Covid-19: la amenaza invisible sobre los pueblos de México
La pandemia Covid-19 puede causar estragos serios en los pueblos de México. A diario se leen y se escuchan reclamos sobre la falta de insumos en los hospitales para enfrentar la pandemia; todos los días, los profesionales de la salud padecen el empobrecimiento que los hospitales públicos han sufrido en las últimas décadas; de forma cotidiana, chocamos frontalmente contra el desmantelamiento que, adrede, hicieron los gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, de los servicios sanitarios. En las ciudades padecemos este agravio. Sin embargo, tenemos hospitales, centros de salud, clínicas privadas y hasta asistencia médica telefónica, pero… ¿y los pueblos?
Los pueblos afortunados de la república tienen un centro de salud. En él, pueden encontrar a dos o tres enfermeras, un par de doctores o doctoras que alternen turnos y médicos pasantes. Los pueblos no tan afortunados, tienen una pequeña clínica con un médico que no puede ofrecer atención todos los días. Los otros, la mayoría, no tienen nada. Ni siquiera una farmacia.
Adquirir una mascarilla N-95, las adecuadas para enfrentar la pandemia, es una tarea casi imposible en la capital de México, una de las tres ciudades más grandes del mundo. ¿Qué van a hacer las poblaciones que no tienen siquiera agua potable en sus casas?
Regreso del migrante: un riesgo de contagio
Muchos chiapanecos que radican en Estados Unidos están regresando. Desde que inició el crecimiento de la pandemia en EEUU, los migrantes están sufriendo la falta de trabajo y lo que conlleva tal situación. De pronto, el bienestar que le proporcionaban a sus familias con remesas, se convirtió en una preocupación: ser extranjeros indocumentado en un lugar hostil, se volvió hasta peligroso. Además, los connacionales están viendo morir a sus conocidos. Entonces, muchos decidieron volver; ahí comenzó otro problema. A su vuelta, hicieron lo que, por tradición, los mexicanos siempre hacen: visitar a los padres, a los tíos y a los abuelos, en estos días, los más vulnerables al virus.
En Oaxaca sucede exactamente lo mismo. La falta de empleo y los riesgos sanitarios han hecho volver a una gran cantidad de paisanos. En les resto del país los casos son similares, pero quizá los estados más significativos en esta situación son aquellos que expulsan a mayores cantidades de ciudadanos para buscar una oportunidad laboral en Estados Unidos: Michoacán, Chiapas, Guerrero y Oaxaca.
La imposibilidad de enfrentar médicamente la epidemia ha orillado a los pueblos a actuar de formas poco vistas en sus tradiciones: están cerrando sus caminos.
Los pueblos cierran sus fronteras
En muchas localidades, cuando los migrantes llegan a sus pueblos, se les informa que serán aislados durante 15 días para vigilar que no desarrollen la enfermedad. Ante la inexistencia de pruebas rápidas, esta es una de las formas con la cual tratan de prevenir los contagios. Sin embargo, posiblemente el daño ya esté hecho.
Cuando la UNAM cerró sus puertas, el 17 de marzo, muchos estudiantes indígenas regresaron de inmediato a sus pueblos. Otros, esperaron unos días más y después fueron a pasar la cuarentena con su familia. Aunque en ese momento aún no había contagios comunitarios, hay riesgo. Todavía falta una semana para que, quienes viajaron en ese momento, puedan desarrollar la enfermedad, pues el periodo de incubación tarda en presentarse y, en ocasiones, muchos contagiados son asintomáticos.
En diversas poblaciones, la advertencia fue clara: si regresan, no los dejaremos pasar. En algunas poblaciones de la Sierra Norte de Oaxaca, como San Pedro Yolox o Santiago Lalopa, se les pide, incluso, una constancia médica donde se acredite no “haber contraído esta enfermedad”. Esa constancia, por supuesto, no se puede conseguir.
En las comunidades indígenas de nuestro país se mantiene un profundo respeto por los ancianos y se busca su protección en esta contingencia sanitaria. A diferencia de las grandes ciudades, donde muchas veces los abuelos son aislados como parte de un plan familiar, en las comunidades su presencia indica diversas formas de conocimiento y deferencia. Por ello, muchas poblaciones prefieren cerrar sus fronteras y proteger a toda la población, especialmente a los adultos mayores.
Las autoridades de distintas municipalidades emitieron oficios donde se le invita a los paisanos que radican fuera, a no regresar y permanecer en casa… pero en la casa en donde habitan actualmente. Con esta medida, se espera retrasar o evitar contagios masivos.
Las fiestas patronales también se cancelaron. Los mercados igualmente, los trámites, la asistencia a lugares públicos y los servicios religiosos. Sin embargo, tras más de dos semanas de aislamiento, la realidad de las comunidades es más fuerte que los temores al contagio del Covid-19. Poco a poco, las reglas comienzan a flexibilizarse y se permite el intercambio económico en las plazas, porque muchas familias indígenas sobreviven (sobreviven, sí, sobreviven), con lo poco que pueden vender en los mercados semanales. Hay que vender para comer.
Entre la ignorancia, el miedo y la miseria
La ignorancia es un riesgo sanitario. Mientras en muchos pueblos existen restricciones de paso y hasta toques de queda –como en las costas, donde han cerrado el acceso a las playas o pueblos donde no se deja entrar extranjeros–, en otros, la ignorancia provoca riesgos magníficos. Muchos, muchísimos pueblos, siguen con su rutina y promueven las fiestas anuales, los jaripeos, los torneos deportivos y los bailes multitudinarios. Otros más, han movido apenas unas semanas las actividades previstas, como si la pandemia tuviera una caducidad determinada.
Muchos riesgos para las poblaciones son provocados por el desconocimiento de los elementos científicos alrededor del coronavirus, o por la convicción en fuerzas religiosas. Asimismo, surgen casos ominosos, provocados por el miedo y la ignorancia, de ataques al personal de la salud porque son señalados de ser portadores de “coronavirus”, sin entender efectivamente de lo que se trata. En Nuevo León, un estado que presume de vanguardia, habitantes intentaron incendiar un hospital destinado para la atención Covid-19; en Jalisco, han rociado a médicos y enfermeras con cloro, sin entender los daños que puede provocar su agresión; en Morelos, amenazaron con quemar un hospital y a su directora si aceptan a contagiados, sin entender… sin entender nada. No sólo los coronavirus son peligrosos para la salud.
Los pueblos de México suelen ser muy solidarios. Sin embargo, esta vez quizá no sea suficiente para mantener a raya al virus. En Chiapas, los migrantes que han regresado y no pueden entrar a sus pueblos, pasean por diversas ciudades, esperando poder llegar, por fin, a casa. Lo mismo sucede en otras ciudades. Nadie sabe si quienes intentan llegar a sus pueblos está infectados y no tienen síntomas, si desarrollarán la enfermedad, o si están sanos y no significan un riesgo. Nadie sabe cómo actuar.
Hacer comunidad es la fortaleza de algunos pueblos. En los siguientes días se verá si esta característica de muchas comunidades mexicanas consigue evitar los contagios masivos y, por supuesto, la muerte de su población. Los gobiernos anteriores se encargaron, día con día y de forma sistemática, de acercarles la muerte de muchas formas. La más criminal fue extinguirles las posibilidades de recibir atención médica. Ahora, sin hospitales, insumos médicos y personal sanitario, deberán enfrentar una pandemia que tiene de rodillas a los países más poderosos del planeta.
Indígena zoque se suicida después de contraer Covid-19
[…] Covid-19: la amenaza invisible sobre los pueblos de México […]