21 marzo, 2025 @ 6:26 am

Verónica Zárate Rosales

Quise escribir este texto antes de que la memoria degrade más las sensaciones, las emociones, y las imágenes que el huracán Otis creó en mi percepción; tal vez después vaya romantizando el olor a muerte sostenido en el ambiente por semanas, esa peste a algo, a alguien descomponiéndose, a los seguros gusanos emergiendo del bufete servido con los restos orgánicos acumulados por la falta institucional, “falta” que es medular aquí, los camiones recolectores de basura más ausentes que de costumbre devenidos de cualquier argumento que los gobiernos del año 2023 pudieran argüir. 

La meta no es calificar las acciones del Estado, en cualquiera de sus dimensiones (municipal, estatal, federal) en torno al huracán más poderoso que se haya registrado en el Pacifico y que como escenario mitificador tuviera a un puerto colapsado en los últimos años por variables conocidas como el narcotráfico y la inseguridad, tampoco reluciremos la catástrofe de que haya quienes adjetiven a Acapulco como “decadente”, porque la verdadera epifanía estará en plasmar un pasaje del pensamiento que surgió viendo volar a las moscas en aquellos días, posteriores a Otis, la evidente gloria con la que lo hacían, ejemplares particulares de ellas, tornasoladas negras o verdosas, más brillantes que las que hay en el panteón o en el Mercado Central junto y por encima de las carnes, algunas parecían llevar dietas proteicas, fornidas, seguras, era el clímax de la belleza de una mosca, supongo. Hubo ráfagas de ellas, al mismo tiempo que el abasto de insecticidas y cloro era demasiado pedir, como casi un milagro era el abasto de cualquier producto. Las moscas estaban viviendo su utopía, ellas y los mosquitos, nos cubrían, nos rodeaban, entraban a lo que quedaba de nuestras casas sin nada que los pudiera repeler, sólo nuestras insuficientes manos que, en algún punto, agotadas, dejaban de agitarse para rendirse ante el sueño.

Huracán Otis
Imagen: Verónica zárate

Qué tipo de Estado “efímero” se instauró de facto en Acapulco las horas posteriores a Otis, qué podemos decir del acceso a la justicia, de la capacidad de respuesta de las instituciones, del the rule of law en general ¿Por qué las moscas nos tenían sitiados? Si ellas no son más que débiles bichos, por qué todo el logro social, político, el avance científico generacional se sonrojó de impotencia contemplando nuestros cuerpos carentes de avances. Volvimos, retrocedimos indefensos ante el hambre, la sed, el calor o el frío, ante los insectos.

 En casa no hubo energía eléctrica por un mes, no internet, no pantallas, el fuego de unas velas y veladoras que iban saliendo quién sabe de dónde, y la luna llena más aliada que hubiera podido brillar sobre el desastre nos iluminaron.

 “Imagina que eres un niño de las cavernas, que estamos en una cueva y que recién hemos descubierto el fuego” era la narrativa ante mi hijo.

 Surge entonces la coyuntura

El justo escenario para que una politóloga pudiera encontrar entre las conexiones de su cerebro a Hobbes, Thomas Hobbes y una debutante relación con semejante momento caótico, Otis.

Thomas Hobbes es un personaje que hereda a la ciencia política lo que algunos llaman las bases de la teoría política moderna, incluso hay quienes afirman que la paternidad de dicha ciencia está entre este señor inglés y el aún más conocido Maquiavelo. Hobbes es un personaje que escribe, desde su deseo, toda una propuesta respecto a cómo debe estar organizada la sociedad para vivir en armonía. La perspectiva de este filósofo está ligada, de origen, a la hostilidad del contexto de la Invasión de la Armada Española a Inglaterra, suceso que provocó tal impacto en su madre quien lo trajera a la luz prematuramente y con muchas complicaciones, lo que lo llevó a afirmar que el día en que él nació, su madre había parido gemelos: “el miedo y yo”. Más adelante la Guerra Civil Inglesa terminaría por alimentar en el pensamiento de Hobbes la tesis de que “el hombre” es malo por naturaleza. Partiendo de dicha premisa -La maldad natural del hombre- la teoría hobbesiana afirma que debe existir pues, un árbitro para toda esa iniquidad de los individuos.

Resumidamente, Hobbes propone la necesidad de un Estado fuerte y para ello recurre a una alegoría que se convierte en un icono que da nombre a su obra más importante: El Leviatán, figura que hace alusión a un monstruo bíblico que sólo respetaba a quienes le rendían pleitesía y que en la metáfora de Hobbes está conformado por todas las voluntades individuales de los gobernados, mismos que renuncian a sus “derechos naturales”  y reconocen la autoridad de ese ente regulador quien no es más que un soberano, un Estado. La suma de “las libertades” cedidas de “los ciudadanos” queda sellada en el consenso de un pacto con estipulaciones de legalidad, un contrato social.

