Crónica y reflexiones de una sobreviviente de Covid-19
Paola Martínez G*
El miércoles en la noche, mientras hacía ejercicio en mi casa, sentí que algo raro pasaba, pues me dolieron las articulaciones y me sentí un poco cansada, pero no le di mayor importancia. En la madrugada me desperté sintiéndome un poco afiebrada, me levanté a tomar agua, me puse un paño mojado en la cabeza y me volví a quedar dormida.
Síntomas
En la mañana del jueves me desperté cansada y con dolor de cabeza. Cuando tengo algún malestar, no suelo tomar medicamentos de manera inmediata así que, al ver que no tenía fiebre consideré que no era nada grave. Me conecté a un curso durante cuatro horas; noté que me costó trabajo concentrarme, el dolor de cabeza se había hecho más intenso, tenía los pies fríos y para cuando mi curso acabó, tenía escalofríos y las articulaciones me dolían nuevamente.
Como no tenía hambre, preferí meterme a la cama y dormir un rato; dormí tres horas, vestida, tapada con dos cobijas y con calcetas de invierno. A las 5 de la tarde me despertó una llamada, me di cuenta de que seguía teniendo escalofríos y que mis pies seguían congelados.
En la tarde-noche, aunque seguía sin tener hambre me levanté a comer y tomar agua, pensando que eran cosas básicas que no podía dejar de hacer. Para entonces, al dolor de articulaciones y de cabeza se había sumado el dolor muscular; me sentía como cuando se está adolorido por una pesada rutina en el gimnasio.
Recrudecimiento de los síntomas
Me acosté en el sillón a ver una película y me volví a quedar dormida. Cuando desperté ya no me forcé a cenar, sino que me fui directo a mi cama, pues me sentía muy mal. En la madrugada me volvió a despertar la fiebre, me dolía todo el cuerpo y me sentía un poco desorientada; ahora sí me tomé la temperatura y me levanté a tomar el primer paracetamol que encontré en el botiquín, me desvestí completamente y me puse paños mojados en la cabeza y varias partes del cuerpo. Así me quedé dormida.
Negación
El viernes desperté cansada, me seguían doliendo las articulaciones y la cabeza, pero no tenía fiebre. Me negaba a ponerle nombre a lo que me estaba pasando, aunque estaba segura de que un resfriado no era, pues conozco cómo reacciona mi cuerpo y lo que estaba sintiendo era nuevo para mí.
Diagnóstico Covid-19
Por la tarde- noche volvió la fiebre, y a los malestares ya mencionados se sumó el dolor en la espalda, como si me hubiera quemado por asolearme. El sábado me decidí a registrarme y hacer el test de Covid-19 (https://test.covid19.cdmx.gob.mx), me asignaron un folio y con base en mis respuestas el resultado fue:
“Tienes un riesgo alto de tener COVID-19. Sin embargo, tus síntomas no indican hospitalización. Por el momento, te pedimos permanezcas en aislamiento y tomes medidas preventivas: -Lávate las manos frecuentemente. – Evita lugares concurridos. – Usa cubre bocas. Si cambian tus síntomas, de inmediato vuelve a ingresar a este portal web o envía “Covid19” al 51515 para contestar de nuevo este cuestionario; también tienes la opción de marcar a Locatel al 56581111. Le daremos seguimiento el día de mañana a tu caso con el número de folio que aparece en pantalla”.
Seguimiento
Efectivamente, los siguientes tres días me llamaron de mi Alcaldía para monitorear mis síntomas. Insistieron en que, si no tenía factores de riesgo, no debía preocuparme, pues con el paso de los días me sentiría mejor y que sólo debía cuidar mi respiración algo, de por sí, difícil cuando sientes miedo y angustia, aunque meditar me ayudó.
Prueba PCR
Un amigo que es médico me recomendó hacerme la prueba PCR, no estaba segura de hacérmela, hasta el lunes que me desperté con tos y el miedo volvió a invadirme. Decidí hacerme la prueba en un laboratorio privado; me la hicieron en el coche, es una prueba rápida y algo dolorosa, que me entregaron 4 días hábiles después, y la cual salió negativa.
Independientemente del resultado, de lo que estoy segura es que desde el miércoles en la noche que iniciaron los síntomas hasta el domingo tuve: fiebre, dolor de cabeza, desorientación, dolor muscular y de articulaciones, cansancio, dolor en la piel de la espalda y mi respiración profunda no era fluida, sentía que tenía que hacer un leve esfuerzo.
Además de que lloraba a cada rato, algo inusual para mí. El lunes y martes desperté con tos, aunque los demás síntomas fueron desapareciendo. Otra cosa cierta es que nunca he sido enfermiza; en general llevo una vida sana, me alimento bien, he hecho ejercicio toda mi vida y soy disciplinada con mis horarios de sueño. Esos días sentí que mi cuerpo se estaba defendiendo de algo, así lo resumiría.
