El conocimiento no debe imponerse; sólo florece como acto amoroso
Los verdaderos maestros no enseñan; inspiran
El miedo siempre funciona para moldear la conducta humana, pero nunca servirá para inspirar, ni sembrar la pasión por el conocimiento, el miedo es muy eficaz para controlar las acciones, como un condicionante externo, aunque jamás permitirá que emerja desde dentro el gusto por conocer.
El miedo como castigo siempre viene acompañado de su contraparte que es el premio. “Termina de comer o te pego, acábate las verduras y te doy un dulce.” Premio-castigo es la dupla con la que nos han acostumbrado a aprender en el sistema educativo en casi todos sus niveles.
Desde la teoría pedagógica se le llama a eso: conductismo. Ya que pone en el centro de la enseñanza, la respuesta de la conducta humana, el control de las acciones a través de factores externos que nos condicionan.
En esta imagen se simboliza el fracaso educativo. El conocimiento debe ser un acto amoroso o no será. Se debe sembrar el hambre por conocer, para ser y hacer. Esto quiere decir que el deber y el placer se encuentran juntos. Por lo que la labor de los padres y los maestros es, ante todo, inspirar. Sembrar, no imponer. El ejemplo y la congruencia es fundamental para que las palabras echen raíces en el espíritu de cualquier discípulo.
Leer y estudiar, deben ser un acto de alegría en sí mismo. No un medio para obtener un premio, para ser “alguien”, o una reacción por el miedo impuesto. Sobre todo, para darle un mayor y profundo sentido a nuestra vida, a nuestras acciones, para soportar también, las crisis personales cíclicas que el conocimiento nos impone, ya que conocer significa cuestionar y criticarlo todo, incluso nuestros actos.
El conocimiento es una búsqueda no una respuesta. No es un refugio, es un camino en descampado en el que se aprende a caminar acompañado de la utopía.