Para Hobbes es indispensable que “El Leviatán” esté presente de manera permanente en la sociedad, pues asegura que “El estado de naturaleza” es una amenaza latente que en cualquier oportunidad puede hacerse presente, el pacto se puede quebrantar en un escenario dado y entonces las distinciones, por ejemplo, entre “lo tuyo y lo mío” no existirían, los individuos tomarían las cosas deseadas por la fuerza sin recibir el rigor de “El monopolio de la violencia” pues no habría quien lo ejerciera. Entonces dos de las frases míticas de Hobbes que dan sentido a su visión “apocalíptica” se constatarían:  

“Homo homini lupus”:

El hombre lobo del hombre. (Lo que significa, por naturaleza, un humano para un semejante)

“Bellum ómnium contra omnes”:

La guerra de todos contra todos. (Como se vive en el Estado de naturaleza, como se vive sin la presencia de un soberano)

Vacío del Leviatán

Pues bien, la razón por la que Tomas Hobbes apareció en mis ideas en el contexto Otis, es por las acciones sociales y por algo que llamaremos “vacío del Leviatán”. Por una parte, la innegable falta de presencia de patrullajes y fuerzas armadas, así como del cuerpo burocrático institucional del sector público (ninguna oficina de gobierno abierta prestando servicio), ni la misma secretaría de seguridad, o el sector salud se salvaron de una paralización total, esto en las horas posteriores al huracán, no podría afirmar cuanto duró este “vacío”, en horas, pero podría asegurar como testigo que dicho fenómeno existió. El nivel de la catástrofe natural puso en la mesa las condiciones para que, humanamente, fuera casi imposible ejercer algún tipo de autoridad y orden de justicia positiva.

Rasgos del estado de naturaleza como consecuencia del “vacío del Leviatán”

Si bien hay corrientes un tanto detractoras del estado de naturaleza hobbesiano, pues tildan de fantasiosa la teoría puesto que aseguran que dicho “estado” nunca existió como tal, la realidad es que resulta por lo menos “divertido” encontrar rasgos de dicha tesis en algo tan actual como Otis, recordando los sucesos, las acciones y posturas de “los gobernados” ante el llamado “Vacío del Leviatán” postOtis.

Saqueos

Fue sorprendente la rapidez con la que los establecimientos comerciales fueron saqueados en Acapulco luego de azotar el huracán en su delimitación, la verdad, sin ficcionar, es que no tuvo que pasar ni siquiera un día para que las personas de todas las edades, hombres y mujeres, comenzaran precisamente a dibujar, como si fuera profecía, lo que Hobbes asegura que pasa en cuanto al ámbito de la propiedad privada, en un ambiente donde “el pacto social se ve quebrantado”, el respeto legal o moral por la posesión de bienes materiales tambalea, entonces los individuos se atreven a tomar lo que en un ambiente “normal” no tomarían, pues es establecido que dicha acción, sin eufemismos, sería robar, y que como consecuencia protocolaria habría un castigo.  En el caso Otis, se derriba el muro de la presencia de una figura que castigue, que vigile, entonces los preceptos cotidianos se rompieron, normalmente no se tomaría de una tienda algo sin pagar, no se saldría de un almacén cargando a cuestas con las cosas más surreales imaginadas en el contexto de un desastre natural. Lo esperado sería el hurto famélico, la sustracción de productos de primera necesidad, sin el uso de la violencia. Sin embargo, los límites en cuanto a “lo correcto” de una proporción no definida del total de habitantes perecieron en su totalidad, pues no quedó lugar que pudiera ser “rapiñado” sin serlo.

Hubo una mística social en aquellas conductas, una euforia perceptible, un frenesí que gritaba de alguna manera “libertad” la libertad de hacer lo prohibido, de moler a marros las puertas y las cortinas de las fachadas de cada local o de cada miscelánea, de los grandes centros comerciales, al menos esa es la evidencia que queda con videos e imágenes de ese tiempo. Joyas, electrodomésticos de cualquier tamaño, motocicletas, etc. cada vitrina que el huracán había dejado en pie o cojeando, se asoló por manos humanas para sustraer lo que hubiera en su interior.

En estas acciones la violencia fue un factor implícito, por la fuerza, el más fuerte, quien tomara con más convicción la barreta o el mazo para golpear las cerraduras, quien diera más miedo con su voz se impuso de una manera primigenia, primitiva, estableciendo “La ley del más fuerte”, aquel o aquella a quien no podría despojar la turba de lo que hubiera podido acaparar, si no fue así ¿qué otro modelo de jerarquía pudo haberse aplicado entre las personas rapiñantes? ¿Acaso la cortesía y la formalidad?

