Polvo eres… gracias Diego

El 2020 será recordado como el año de la pandemia por un virus que surgió en una ciudad con nombre de sopa oriental. Nadie esperaba que de un plato hondo surgiera lo macabro.

El mismo año, las redes se inundaban de imágenes tan surrealistas que ni Buñuel pudo imaginar: lanchas llenas de gallinas navegando por las calles de Tabasco –como si se tratara de la Venecia tropical de Miguel Ángel–; el mismo año, el presidente de los Estados Unidos se despertó con la notificación, en Twitter, de que para diciembre próximo debía desalojar el sueño americano. El año de los movimientos feministas y en el que más periodistas mexicanos fueron asesinados en la última década.

El 2020 fue el año del último tango del Diego; fue el año en que el mundo paró con el pecho la noticia de la muerte de Diego. Ya fuera en las butacas de la biblioteca de Harvard o en las tribunas del estadio Nápoles, o en las calles París o Pekín, en los picaderos de Barcelona o de Villa Fiorito, todos guardamos un minuto de silencio.

En las redes, el acontecimiento tumbó cualquier pronóstico o tendencia.

Mientras Carlos Escolari se preguntaba cómo se gestionaría un funeral de masas en medio de una pandemia, el táctico de la comunicación no verbal, Cuauhtémoc Blanco, mandaba al Pelusa su último centro con un puño de palabras.

En un pacto con la melancolía, Jorge Valdano recordó a Diego en una entrevista de televisión. Como era de suponerse, no escatimó en elogios, pero tampoco en lágrimas.

Si los seguidores de la religión maradoniana quieren una respuesta de la muerte, una explicación del por qué se lo llevó, ella debería contestarle con la elegancia de su admirado alter ego mexicano: “fue sin querer queriendo”. Para ser mas claro, quiero decir que no me refiero a Hugo, sino aquel que vivía en un barril de vecindad.

Diego es inmortal porque, aunque abandonó el potrero y su mente nunca salió del barrio, como migrante, en Italia trabajo por años como gladiador hasta que, en el Coliseo Napolitano, fue nombrado el primer conquistador de Europa en tiempos de la Guerra Fría.

Como ícono para los sin techo, seguramente se encontrará contentísimo de estar en los altares de las colonias populares, junto a San Judas y la virgen del Rosario. Poco le importará no tener cabida en las bibliotecas, esos lugares desiertos y fríos, donde habitan las huellas de Borges.

Además, para que el mito no se apague, en cada barrio de Latinoamérica siempre habrá una promesa joven que aspire a ser como él en la cancha, aunque en la realidad termine aspirando otros excesos en las noches interminables del Río de la Plata.

Pese a todo lo que diga el tribunal de la inquisición, gracias por iluminar de magia la oscuridad del fin de siglo, y que pese a la desigualdad te pudimos ver desde un televisor.

Gracias, Diego. Polvo eres y en polvo te convertirás.

 

*Jorge Meneses es Profesor-Investigador de la Universidad del Mar.