El apoyo familiar
He cumplido los días de aislamiento. Los demás integrantes de mi familia sólo tuvieron tos, escurrimiento nasal y/o fiebre un día. Sin duda, por encima de mis miedos, estar cerca de mi familia fue la mejor decisión que pude haber tomado; sus cuidados, su cariño y su forma relajada de enfrentar la situación fueron decisivos en mi estado de ánimo y en mi salud. No puedo imaginar lo que debió ser para las primeras personas contagiadas el estar completamente aislados en un hospital.
Compartir la experiencia y algunas reflexiones
Me atrevo a escribir esta vivencia porque pienso que tenemos mucho que aprender todavía, en términos individuales y colectivos, sobre esta nueva enfermedad y sobre sus implicaciones sociales; con relación a las desiguales condiciones sociales en las que se enfrenta y en cuanto a las demandas urgentes por las que debemos pelear. Comparto algunas reflexiones al respecto:
- El miedo y la angustia ante una enfermedad nueva es inevitable, así como es inevitable sentirse vulnerable física y socialmente. En mi caso -y como más de 70 millones de mexicanos- no cuento con ningún tipo de seguridad social[1]. Recordé que mi padre con su salario de obrero textil pudo sostener y dar educación a tres hijos y como toda la familia, nos atendimos en el IMSS tanto en consultas menores, como en operaciones y tratamientos especializados. A mi generación le han tocado otras condiciones, las del trabajo precario, sin estabilidad laboral, sin seguridad social, con jornadas laborales extenuantes y salarios que no alcanzan para cubrir una canasta básica alimentaria (los especialistas hablan de una pérdida del 70% del poder adquisitivo del salario).
- Hace décadas que el trabajo precario llegó a nuestros barrios acompañado de proyectos, prácticas, hábitos y parámetros que impactaron en nuestra salud y forma de vida: Los bosques y parques, a donde la gente solía ir a correr, fueron sustituidos por centros comerciales; sin seguridad social, nos quedamos fuera de los deportivos del IMSS; los campos en donde se jugaba futbol fueron comprados por Coca- Cola o inmobiliarias, que los sustituyeron por fábricas y edificios; Bimbo, Sabritas, Barcel, la comida congelada y los refrescos se volvieron parte de la despensa, y la comida rápida se volvió habitual los fines de semana, además de que, en abonos chiquitos, fuimos entregando nuestros salarios a la fortuna de las familias Salinas Pliego y Coppel Luke (Tiendas Elektra y Coppel). La violencia creciente y la inseguridad fueron llevándonos, también, a vidas recluidas y sedentarias. Mucho trabajo y poco dinero para comer bien, mucho trabajo y poco tiempo para descansar, mucho trabajo y pocas expectativas de vida. Según datos proporcionados por la CEPAL, en México sólo el 20% de la población está bien nutrida, pues los altos índices de pobreza y trabajo informal en el país, van de la mano con una población carente de alimentos o subalimentada.
- Desde el inicio de la Jornada Nacional de Sana Distancia en el país se dieron estimaciones sobre el impacto de la pandemia, cercanos al punto en el que nos encontramos actualmente. Se dijo, por ejemplo, que aproximadamente 250 mil personas serían diagnosticadas positivas a COVID-19, pero en general, 7 de cada 10 personas, contraerían el virus de manera asintomática o presentarían uno o varios síntomas que superarían aislados en casa, y se habló de más de 10 mil personas fallecidas. A tres meses de distancia, queda claro que se necesitaba ganar tiempo para tratar de disminuir el impacto de la pandemia y, principalmente, para adquirir los insumos, equipo e infraestructura médica necesarios para atender a la población. Esto se logró y el sistema de salud no colapsó; sin embargo, más de 23 mil personas fallecidas (y contando) nos confirman que hay impactos inevitables en un país en banca rota, con una población empobrecida, enferma, mal alimentada y cuya mayoría no pudo quedarse en cuarentena.
- Hasta el momento, hay más de 59 mil casos sospechosos de Coronavirus acumulados en el país y más de 251 mil negativos acumulados. Los falsos negativos son comunes y están relacionados con el momento en que se realiza la prueba, se habla de que es más confiable realizarla en los primeros 5 días luego de que se presentan los síntomas, sin embargo, el tiempo de espera para poder acceder a una prueba dificulta esta posibilidad. Y no sólo, también se han reportado casos de personas con todos los síntomas e incluso recibiendo cuidados intensivos que dan negativo. Nos queda mucho tiempo de vivencia y convivencia con este virus, las pruebas disponibles, hasta el momento, todavía presentan resultados muy variables acordes con lo que, hasta ahora, se sabe científicamente sobre el virus y el desarrollo de la enfermedad[2]. En este sentido, efectivamente, la utilidad de la prueba es mínima, pero es el miedo el que nos lleva a querer realizarla[3].