Diversidad de anécdotas a partir de los saqueos dejan en el imaginario una estela obvia de condiciones ríspidas entre miembros de la sociedad por dicho tema, incluso rumores de personas que se agredían de tal forma, peleando “los botines”, que llegaban a lastimarse incluso mortalmente. Entonces podríamos acudir ahí a la frase conocida por la que nuestro autor recurrido hubiera dicho ¡bingo! “La guerra de todos contra todos”, -esto es el estado natural ante la falta de un réferi punitivo-.

Patrullajes vecinales y barricadas en las calles

Nunca voy a olvidar a los vecinos de mi calle organizándose para patrullar el área por las noches, la oscuridad que traía el final del día también llegaba con la sensación de que las casas quedaban de alguna manera expuestas a posibles saqueos, la ausencia de efectivos de seguridad de cualquier dimensión en la urbe era el caldo de cultivo necesario para que atropellos de todo tipo pudieran perpetrarse. Algunas viviendas habían quedado con las puertas inservibles, sin cristales en las ventanas, sin muros y fachadas, vulnerables ante aquel panorama de personas aprovechando “el vacío…”. Vi entonces a señores y jóvenes vecinos quienes, sin darse cuenta, ahora fundamentan este texto, son ejemplo de otra máxima hobbesiana, al accionar ante aquella realidad a la que nos estábamos enfrentando: “El hombre lobo del hombre”, el temor a los semejantes, la desconfianza y la aceptación del peligro que representaba en aquel contexto sin “un Leviatán” un par, otro hombre, otra mujer, otro individuo nuevamente ejerciendo la tesis medular: someter por la fuerza para despojar. Ante ello: cuchillos, machetes, palos, desarmadores, cualquier cosa que pudiera hacer daño se empuñó en las manos de mis vecinos para repelar posibles ataques. Yo misma dormía con lo que podía cerca, sí, “un arma blanca”, una navaja, algún utensilio de cocina cortante, y los oídos agudos.

Con la basura que el huracán arrojó a la avenida se hizo una barricada al principio y al final de la calle, laminas y troncos sobraron para atrincherar los accesos imposibilitando el paso de cualquier vehículo. Este modelo de patrullaje y de alto al paso, se reprodujo en infinidad de calles y colonias más. Otra forma de “legitimar” la violencia, fuera del marco legal, se dio.

Impunidad y capacidad de respuesta de las instituciones

Todos los artículos sustraídos de diversos comercios, en teoría, tuvieron, por lo menos, una víctima, un dueño del objeto tomado sin pagar. Se sabe que a través de operativos viales se recuperaron algunas motocicletas circulando ilegalmente, en el sentido de no poder comprobar la propiedad del vehículo, no así en la mayoría de los bienes hurtados. Una frase se popularizó en este contexto “Es marca Otis” es decir, es rapiñado. Miles de productos llegaron a hogares donde de una manera “cotidiana” jamás habrían llegado, tal vez en parte de ahí esa especie de “locura legitimada” en el discurso de quienes rapiñaron (qué es justo y qué no), claro que hay factores, en un lugar como Acapulco, que podrían citarse, la pobreza, el desempleo, el ansia de tener, la frustración de no lograr, etc. Sin buscar justificar a ese tipo de “ceguera” al afectar, por ejemplo, hasta a los micronegocios carentes de seguros contra robos o cualquier otra garantía que les hiciera recuperarse de las pérdidas, hasta hoy, muchos de ellos cerrados, sin haber logrado repuntar, a pesar de las políticas públicas, de los apoyos económicos. Hobbes tal vez haría señalamiento, grosso modo, de “la maldad” aprovechando “la ausencia” para actuar con franca rebeldía.  

La sensación de orfandad inmediata al paso del huracán, sensación que se prolongó algunos días es una realidad, la flagrancia desapareció, institucionalmente hubo desamparo en varios de los ámbitos en que el Estado garantiza su presencia. La causa, sí, un desastre natural de dimensiones sin parangón, los resultados: “Un vacío del Leviatán” que impactó en la conducta de la sociedad demostrando rasgos del estado de naturaleza al estilo hobbesiano en el puerto más famoso del mundo.

Si bien Hobbes escribió “El Leviatán” en el siglo XVII, el de las luces, y es verdad que abogaba por un régimen autoritario como el de las monarquías de su tiempo, paradójicamente a la interpretación iusnaturalista de su pensamiento, absolutistas. Es interesante poder, a estas alturas de la humanidad, acariciar los alcances de su visión y encontrarlos, aunque sea en esbozos, en las sociedades modernas con sus democracias y federalismos, desempolvar su legado respecto a cuestionar la naturaleza humana enfrentada a ciertos escenarios, finalmente políticos, en un tiempo y un espacio definidos, jugar con las comparaciones e imaginar lo que un grande la ciencia política como Thomas Hobbes posiblemente habría opinado en un desastre natural como el huracán Otis

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