No se trata de un tema de purismo sino de la naturaleza compositiva de ciertas novelas. Werner Herzog, el gran director alemán, al reflexionar sobre la posibilidad de llevar Pedro Páramo al cine dijo “Es uno de esos bellos escritos donde todo está en el texto… no lo toques… deja la dignidad que el texto tiene”.
Sobre las adaptaciones que este año presenta Netflix de las novelas Pedro Páramo y Cien años de soledad se ha hablado mucho. Por tratarse de dos obras maestras de la literatura, era previsible que los devotos de esas novelas tendrían una mirada aguda.
En realidad, quienes aprecian la calidad de esas obras no esperan una “versión” cinematográfica. Se trata de una extensión a plataformas que acaso termina favoreciendo la divulgación de las novelas. No obstante, ni Rulfo ni García Márquez estaban muy de acuerdo con películas sobre sus novelas.
Rulfo, cuando se filmó la adaptación de Carlos Velo de 1966, dijo: “Pedro Páramo no es para el cine. El cine literario es un fracaso”. Por su parte, García Márquez dijo al canal Film & Arts: “Literatura es literatura y cine es cine. Mis libros son novelas y quedan como novelas. Déjenme escribir películas y déjenme escribir para televisión, y tenerlo como cosas totalmente independientes… La novela deja un margen de creación al lector que no lo deja el cine. La imagen es demasiado impositiva”.
Las adaptaciones que se han hecho de Pedro Páramo, tanto la de Carlos Velo como la que ahora presenta Rodrigo Prieto, tienen sin duda elementos positivos, en fotografía, guión, secuenciación, actuaciones, vestuario, sonido. Lo mismo vale para Cien años de soledad de Alex García López y Laura Mora. Pero el fondo es el mismo: se trata de novelas en las cuales su efecto estético reside en la composición del lenguaje y en aquello que el lector llena con la imaginación.
El ritmo, las aliteraciones, las metáforas, la condensación de frases poéticas, las yuxtaposiciones, la ruptura del tiempo-espacio. Cómo transcribir al cine fragmentos como la ascensión de Remedios la bella: “Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias”, o el fragmento de Pedro Páramo niño despertando del sueño para enterarse que han asesinado a su padre: “En el hidrante las gotas caen una tras otra. Uno oye, salida de la piedra, el agua clara caer sobre el cántaro. Uno oye. Oye rumores; pies que raspan el suelo, que caminan, que van y vienen. Las gotas siguen cayendo sin cesar. El cántaro se desborda haciendo rodar el agua sobre un suelo mojado”.
Es decir, no parece haber posibilidad de traslación en novelas con este tipo de composición. No es el caso de novelas como La naranja mecánica o El Padrino, o muchas otras, cuya dinámica secuencial, naturaleza de los personajes y estructura en general, permitieron una mudanza exitosa. La parte buena es que una plataforma como Netflix permite que estas obras lleguen a millones de nuevos posibles lectores.