Gato con Lentes

Palábrasis


octaviosolis

22 noviembre, 2014 @ 11:45 pm

Palábrasis

@octaviosolis

En algunas ocasiones, sobre todo cuando no tengo certeza de hacia dónde me dirijo con el texto, lo primero que me nace plasmar es una palabra que a fuerza de repetirla me obligo a escribirla. Hace un momento revoloteaba en mi cabeza una que preferí enterrar, antes que permitirme el lujo de disparar al aire con un verbo, ¿o tal vez era un sustantivo? ¡Con que no fuese adjetivo!

La verdad es que ni recuerdo lo que era, sólo su insistencia chocante. Opté por sofocarla. No sé, tal vez para no herir a alguien en pleno vuelo. Sobre todo porque una palabra suelta, sin pensarla siquiera, es tanto o más letal que miles de lugers alemanas.

Imagínense cuántas palabras transcurren por el aire, con la fuerza de cada uno de nuestros alientos. ¿Chocarán entre ellas? ¿O acaso se esquivan? ¿Cuándo se rozan, se abollan sus esquinas? No puedo evitar pensar en que algunas se proyectan con más fuerza que otras, hay también las que sin impulso alguno, su única misión en este mundo es la de asesinar.

Tan sólo una tercia puede propinar consuelo a un moribundo. Vibraciones, desvanecimientos a los más sañudos. También se acumulan por montones como en los enormes tiraderos de basura; cientos de miles de millones sin sentido. Mejor hubiese sido no pronunciarlas. Hay las que se erigen como monumentos en la memoria colectiva; frases célebres que se repiten miles de veces por minuto en todo el mundo.

En ocasiones un sí o un no son más que negación o afirmación; reducen al mundo, tú mundo, tú verdad, vida y muerte a dos sílabas, un sonido corto, letal como el zarpazo de una bestia.

Imagen: Internet

Aunque no siempre es así. La mayor parte del tiempo las palabras son instrumento del pensamiento, un deseo, un quejido. Representación gráfica de nuestro malestar, el odio que sólo puede desecharse con zafiedad y vómito de nuestros dolores. O tal vez simple comunicación.

Llenas de grandes paradojas, las palabras acarician o rasguñan. Es tan fácil pronunciarlas; cuesta tanto decirlas cuando se aferran a ellas nuestras entrañas; cual aguijón de abeja.

La Palabra, para algunos tan sagrada; roca inamovible, para otros, morada de traición.

Aunque después de tanto pensarlas, se antoja el tiempo de soñarlas; arrancarles vida, como a un cactus agua y vida breve. Oscilantes, siempre en vigilia. Parecieran hechas para cruzar las aguas que separan lo real de la fantasía, y no conformes con eso, en medio de tan peligroso caudal construyen sus propias ínsulas.

¿Qué sentido tienen las ideas y las letras si no están cargadas de emoción, veneno, y amor?

Oh palabras, hermosas, malditas palabras, misiles aniquiladores de cuantas tiranías se han forjado en este planeta, instigadoras en cantos de sirenas que arrastraban a la locura, envueltas de intriga en tantos palacios, serpientes venenosas en la boca de Cortés cuando instigaba los oídos de Quauthtlaebana. Portentosas ideas que en la mano de Juárez consumaron más batallas que todos los cañones liberales juntos. Aliento y rebelión para Atenas, desprendidas de la boca de Demóstenes; terror para Filipo. Consumatum est.

Palabras trepadoras por balcones como enredaderas, mustias palabras afiladas para atravesar cualquier muro de indiferencia, y tomar el corazón de cualquier doncella.

La frase primera del hijo tan querido. La última de un moribundo. Aquella que nunca llegó.

Por todo esto. Por tanta flama encendida en cada aliento, es que prefiero seguir en busca de aquella que cuando la escriba, sepa perfectamente a donde voy, como un ciego con su lazarillo. Mejor me callo.

 

Sociólogo y Comunicólogo por la FCPyS de la UNAM. Autor del libro Epifanía política y El fin de una era en la UNAM. Twitter @octaviosolis