Argentina; y más aún, retornar a ejemplos clásicos como la revista Amauta de José Carlos Mariátegui.
Así pues, es urgente la fundación de una nueva publicación cultural en la que se perfile una posición crítica que vaya más allá de las posiciones políticas complacientes en las que ahora se regodean las actuales publicaciones de peso cultural como Letras Libres y Nexos. Tales posturas, a saber: la liberal y la socialdemócrata, están ya rebasadas por una realidad que urge alternativas nuevas. Al igual, el dichoso país en ruinas que menciona Replicante es un estribillo absurdo, ya que nuestra nación antes que en ruinas, se encuentra con rumbo equivocado, mal dirigido por la actual élite hegemónica.
Aunado a eso, es sumamente importante establecer nuevamente un vínculo orgánico con la sociedad para que en verdad la cultura y las ideas puedan tener una incidencia real en el plano de la transformación urgente que necesita nuestro país.
Esta tarea imperativa nos lleva a otra: la construcción de una gran agrupación política de la izquierda mexicana. Yendo a contracorriente de lo que muchos opinan, para nosotros el Partido de la Revolución Democrática (PRD) dejó de ser ya el gran partido de la izquierda mexicana: sus miembros solo se dejan llevar por las inercias corporativas y clientelares, cortando de tajo la dinámica de una auténtica movilización popular; además en un partido de izquierda lo fundamental es la discusión de las ideas y éstas no se han planteado con rigor ni mucho menos con seriedad en el período de vida que lleva su existencia: 21 años. Cuando un partido político vinculado con la movilización popular no se plantea en su horizonte de acción inmediata, la dinámica real y dialéctica de la lucha de clases, no es capaz de ofrecer una alternativa sólida y coherente ante la desigualdad social y la causa de su acumulación desesperante. Mas aún, cuando las instituciones se encuentran colapsadas, sujetas a una dinámica electoral fastidiosa en la que lo único que importa es la toma del poder político para subordinarlo a una visión oligárquica y plutocrática de la nación.
Desde 1989 no se ha pensado con rigor y necesidad la idea de la revolución, es necesario volver a retomarla.
México, D. F., Ciudad Universitaria, 4 de agosto de 2010