Gato con Lentes

Así fue el encuentro entre Motecuhzoma y Cortés


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8 noviembre, 2019 @ 5:51 pm

Así fue el encuentro entre Motecuhzoma y Cortés

La entrada a Tenochtitlan

La mañana del 8 de noviembre de 1519, a hora temprana, llegaron (los españoles y sus aliados) a la calzada que desde Iztapalapa daba acceso a la ciudad por el sur. Como avanzada partió un mensajero indígena, que, corriendo a lo largo del trayecto, iba advirtiendo que todo mundo debería despejar el camino. Al que estorbase el paso se le daría muerte.

En cuanto la calzada estuvo libre, comenzó la procesión. Cortés abría la marcha con su pelotón de jinetes -trece en total-, llevando a su lado a Malintzin. A continuación, venían los de a pie, cuyo número se sigue calculando en trescientos, lo cual viene a corroborar aquello de que sólo uno habría muerto en los encuentros librados. Seguía el contingente de guerreros de los pueblos aliados, que podrían sumar más de cinco mil, y cerraba la marcha una larga procesión de mujeres, las naborías, encargadas de preparar la comida.

Mientras avanzaban, a su lado discurrían centenares de canoas, cuyos ocupantes no querían perderse ese espectáculo insólito. En la retaguardia, jalados por tamemes y esclavos africanos, venían los tiros de campo montados sobre ruedas. Ése sería el momento en que, ante los ojos atónitos de la multitud, apareció la utilidad de la rueda, la gran ausente de las culturas del hemisferio.

Por donde ahora está el metro San Antonio Abad, ahí fue el encuentro

Poco antes de la entrada a la ciudad, se encontraba un pequeño baluarte construido en la isleta de Xoloc: ése fue el lugar del encuentro. Torquemada precisa que, en el sitio exacto, se levantó la ermita de San Antón (hoy día junto a la estación San Antonio Abad del metro).

Motecuhzoma venía en andas

Motecuhzoma venía en andas, siendo descendido en cuanto llegó a corta distancia de los españoles. Lucía un penacho vistoso, cubriéndose con una manta muy rica. Llamó mucho la atención que viniese calzado con unas sandalias, cuya parte superior era de oro, en contraste con Cacama y Cuitláhuac, que caminaban descalzos a su lado, lo mismo que los cerca de doscientos dignatarios que componían el séquito.

Mientras avanzaba, unos servidores con la cabeza muy baja, para evitar mirarle a la cara, barrían el terreno colocando a continuación mantas para evitar que pisase el suelo. Una vez que se encontraron frente a frente, Cortés descabalgó, mientras que Motecuhzoma, Cacama y Cuitláhuac ponían la mano derecha en la tierra y luego se la llevaban a los labios en señal de saludo.

Cortés intentó abrazarlo, pero los parientes lo impidieron; no obstante, consiguió echarle al cuello un collar de cuentas de colores. Realizados esos saludos, se acercaron de doscientos dignatarios, quienes, uno a uno, repetían la misma salutación. Cuando hubieron desfilado todos, Motecuhzoma se dio la media vuelta y, del brazo de Cacama, comenzó a caminar mientras Cuitláhuac ofrecía el suyo a Cortés.

De esa manera, la procesión entró en la ciudad y, mientras andaban, trajeron a Motecuhzoma dos collares que a su vez echó al cuello a Cortés para corresponder a su obsequio. Éste los describe como hechos de huesos de caracol colorado, «que ellos tienen en mucho», y que de cada collar colgaban ocho camarones de oro de tamaño de un jeme.

Se hospedaron en el palacio de Axayácatl

Fueron conducidos directamente al palacio de Axayácatl, padre de Motecuhzoma, el cual había sido acondicionado para albergarlo a él y al ejército completo. Al trasponer el umbral, Motecuhzoma tomó a Cortés de la mano conduciéndolo a una sala donde lo hizo sentar en un estrado que se le tenía preparado y, diciéndole que lo esperase, se retiró.

Bernal señala que cuando Motecuhzoma calculó que ya habrían comido y reposado, volvió trayendo gran cantidad de joyas de oro y plata, y de plumajes y mantas muy ricas que le entregó como presente. A continuación, sentándose a su lado, inició un largo parlamento diciendo que, por sus escrituras, tenían conocimiento de no ser originarios de la tierra que habitaban, sino extranjeros, y que a sus antepasados los había traído un señor que volvió a su lugar de origen, de hacia donde sale el sol; y como ellos decían que venían de esa dirección, se daba cuenta de que eran súbditos de ese señor.

Por tanto, manifestó su disposición a obedecer los mandatos de éste. Acto seguido, le pidió no dar crédito a todo lo que los de Cempoala y Tlaxcala le habrían dicho acerca de él, pues ni las paredes de su casa eran de oro, ni él era un dios y, para enfatizarlo, se alzó la manta diciendo: «véisme aquí que soy de carne y hueso». Evidentemente padecía una gran confusión acerca de los recién llegados y de ese lejano monarca de quien hablaban.

Imagen: Mexicodesconocido.com.mx

Cortés no se esforzó en sacarlo del error; «me que convenía, en especial en hacerle creer que vuestra majestad era a quien ellos esperaban; y con ésto se despidió; e ido, fuimos muy proveídos de muchas gallinas y pan y frutas y otras cosas necesarias, especialmente para el servicio del aposento y de esta manera estuve seis días, muy bien proveído de todo lo necesario, y visitado de muchos de aquellos señores».

A continuación, Motecuhzoma se excusó de que si antes no los había invitado a entrar en la ciudad, ello era para evitar el temor de sus súbditos, a quienes les habían dicho que echaban rayos y relámpagos y que, con los caballos, mataban a muchos hombres, pero que él estaba convencido de que eran hombres mortales muy esforzados, y que les daría de todo lo que tenía. Cortés, en este punto, le expresaría su reconocimiento.

Cortés y Motecuhzoma reían y se hacían bromas

Este es, a grandes líneas, el relato de ambos que coincide en lo fundamental; la variante principal consiste en que Bernal divide en dos la conversación: una parte habría tenido lugar la tarde de la llegada, y la otra, durante la primera visita que efectuaron a Motecuhzoma en su palacio. Agrega, también, algo que resulta interesante: el diálogo habría sido muy cordial, y ambos interlocutores hablaron entre risas, lo cual en Cortés no es de extrañar pues es conocido que, además de poseer un fino sentido del humor era un bromista; pero, en cuanto a Motecuhzoma, cuyo nombre significaba «señor sañudo» y además mantenía una distancia abismal con sus súbditos, el dato no deja de llamar la atención.

Festejaba bromas y reía. Posiblemente fuera ésa la primera oportunidad que se le ofrecía para hacer gala de su sentido del humor; al fin se hallaba frente a alguien que no agachaba la cabeza en su presencia, y con quien podía hablar de igual a igual. Esta es la primera referencia acerca de que Motecuhzoma sabía reír. Además, algo que se advierte en su parlamento, es que no dio muestras de estar enterado de la presencia española en Panamá, lo cual pone de manifiesto que los pochtecas (mercaderes), no llegaban tan al sur en sus correrías.

 

Fragmento del libro

Miralles, Juan, (2001), Hernán Cortés, Inventor de México, Tusquets, México, pp. 157-159.

Artículos realizados por la mesa de redacción de la Revista Consideraciones.