La triple tristeza de morirse en tiempos de Coronavirus
A la memoria de mi estimado amigo Zatto Luna,
cuadro histórico del sindicalismo universitario.
La pérdida de un ser que amamos
Perder a un ser que estimamos, admiramos o amamos es en sí mismo doloroso y triste. Genera un vacío, una pérdida; no hay otro camino para sublimar el dolor que asumir el duelo. Pero perder a alguien que amamos en estos días de pandemia, es aún más difícil el camino del duelo, pues se suma una doble tristeza.
Vivir el duelo en soledad
Superar la muerte de un ser querido obliga ciertos rituales establecidos según la cultura en la que vivimos. En el México contemporáneo sobrellevamos la pérdida con el ritual de velar a quien ha partido. Es decir, acompañar a los que sufren profundamente la muerte del fallecido. Estar cerca, darle un abrazo, un consuelo aunque sea en silencio, pues muchas veces no hay nada que decir.
Hoy ya estamos en la fase tres de la contingencia sanitaria por Covid-19. Las medidas de cuarentena obligan mayores restricciones. Hoy me entero de la muerte de un amigo, con el que aprendí bastante sobre sindicalismo: José Antulio César Zatto Luna, un cuadro histórico del sindicalismo universitario, quien por cierto me regaló hace años el libro de Sun Tzu, El arte de la guerra, mientras me decía: “Has elegido la política, bueno, pues prepárate para la guerra, con inteligencia.”
Y sí, me duele saber su muerte, pero a ello se suma la tristeza de no poder acompañar a su familia, ni darle el último adiós. Hasta que esto no pase, todas las muertes que acontezcan, las tendremos que llevar cada uno en soledad.
Velamos a nuestros muertos, para vencer a la muerte, para decirle que duele, pero que no estamos solos para enfrentarla, que todos los presentes nos quedamos con un pedazo de aquel que se lleva, para mantener viva su memoria, para compartir el recuerdo y vencer con ello el dolor. Recibir un abrazo, escuchar las palabras de consuelo, hacer comunión entre los vivos, aísla la muerte.
El estigma de la muerte
Morir en estos días de pandemia, alimenta la sombra de la muerte que se cierne sobre todas y todos nosotros. Es verdad que hay un mayor número de muertes por muchas otras causas en nuestro país, pero nunca nos habíamos detenido a pensar todos los días sobre la vulnerabilidad de la vida. Ver crecer día con día los números de las estadísticas de los fallecidos por un virus que seguro matará menos personas que la violencia por el narcotráfico, mientras estamos confinados, sin salir, sin retomar la vida diaria para distraernos, entre pérdida de sentido, tensiones en casa; termina por ser un cóctel difícil de digerir.
Es por eso que enterarnos de las muertes de personas que conocimos o admiramos, en estos días de Covid-19 ahonda la tristeza.
Ahora imaginemos la muerte de un ser querido por Coronavirus. El estigma para la familia, el no despedirse, sin velatorio, directo a la cremación. Hoy nos toca ser más empáticos, no hay otra manera de vencer al enemigo invisible. La muerte será siempre dolorosa, pero de enorme enseñanza. Son días de muerte, sí, pero también son días para la reflexión, para reconocer nuestra vulnerabilidad y crecer con ello. Lo mejor de nosotros surge en soledad y encarando a la muerte.