Joker: cine de productor, no de autor
Hay algunos maestros del cine que lo lograrán: superar las expectativas. Recuerdo a mis padres hablándome toda mi infancia de El Padrino, hasta que crecí y vi la I y la II por primera vez. Coppola rebasó el elogio casero desplegando un sinfín de sutilezas y genialidades que solo podían gozarse al confrontar la obra misma y no las descripciones en torno a ella.
Con Joker me sucedió al revés: me pasé toda la película esperando virtudes y genialidades que no encontré en la magnitud anunciada por el mundo. ¡Y no es que no tenga virtudes! Tiene muchas. Ejemplo: uno empatiza francamente con el villano; el lente de la moral se invierte (aunque con esto ha jugado Batman desde su creación, también hay que decirlo). La película es muy buena: crea su reino, te envuelve en su ritmo. Pero quizás es más cautivante en sus formas que en su fondo. Porque finalmente se autocontiene por los mandamientos de la franquicia. Si no quieres spoilers quizás sea mejor que suspendas aquí la lectura.
¿Para qué esa línea final del Joker explicándose sociológicamente a sí mismo? ¿Por qué ese clímax de la metamorfosis grandilocuente? Al dejar de ser un loser, el Joker se traiciona, de paso nos traiciona a nosotros, y las aguas de la historia de siempre vuelven a serenarse después de una promisoria tormenta. Se me ocurre que una buena pregunta para medirla sería: ¿cuál es el riesgo verdadero que asume Joker? Imaginemos otro final: las hordas enloquecidas que han tomado las calles de ciudad Gótica lo descubren en la patrulla… pero en vez de endiosarlo, ¡lo muelen a golpes como el perdedor que es! Sin entender al personaje, sin caer en el dogma, tan arbitrarias y encabronadas como son las hordas. Hubiera sido una joya del cine. Una obra inmortal sobre la naturaleza humana. Es cierto: esto condenaría a Batman al onanismo. Pero bueno, ¿qué quieren? ¿Arte o concesiones? Así que, vayamos con cuidado a la hora de hablar de una “propuesta arriesgada”.
El problema es que la franquicia tiene sus reglas. Y por más que se encuentren modos más sofisticados de presentar al personaje, la franquicia exige moverse en los extremos. Desde esa perspectiva la película no traiciona a nadie: este es el Joker y allí enfrente está Batman (o estará, prepárense para lo que viene: un Batman esquizofrénico de moral más ambigua que nunca). Algunas cosas han cambiado, desde luego: acaso la crudeza creciente de películas como The Purge o series como The Walking dead exigen a los productores de hoy adaptar el mundo binario de los súper héroes a una estética o narrativa más bravas. Una falla de Joker, imperdonable si pretende jugar en las ligas del arte, es que nos explicite tan burdamente el sentido que el espectador debe encontrar por cuenta propia. Es decir: que te remarque con plumón la causalidad al final del túnel (un error más común de lo deseado en el cine: cuando un personaje se ve a sí mismo desde un discurso antropológico y se explica a través de su propia voz). Es decir: ni hablar ya de una obra sobre el sinsentido, que era lo que yo ingenuamente esperaba encontrar. Por lo pronto, por más que cuestione la moral establecida, no es ésta una historia que asuma los riesgos de ocuparse del sinsentido.
En Joker, el esfuerzo justificativo del personaje y del desenlace no nos reserva sorpresas. Se desmoronan entonces las aparentes sutilezas en las que, por un largo periodo, nos hemos creído atrapados. Toda la estética ensamblada con esmero y carácter y que se disfruta, indudablemente, vuelve a ser presa del mandato de la narrativa comercial: “te lo explico por si no lo habías comprendido”. Ahí es cuando se desnuda que no estamos ante un cine de autor, por más esfuerzos que se le aplaudan a Todd Phillips y magias que nos regale Phoenix. Estamos ante un cine de productor, otra vez. Un productor que le ordena al director: “tu valentía termina cuando te imponemos que te adaptes a una edad promedio no mayor de doce años, y cuando te pedimos que tu obra (en este caso el protagonista es la obra) deje el desenlace preparado para la franquicia; y así deberás proceder aunque esto retuerza las propias leyes sicológicas que tú le has impuesto al personaje”.
Hay gente que ha comparado Joker con la obra de Kubrick. Para mí una incapacidad generalizada de manejar cierta dimensión metafísica es lo que deja a Kubrick muy solo. Aunque lo acompaña un puñado de talentosos, ciertamente arriesgados. Uno de ellos es un griego: Yorgos Lanthimos, que en 2017 hizo una obra espantosa, perturbadora, difícil de descifrar, llamada The killing of a sacred deer, junto al personaje terrible (un adolescente). De la película de Lanthimos, el Joker de Phoenix, por más De Niro y violonchelos que lo acompañen, es solo un remedo superior de un viejo conocido.
Está bien, no nos hagamos los mamilas: qué sería de la cultura moderna sin la risa del Joker. De acuerdo, lo acepto. Es más: para acabar en buena onda: esa risa del Joker que ahora, gracias a esta película y la actuación, descollante de Phoenix, ha adquirido un dolor diferente.