La memoria cercenada: diez años sin Carlos Monsiváis
Paren las rotativas. Hoy, México se quedará sin revisar*
Cae la noche, la ciudad de México no se distingue, la portentosa mirada que reconocía los movimientos de su imaginario colectivo se ha desvanecido para siempre. El pulso de los acontecimientos comenzó a debilitarse, los periódicos se quedaron mudos; la tinta, que antes brillaba de tan negra, ahora palidece. Paren las rotativas, el curso de las horas carece ya de registro, el flujo de las décadas extravió su cauce. La escritura sufrió una grieta, la memoria nacional padece hoy una resquebrajadura irreparable.
No habrá ya quién corrija al país, quién revise las últimas pruebas de la realidad nacional; los sucesos se irán así, sin revisar, a las imprentas. México vivirá en un permanente borrador, en una eterna galera en espera del último vistazo. Con la muerte de Carlos Monsiváis nuestro país perdió a su principal testigo, su cronista mayor, su pensador más agudo, su lector más vasto. Detengan las rotativas, las imprentas vacilarán al no reconocer las grafías definitivas. El país se digerirá de otra manera, el periodismo tendrá completamente otro sentido; la ciudad ha perdido a su último habitante escrupuloso.
Al escribir, Monsiváis nos daba la versión inteligente de los hechos, y había que aguardar su nota para sustentar un criterio. Cada acontecimiento aguardaba, nervioso, su escrutinio, y cada libro aspiraba a su aprobación o su rechazo. Desde este momento, las cosas se quedarán sin el estímulo de convertirse en materia de reflexión punzante. Lo general pasará a ser una sucursal de lo inmediato y la crítica, un deporte de dicharacheros; buena parte de lo que suceda se perderá inevitablemente sin la retención y el juicio de Carlos Monsiváis. Su poder de captación cultural integró a México como un centro de constante producción imaginaria, y su profundidad analítica entrevió ese “corpus de la civilización occidental más las aportaciones nacionales e iberoamericanas”. Para decirlo rápido, Monsiváis lo vio casi todo, y sin él, se vuelve difícil tejer los lazos que permiten ubicar a México al interior del devenir de su propia historia.
Sin Monsiváis la vida pública se desajusta, se desubica, se desasosiega. Porque fue el único que iba al día, el que todo lo registró y lo guardó para después ordenarlo. Durante décadas, Monsiváis fue el único capaz de ubicar el sitio exacto que ocupaba una obra artística, un hecho de la economía, la política, la sociedad. Y si la tarea del ilustrado es darle un carácter a las ideas del alto pensamiento, Monsiváis vio también hacia abajo y hacia los lados. Captó el espíritu nacional y admitió sin reservas las manifestaciones diversas de la creación y el pensamiento. Así, tuvo el atino de no distinguir entre alta y baja cultura, priorizando todo aquello que llegó a convertirse en privilegio de las mayorías. Marcel Proust, La Biblia, Dickens, Balzac, los Siglos de Oro, pero también El Santo, Pedro Infante, La Familia Burrón.
Monsiváis ejerció la casi imposible tarea de capturar las expresiones que delinean el perfil de una comunidad en crecimiento. Vio, paso a paso, cómo se fue construyendo nuestra cultura. La historia anterior y la reciente, la literatura, el periodismo, los héroes populares, los grandes movimientos y cambios sociales, la crítica a la transición democrática, la defensa del Estado laico y la diversidad sexual, el cine, la música, la investigación iconográfica, la sátira frente a las ineptitudes del poder, hallaron su portavoz inteligente.
Con Monsiváis, lo significativo dejó de ser anónimo: cada momento de grandeza y ruina tuvo un puntual registro. Sin su opinión, este país quedará velado, disperso, confundido. Sin su pensamiento se vuelve ya irreconciliable el lenguaje y la crítica, la historia y la síntesis. Nadie se detendrá a pepenar los fragmentos que, juntos, son la suma del carácter nacional
Hoy México tiene la memoria cercenada
Se resquebrajó la patria, sus trabes y cimientos se han hendido. Desde este momento, la vida diaria quedó en silencio; ya no habrá quién esté ahí para compilar, editar, corregir. El flujo del tiempo se volverá tan inconsistente que llegará al grado de la niebla. Se interrumpió la contemplación del máximo testigo; en el oculto estudio de la colonia Portales se ha dejado de redactar la versión pública (y también íntima) de la nación. Se acabó la responsabilidad de ir al margen, de cuestionar, de recapitular. Y sobre todo, se ha perdido aquella grata sensación de que Carlos Monsiváis tendría, en algún momento, algo que decir de tal y cual cosa.
No obstante, su propósito cultural, civilizador, se ha venido cumpliendo durante medio siglo de escritura. Omnipresente, Monsiváis reconoció las rutas por donde se podía organizar el resumen de una era. Como Manuel Payno, supo que la escritura es popular o no es nada. En una caricatura, un poema, un bolero, una novela, un discurso político, dilucidó el significado y el lugar de los acontecimientos. Es gracias a él que hemos podido ir identificando una identidad cultural.
Había una maduración, una manera en que los sucesos eran filtrados por una reflexión poderosa, una estrategia para captar lo fundamental, un natural hábito de recepción absoluta. Había una claridad vertiginosa, un sumergimiento ahí donde se hallaban todas las esencias. Hoy, la ciudad no se distingue, la portentosa mirada que reconocía los movimientos de su imaginario colectivo se ha desvanecido para siempre.
Por la tarde del sábado 19 de junio, en el Hospital de Nutrición, ha dejado de existir el último gran soporte de la conciencia nacional. Paren las rotativas, el único intelectual capaz de ordenar las infinitas manifestaciones de la sociedad y sus demonios, ya no está aquí.
*Texto publicado originalmente, el 19 de junio de 2010