- La semana pasada (martes 16 de junio) el subsecretario de salud, Hugo López-Gatell, hizo referencia de manera más clara a la existencia de un “Covid leve” que produce lo síntomas ya ampliamente conocidos, frente a los cuales las personas pueden recuperarse de forma espontánea porque su sistema inmune contrala o elimina el virus. En este espectro continuo de contacto con el virus, existe también una “forma grave de Covid”, señaló, que se expresa en una pulmonía o daño extenso de los pulmones y que requiere atención hospitalaria. Como ya sabemos, quienes tienen mayores posibilidades de desarrollar esta condición grave, son personas mayores de 60 años o con enfermedades crónicas y, de igual manera, puede haber personas que tengan el virus, pero no desarrollen la enfermedad; es decir, con ningún síntoma. Desafortunadamente, en los medios de comunicación, así como las redes sociales, se prioriza la información alarmista, que ha llevado a la gente a estar al pendiente de las cifras de personas contagiadas y fallecidas, poco se sabe y se destaca sobre los casos recuperados satisfactoriamente sin necesidad de ser hospitalizados; conocer estas experiencias nos daría mayor tranquilidad en cualquier circunstancia.
- A cualquiera nos puede pasar o ya nos pasó, seguimos sin certezas. Nos queda seguir las normas sanitarias, para procurar la salud propia y la de los demás. Y remontar, desde todos los frentes, las condiciones de vida en que hoy nos encontramos. El sistema inmune no es algo que podamos cambiar o fortalecer en poco tiempo y está vinculado a factores no sólo biológicos. En mi vivencia, tengo claro que, si acaso, mi sistema inmune libró una batalla estos días y salió airoso, no es porque me alimente de productos orgánicos -tan de moda en estos días- se lo debo, más bien, a las pequeñas resistencias de mi madre que aprendió a hacer malabares con el poco dinero disponible y que conservó “costumbres de pueblo” que nos inculcaron sanos hábitos alimenticios: fruta y verdura barata comprada en los tianguis; en el supermercado, botanas, refrescos, postres y similares no eran parte de la despensa, eran antojos que se compraban de vez en cuando en la tienda; nada de comida congelada y nulos embutidos; había que cocinar y el pan no podía sustituir a la tortilla. A mi padre le debo otro tanto, por romper con la herencia alcohólica de la familia, ni el alcohol ni el cigarro formaron parte de sus hábitos, tampoco de los nuestros, como sí lo fue el deporte.
- Hoy más que nunca, la lucha es por la salud, la vida y el trabajo. Estos días pensé, particularmente, en los trabajadores y trabajadoras de las maquiladoras en el norte del país quienes han puesto, nuevamente, el ejemplo de esta lucha; en quienes han mantenido su huelga laboral en medio de la pandemia, como las trabajadoras del SUTNOTIMEX y los compañeros del STUACh. Pensé, también, en los compañeros sindicalistas que han perdido la vida a causa del COVID-19 y en cómo se corre el riesgo de resignarnos a la publicación de esquelas sin que esto nos haga reflexionar y actuar, desde nuestras organizaciones sindicales, con respecto a la procuración de la salud y la vida de los trabajadores; en cuanto a la regulación del trabajo a distancia y en la elaboración de protocolos para el regreso seguro a los centros de trabajo.
- La lucha organizada por nuestra salud, trabajo y vida dignos es individual-colectiva e implica las pequeñas resistencias o batallas -económicas, políticas, sociales y culturales-, desde nuestros barrios, comunidades y centros de trabajo, sin las cuales un cambio radical del sistema capitalista es mera fantasía.
*Socióloga, sindicalista y comunista.
Referencias
[1] En otro artículo compartí algunos datos de cómo es que llegamos a esta situación en México: https://revistaconsideraciones.com/2020/03/28/el-coronavirus-hizo-visible-todos-los-males-del-capitalismo/
[2] Se puede consultar lo que, atinadamente, escribe el Dr. Francisco Monroy López de la Facultad de Veterinaria de la UNAM (en Facebook: Paco Monroy), para comprender que una epidemia no se trata sólo de seguir cifras.
[3] Como también se ha difundido estos días, cuando se es sospechoso o se confirma tener Covid-19, contar con un oxímetro digital es más útil y nos daría mayor tranquilidad al medir el porcentaje de oxigeno en la sangre y poder prevenir problemas por insuficiencia respiratoria.