La pandemia ha destruido nuestras certezas en el mundo
Enrique Román
Es un hecho que la globalización ha permitido que el COVID-19 se expanda de manera veloz por el planeta entero. La red de relaciones y problemáticas sociales o económicas en un país en la modernidad tardía no son ajenas a otros países, y ahora, ante la actual coyuntura, tampoco lo son ante una pandemia y la crisis de salud pública a nivel global. Hoy más que nunca los sistemas de salud de muchos Estados están poniéndose a prueba para enfrentar el problema y existe el riesgo de que dichos sistemas no puedan sostenerse.
La globalización destruye lo local, acaba con el posicionamiento tradicional. El nuevo orden moderno reflexivo va en estrecha relación con la globalización, donde la ausencia predomina sobre la presencia, al contrario de las sociedades tradicionales en donde se organizaba el tiempo y el espacio.
Los sistemas expertos están en relación con las señales simbólicas, ya que remueven las relaciones sociales de la inmediatez de sus contextos, son logros técnicos que organizan nuestras vidas, no se sabe cómo funcionan, pero naturalmente sabemos que va a funcionar, se les otorga la fiabilidad, por ejemplo, los sistemas tecnológicos, financieros o médicos.
El neoliberalismo, por otra parte, como ideología dominante contemporánea, puso en jaque a los sistemas de salud pública en la medida en que se colocaron sobre la base de regímenes empresariales, es decir, el objetivo del neoliberalismo es mercantilizar la sociedad y nutrir las relaciones entre personas desde el más íntimo individualismo volviéndonos empresarios de nosotros mismos. Los individuos tienen un precio, nos hemos vuelto clientes en lugar de sujetos de derechos.
¿Qué pasa entonces cuando los sistemas expertos fallan? El sociólogo británico, Anthony Giddens, desarrolló de manera brillante el concepto de “seguridad ontológica”. Fenomenológicamente hablando, la vida cotidiana se reproduce cuando ponemos entre paréntesis preguntas de corte existencial sobre quiénes somos o para qué estamos en este mundo, es por eso que damos por hecho que la vida normal se reproduce día a día, la vida cotidiana está sustentada en convenciones e interaccionales observadas por los actores sociales. La conciencia práctica permite que la angustia (existencialmente hablando) se “suspenda” y pueda mantenerse el orden social establecido.
Existe un tipo de fe que permite que haya una coherencia en la vida cotidiana a través de interpretaciones simbólicas de angustias existenciales que exigen elementos emocionales inconscientes. La ontología propuesta se deriva de individuos desprotegidos en donde hay una confianza o fe en que la sociedad pueda satisfacer sus necesidades. La seguridad ontológica permite al individuo “estar en el mundo” y mediante esto enfrentarse a ese mundo, es decir, hay una fe inherente en cuanto a que se sabe que la vida cotidiana funcionará sin alteración alguna y no hay riesgo alguno para la vida individual.
Existencialmente hablando hay hechos dados en cuanto a la identidad de las cosas, personas y el yo. La confianza básica es un mecanismo protector contra riesgos en la interacción social en la vida cotidiana. Los elementos constitutivos con los que nos relacionamos se deben a una aceptación emocional con el “mundo externo” desde la primera infancia, eso es la confianza básica. De ese modo se origina la identidad del yo, es decir, lo que el individuo dice de sí y sostiene ser en las interacciones sociales. Ese yo se experimenta en relación con el mundo y las cosas por medio de la confianza básica, lo que da origen a la seguridad ontológica.
Actualmente la inseguridad ontológica radica en que la conciencia práctica entró en crisis por la pandemia del COVID-19. Las poblaciones se sienten inseguras por salir a las calles y la vida cotidiana no está siendo como normalmente era. Por ejemplo, cuando el sociólogo canadiense Erving Goffman hablaba de la indiferencia civil, se refería al mantenimiento de actitudes de confianza sistémicas entre personas desconocidas, por ejemplo, al caminar por la calle y sostener miradas. Hasta hoy las medidas de seguridad de “sana distancia” ya no nos permiten ni siquiera acercarnos o incluso ver como “extraño” a quienes no usan cubrebocas o estornudan.
La indiferencia civil es fundamental para la vida cotidiana de la modernidad. Ante esto se entiende que las personas que son desconocidas para nosotros merecen respeto cuando se les visibiliza, es decir, hay un contrato de reconocimiento y protección a través de ritos que mantienen el orden civilizatorio. Los gestos corporales, miradas o el lenguaje también son factores que pueden alterar la seguridad ontológica.
La seguridad ontológica también implica que cuestiones existenciales a nivel inconsciente y de conciencia práctica tengan respuestas. Siguiendo los planteamientos del filósofo danés Søren Kierkegaard, la libertad es aquella en donde hay una compresión ontológica de la realidad externa y de la identidad propia, por eso la angustia nace de la capacidad de antelación ante hechos derivados de la fe en donde existen personas y objetos que implican seguridad ontológica, esto es, hay posibilidades futuras a las que nos debemos de enfrentar.
Probablemente el hecho mismo de alterar la vida cotidiana es lo que va a repercutir a largo plazo en los individuos, el sentimiento de inseguridad ahora se traslada al cuerpo mismo por el contagio que se pueda dar entre personas, por lo tanto, su estar en el mundo, y, el ser mismo, se vuelve confuso, como una sensación en la que el autopercibimiento se vuelve letal por el riesgo de pensarse como contagiado y el riesgo de contagiar a otras personas. Asimismo, la seguridad ontológica, entendida como la rutinización de reciprocidad social basada en la confianza se ha roto por completo, de ahí que, por ejemplo, haya más casos de ansiedad, depresión o violencia. No hay confianza en la vida cotidiana.
Esto podría desembocar en ausencia de normas que regulen la vida social, desembocando no solo en la desconfianza básica individual, sino en el conjunto total de actores sociales y sus instituciones. Habrá que buscar nuevas formas de socialización y que la seguridad ontológica prevalezca con todo y “sana distancia”, ahí tenemos un nuevo reto como individuos de la modernidad tardía y el funcionamiento de la vida social.