¿Se habrán extinguido de esta tierra los poetas?
Yo no nací poeta, y esa es mi maldición. De haber tenido el don de la palabra, todo hubiese resultado muy sencillo; catastrófico, pero sencillo. Dramático, aunque inequívoco. Pues toda mi vida habría quedado resuelta de una vez y para siempre en el destino fatal de esgrimir, tejer, construir mundos con palabras.
De haber reconocido la gracia otorgada por las palabras, pues ellas son las que te eligen, hubiese tenido muy claro mi camino en este pequeño tránsito llamado vida. Un poeta sabe qué hacer con su estancia en este mundo, puede dudar de todo, dolerse todo el tiempo, pero su “residencia en la tierra” es un script de una sólo línea: vivir para contar historias; profetizar.
Déjenme confesarles que desde que tengo 13 años he sabido lo que quiero, pienso que fui bendecido por la vida por el hecho de haberla llenado de contenido desde muy joven. No me quejo, he andado con certeza y convicción: “confieso que he vivido”. Para mi la política es una pasión, la escritura una necesidad, la conversación un goce y un eco de nuestra conciencia en los otros, la lectura una extensión de la vida, la familia un refugio del mundo, la docencia el sentido del conocimiento y una modesta victoria ante la muerte.
Pero en ocasiones me pregunto qué hubiese pasado de haber nacido poeta -a los 18 años supe que no lo era, cuando fundé un periódico escolar y tuve la osadía de publicar algunos versos-, la política sería un animal no domesticado en mi vida, querida desde lejos. Alimentarla, frecuentarla, pero jamás domesticarnos. Como ese amor lejano con la escritura.
Ahora sólo camino acompañado de la necesidad de escribir como en este instante en que arremeto contra el teclado en una fría mañana de agosto, pero este acto de necesidad no llega a ser de entrega, un desvivir, no hay un salto al vacío porque las palabras están desprovistas de promesa. Están en mi, echaron raíces pero no brotaron alas. Sólo los poetas logran el vuelo. Estoy convencido que de toda la condición humana, el poeta es el animal sagrado de nuestra especie, el ser que gravita en la ensoñación, entre dos lagunas ¿o mares? Una salada de realidad y otra dulce de fantasía. Es el profeta que anuncia el porvenir.
De ser bendecido por ese don, tal vez no estaría en el arribo de estos años; son tan celosas las palabras, que le imponen a quien le otorgan su gracia, consumirse en su propio fuego, inmolarse prematuramente, convertirse en una luz incandescente, una ráfaga que se extingue a lo lejos.
Vivimos tiempos oscuros, por tanta pérdida, pero sobre todo, por tanta incertidumbre. Alimentada por la ausencia de poetas. ¿Dónde están? No los que escriben lindo, sino los que preludian verdades, provocan vértigo, sacuden conciencias, anuncian nuevos tiempos.
¿Será acaso, que el lenguaje ha sido astillado en estos recientes formatos donde nos comunicamos sin hacer comunidad, nos identificamos sin tener identidad colectiva, en donde todos somos seguidores y todos tenemos seguidores pero no hay una masa protagonista de su historia, sino un protagonismo en esta historia de archipiélagos binarios?
¿Se habrán extinguido de esta tierra los poetas?
¿Tal vez sea algo más mundano como una crisis de las editoriales, incapaces por revelar talento nuevo?
¿Acaso es un divorcio extraño entre el lenguaje y los poetas, quienes no han encontrado aún, las palabras adecuadas para desnudar esta realidad sofocante?
No dudo en el talento de mi generación. Pero el canto universal, de 400 voces, que como el pan, le pertenece a todos, de verdades infinitas, que desde la voz del poeta se fijan y emanan los anhelos de todos; no lo veo. Hay una separación entre esos nacidos poetas y el pueblo. Tal vez sea que la gente ya no busca esas verdades universales, sólo influenciadores con parcelas prácticas de la vida y esto ha trasminado la propia poesía. No lo sé.
¿Dónde están los Efraín Huerta, Roque Dalton, Gioconda Belli, Gabriela Mistral, Rosario Castellanos, Otto René Castillo, Ernesto Cardenal, César Vallejo, Pablo Neruda, Mario Benedetti, Oliverio Girondo, Miguel Hernández que hablaron por su tiempo y lo fijaron en su canto para siempre?
Y Dios me hizo mujer; Los heraldos negros; El poema 20; Avenida Juárez; Pequeña patria mía; Y sin embargo amor; Oración por Marilyn Monroe; Rostro de vos; Espantapájaros; Elegía a Ramón Sijé; Decir: hacer… Están vigentes y aún nos interpelan, nos estremecen, pero ante todo, son poemas universales, y esa es la cuestión de esta breve reflexión.
La poesía no tiene por qué complacer a nadie, ni responder ante nadie, y mucho menos apegarse a los discursos políticamente correctos, su misión en la vida es irrumpir, subvertir la realidad, incluso se puede ser poeta sin estar del lado de los desposeídos. La poesía ES, sin ideologías, se le ama, como los padres aprendemos el amor de la pureza de un hijo, con toda su violencia e inocencia; intocadas ante el irreductible paso del tiempo.
Pero la realidad actual nos ha dejado como el verso final de Avenida Juárez: “Y lo dejan a uno tirado a media calle, con los oídos despedazados y una arrugada postal de Chapultepec entre los dedos…”
Astillados, sin esa universalidad de la poesía nueva, como un efecto de esta realidad. Tal vez me quedé en la estética del siglo XX, sin poder apreciar, y sin entender que la poesía de hoy se ha rebelado contra esa universalidad poética decimonónica y del siglo pasado. No lo sé.
En las última décadas transitamos de un mundo de grandes utopías a las tecnotopías fragmentadas, en un avispero de verdades conectadas, sin la posibilidad de los grandes discursos que definieron todas las revoluciones pasadas. Para bien y para mal, pues todo sueño civilizatorio engendra sus propios demonios.
La poesía es eterna; en tanto exista nuestra especie humana habrá poetas. El título es una provocación retórica, una licencia no poética pero necesaria, un grito entre tanto ruido digital. Un pretexto para compartirnos la nueva poesía, al menos yo la necesito para susurrar entre dientes: “Vamos patria a caminar, yo te acompaño”, 31 letras, que juntas encierran un mundo. “Hace frío sin ti, pero se vive”, siete palabras inagotables.
Por lo pronto les dejo esta antología personal de algunos poemas que me han acompañado a lo largo de mi vida: 12 poemas.
Pues sí, yo no nací poeta y esa es mi maldición (salvación también de una trágica existencia), pero eso es irrelevante en medio de esta larga noche.
Enrique Herrera
¡Excelente! Gracias, poeta.