¡Gracias 2006, hasta pronto AMLO!
“La justicia es como las serpientes,
sólo muerde al que anda descalzo”
Monseñor Óscar Arnulfo Romero
Fernando Martínez @fernandomtzf
Quizá esta tesis no sea compartida por todos, pero el fraude electoral de 2006 resultó ser lo mejor que le pudo haber pasado a López Obrador.
Volvamos en el tiempo, ¿Qué habría pasado si el 0.56% de diferencia no hubiera favorecido a Calderón, sino a López Obrador, y éste hubiera tomado protesta en San Lázaro el 1° de diciembre de 2006? De entrada, se habría enfrentado a un gobierno dividido.
Gobierno de minoría
En el Congreso de la Unión había tres actores principales: la Coalición Por el Bien de Todos (PRD, PT y Convergencia, hoy MC), la Alianza por México (PRI, PVEM) y el PAN; y de manera más que testimonial Nueva Alianza y Alternativa Socialdemócrata y Campesina. Esto habría dado lugar a la conformación de dos bloques, muy similares a los que vemos hoy: uno en favor de AMLO (PRD, PT y Convergencia) y otro en su contra, encabezado por el PAN, con el respaldo del PRI y el PVEM.
López Obrador contaría con menos de un tercio de ambas Cámaras: 158 de 500 diputados (PRD 126, PT 16 y Convergencia 16) frente a 329 de la oposición (PAN 206, PRI 104 y PVEM 19), es decir, 31.6% vs 65.8%; y 36 de 128 senadores (PRD 26, PT 4 y Convergencia 6) contra 91 (PAN 52, PRI 33 y PVEM 6), o sea, 28.12% vs 71.09%.
Los momentos críticos habrían incluido la elección de las mesas directivas –incluyendo la presidencia que le entregara la banda presidencial– y el reparto de comisiones, seguidos de la aprobación de la Ley de Ingresos y el Presupuesto de Egresos. Inclusive, la oposición solo necesitaba de un diputado –si es que aún no contaban con el apoyo de Nueva Alianza– para tener la capacidad de modificar la Constitución sin el consentimiento del presidente.
En la práctica, José Agustín Ortiz Pinchetti –propuesto como Secretario de Gobernación– se habría visto obligado a negociar todo con los coordinadores del PAN y el PRI: Héctor Larios y Emilio Gamboa en San Lázaro, y Santiago Creel y Manlio Fabio Beltrones en la Casona de Xicoténcatl. La alternativa habría sido la parálisis del gobierno federal.
En 2006, solo seis estados eran gobernados por el PRD, entre los cuales destacaban Marcelo Ebrard en el Distrito Federal, Lázaro Cárdenas Batel en Michoacán, y Amalia García en Zacatecas. Esto sin mencionar la inevitable carrera presidencial que habría estallado entre Ebrard y Enrique Peña Nieto.
La herencia
Hoy, 18 años después, el panorama es completamente diferente. Este 1° de octubre, López Obrador no solo le entregará la banda presidencial a Claudia Sheinbaum, la primera mujer en ocupar la máxima investidura del país, sino que también le heredará un capital político impresionante.
Las elecciones del pasado 2 de junio le dieron a la coalición “Sigamos Haciendo Historia”, integrada por Morena, PT y PVEM, la mayoría calificada tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado de la República. Además, la futura presidenta tendrá el control de 24 estados y 27 congresos locales.
Los más de 35 millones de votos en favor de la coalición también enterraron al PRD. Los “Chuchos” no tendrán más remedio que admitir que las migajas del Pacto por México no compensaron su traición. La prostitución ideológica del PRD extinguió 100 años de registros históricos de la izquierda en México, incluyendo al Partido Comunista Mexicano (PCM), al Partido Socialista Unificado de México (PSUM), al Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) y al Partido Mexicano Socialista (PMS).
Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Las viejas formas con las que el PRI ejercía el poder en el siglo XX serán tentadoras para quienes lo detenten durante los próximos seis años, especialmente en lo que respecta al trato hacia la oposición y las disidencias que no concuerden con el nuevo gobierno.
Es cierto que Andrés Manuel deja pendientes. Seis años han sido insuficientes para rescatar al país de la podredumbre en la que lo encontró en 2018. La inseguridad, la corrupción aún latente y la desigualdad estructural seguirán siendo los grandes desafíos de la administración entrante.
Hasta pronto…
Es cierto que, si AMLO se hubiera convertido en presidente en 2006, cientos de escándalos que marcaron los dos sexenios posteriores –como la Estela de Luz, el avión presidencial, la Casa Blanca, el Nuevo Aeropuerto de Texcoco, el caso Odebrecht, la Estafa Maestra, la Guardería ABC, San Fernando, Tlatlaya, Ayotzinapa, Nochixtlán y, sobre todo, la guerra contra el narco– no habrían tenido lugar, pero tampoco la “Cuarta Transformación”.
A partir de las 00:00 del 1° de octubre, López Obrador tendrá que asumir que el poder, después de seis años, ya no le pertenece. A su vez, Claudia tendrá que desmarcarse lo suficiente de su antecesor sin romper con él, si no quiere verse eclipsada, como lo estuvieron hace 90 años Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez.
La ambición de Andrés Manuel lo llevó a buscar la presidencia durante doce años. Sin embargo, esa misma ambición por el poder, que lo ha llevado a imponer a ciertas personas en el gabinete de Claudia o a su propio hijo en el CEN de Morena, podría jugarle en contra, no solo manchando, sino dinamitando el legado que construyó durante décadas.
La historia se ha encargado de poner a cada quien en su lugar. Andrés Manuel termina su sexenio como el presidente con mayor aprobación en los últimos 30 años. Peña Nieto, Calderón y Salinas de Gortari están autoexiliados en España, mismo caso que Zedillo en Estados Unidos. Fox, mendigando un día volver a la escena nacional.
El tiempo es sabio. Luego de tres sexenios, podemos afirmar que el fraude electoral de 2006 fue lo mejor le pudo pasar a Andrés Manuel López Obrador. Con el tiempo, él mismo habrá de reconocerlo. Andrés y su legado ya son historia.
Al final del día, el eco de su administración se reducirá a un pendiente ineludible. No, menos, como 43.