Sagan, Messi y Harari en tiempos de crisis
Con enorme reconocimiento a otro talentoso
divulgador científico: el Doctor Hugo López-Gatell
Leer al historiador Yuval Noah Harari es como ver jugar a Messi
Un mago que hace de la sencillez un hecho estético. Dentro de la miríada de textos que se ocupan de las repercusiones sociales del Coronavirus, celebramos su inteligencia serena. Una voz que privilegia la evidencia sobre la tentación especulativa; trampa donde, no pocas veces, se empantanan cerebros brillantes (o famosos). Harari es un ejemplo de sensatez y auto control en una circunstancia donde todavía hay muchas más preguntas que datos fidedignos.
En otra crisis mundial, de naturaleza distinta, fuimos testigos del servicio a la humanidad que prestan esos científicos que han nacido con el talento de la comunicación.
Carl Sagan
Carl Sagan, aquel genio, mezcla de poeta y astrónomo, de filósofo y activista, había dejado vacante una plaza protagónica en la divulgación de la ciencia cuando se retiró temprano del mundo en 1996. Sagan fue, probablemente, la figura científica que más contribuyó a la reducción del arsenal atómico de las potencias. Lo hizo con otros, por supuesto, pero promoviendo, como sólo él podía, la dramática hipótesis de “el invierno nuclear”. Su capacidad para seducir audiencias produjo enormes ganancias al Servicio de Radiodifusión Pública (PBS, por sus siglas en inglés), pero algo mucho más importante: efectos espectaculares en las mentes de los militares soviéticos y autoridades de su propio país.
Gorvachov le confesaría personalmente el impacto persuasivo de sus alocuciones. Dio vigor a la denuncia del calentamiento global, un tema aun más controversial en los setenta. Esas denuncias que fueron (y siguen siendo) despreciadas por los lobbistas conservadores, y desestimadas por cierto progresismo que las consideraba preocupaciones pequeño burguesas.
Yuval Harari
Hoy también Harari está en la mesa de noche de algunos líderes mundiales. (Siempre menos de los que uno quisiera, es cierto). Porque, igual que Sagan (y Messi), es un prestidigitador de variables. Es decir: tiene un talento sorprendente para jerarquizar los datos, identificar las conclusiones relevantes que los datos han arrojado sobre la mesa y ofrecernos una síntesis con talento literario. Encarna a Hari Seldon, aquel personaje inolvidable de Asimov que había inventado la “psicohistoria”: enriqueciendo el análisis histórico con la dimensión biológica y sicológica. Por eso late más a prisa el corazón cuando Yuval Harari va a saltar a la cancha. Como el capitán del Barça, ambos simplifican lo que al resto de colegas les toma tortuosos caminos y que, para colmo, pocas veces acaba en gol.
Sagan gustaba de rebajar el antropocentrismo con una mordacidad que causaba shocks anafilácticos a las narrativas dogmáticas. Harari es su mejor heredero. En “Sapiens” y “Homo deus” ha desarmado nuestra constitución como especie. No todos son ingredientes propios, desde luego. E incluso no todos son ingredientes novedosos. Pero la receta es suya. Más que libros, son un par de bofetones. Es, como el astrónomo de Cornell, un magnífico provocador. Porque gusta de presentarnos el esqueleto de la realidad sin los ropajes que le hemos puesto para cubrir sus partes pudendas. Ambos entendieron que no hay mayor herramienta provocadora que la realidad misma.
Mientras hoy pululan textos sobre el Coronavirus donde pareciera que la navaja de Okham debe subordinarse a la pedantería, leer a Harari es como tomarse unas enzimas digestivas. Con más o menos talento, (y conviviendo con pensadores muy capaces, desde luego), hay un número nada despreciable de provocadores endebles. Probablemente porque buscan adaptar la realidad a las teorías que les han dado identidad académica, desdeñando las dificultades del ejercicio inverso, más modesto, pero, por lo general, más contundente.
Allí tenemos al filósofo italiano Giorgio Agamben, que lanzó parrafadas de conclusiones sobre premisas demasiado jóvenes (febrero de 2020), cuando se desconocía casi todo sobre el virus. Poco saludable parece confundir causa con efecto en este momento. O caer en las inercias del antropocentrismo, aunque sean convocadas en favor de la misantropía, de la crítica al autoritarismo o al sistema económico. Harari hizo todo lo contrario, y se anticipó a esta pandemia años atrás, no por adivino, si no por ser un maestro en el manejo de las premisas. Cuando la identidad de un pensador se afinca en la evidencia más que en la ocurrencia, tiene la mitad de la partida filosófica ganada. Otra virtud que lo une con Carl Sagan.
Sobre el Coronavirus, Harari ha escrito varias piezas deliciosas, sin desperdicio. Acá el extracto de una de ellas:
“En este momento de crisis, la batalla crucial está librándose dentro de la propia humanidad. Si la epidemia crea más desunión y desconfianza entre los seres humanos, el virus habrá obtenido su mayor victoria. Cuando los humanos se pelean, los virus se duplican. En cambio, si la epidemia produce una mayor cooperación mundial, esa será una victoria no sólo contra el Coronavirus, sino contra todos los patógenos futuros.”