Gato con Lentes

Gracias, Bradley Cooper; maestro


30 enero, 2024 @ 5:23 pm

Gracias, Bradley Cooper; maestro

Sobre la biografía cinematográfica de Leonard Bernstein

Entre el sinfín de sueños incumplidos con los que me retiraré de esta circunstancia a la que llamamos vida, destaca el no haber sido director de orquesta. Tomar la batuta y poner un poco del alma propia sobre alguna obra inapelable, alguna de esas sinfonías que hacen dudar sobre el origen prosaico de la especie humana.

Tal vez por esa razón, subjetiva, fui golpeado por una de las secuencias magistrales de la nueva película que dirige, escribe e interpreta Bradley Cooper.

Bernstein conduce el último movimiento de la Segunda de Mahler, Resurrección. La secuencia se extiende más allá del ritmo que hemos apreciado hasta ese momento. No es una licencia: es el corazón mismo y el mensaje de la historia. Pero lo curioso es lo que vamos a encontrar al final de estas escenas. Allí, gracias a la pasión tanto de Mahler, como de Bernstein como de Cooper y la arrasadora Carey Mulligan, no sólo está la respuesta narrativa, la empatía con el biografiado; no sólo el clímax emotivo. Allí, de pie, sudando y detenidos en el asombro, nos encontramos nosotros mismos. Y tenemos en las manos un regalo que no habíamos anticipado. Una de esas nociones que supimos pero, con el tiempo, enumeramos retóricamente sin reparar en su magia: la pasión ha hecho, de todo esto, una aventura fabulosa.

maestro reseña película Bernstein
Imagen: Internet

El sentido de la vida depende de nuestra capacidad de experimentar la maravilla. No hay dolor, o enfermedad, o sufrimiento de los seres que amamos (elementos presentes con minuciosa sobriedad en esta película) que pueda restarle sentido a la existencia si somos capaces de crear, interpretar y disfrutar la música.

El exorcismo de la composición y la interpretación musical han salvado a tantos seres que conozco, incluyéndome. Hay en la música un antiguo bálsamo que nos reconcilia incluso con el destino más oscuro. En todo el arte, pues. No sé por qué. Y no quiero saberlo. A ese misterio me aferro como un náufrago a un trozo de madera y la visión de una isla en el horizonte. De eso trata esta película.

Sorteando todas las trampas comunes del biopic, Bradley Cooper nos ofrece un relato que trasciende al compositor y director estadounidense Leonard Bernstein. Como corresponde a la ficción.

Mencionemos entonces al guion, pieza maestra a la que no le sobra un ripio, y no le falta una respuesta. Impecable texto del mismo Cooper y Josh Singer. Columna vertebral de una realización muy ambiciosa, que juega siempre con las reglas del hiperrealismo hasta que, en un solo momento, nos propone una fantasía. Dos géneros habitan por tanto esta película y ambos cumplen con su misión, sin que el salto entre uno y otro nos saque del universo. El pequeño musical de los marineros, en el primer tercio de la cinta, nos sugiere, en una coreografía, las dificultades y conflictos que enfrentarán esos personajes que apenas estamos conociendo. Vaya manera de plantearnos las premisas dramáticas.

La puesta en escena tiene una urdimbre tan fina y dedicada que hay pocos ejemplos recientes para compararla. Seguro la espléndida Mank, con un Gary Oldman fuera del reino de los mortales. Al igual que en aquella cinta, Maestro es otra prueba de que el cine es un arte colectivo. Y que, para llegar a la gran película, se requiere la reunión de, al menos, un monstruo por departamento.

Algo más: Carey Mulligan, la actriz que compone el personaje de Felicia Montealegre, esposa de Bernstein, está en un nivel superlativo. Llama la atención en una comparación tan útil como inevitable con su pareja protagonista. A ver: Bradley Cooper se ha preparado años para que sus movimientos sean los de un pianista, los de un director, los de Bernstein. Su caracterización es perfeccionista. Y su dulzura personal dan al personaje interpretado una riqueza que no siempre se presenta en la pantalla o el escenario teatral. Pero lo que hace Mulligan va más allá; me refiero a los alcances sobre el espectador. Hace gala de aquella “dimensión extra” de la que hablaba Hesse y que no es una cualidad común. Logra trascender sus parlamentos, nos dice con la mirada mucho más que con los diálogos, nos invita a un realismo que desarma todas nuestras defensas emocionales.

No me ocupo de otros valores de Maestro. La curaduría musical, (que incluye a Depeche Mode) por ejemplo, inmejorable. Ni de la fotografía, el rigor del vestuario, el diseño de arte. La edición. Merecerían una nota aparte. Ninguno de ellos, eso sí, y se agradece, sube su ego por encima de los demás; son, como tantas veces no sucede, los sutiles engranajes de ese todo al que se deben.

Estamos ante una declaración de amor al arte y los artistas. Por eso estoy escribiendo esto. Y las excusas para ofrecernos dicha declaración son las más apropiadas.

Por eso gracias, Bradley Cooper, maestro.

Músico y escritor nacido en Argentina en 1967. Desde 1980 vive en México, país que le dio refugio. En los 90s fundó la banda chilanga El Juguete Rabioso. Este grupo le permitió recorrer México y conocerlo a fondo. Hoy lidera La Subversión, su proyecto solista de canciones. Ha publicado poesía y narrativa. En 2019 Penguin Random House publicó su “Diario negro de Buenos Aires”. Una novela corta sobre el regreso fallido al origen. Participa activamente en la discusión pública en redes sociales, desde una postura de izquierda