Cualquier poema es altura – Reseña
María Vázquez Valdez*
Nos dice la contraportada de Cualquier punto puede ser altura —poemario de Frida López Rodríguez—, que este libro plasma, a través de una serie de estampas entrañables, la vida del hombre común en México. A esto agregaría que no sólo del hombre, también de la mujer común, de la niña y el niño, del proletario, del pueblo que también aspira a un porvenir mejor en un tiempo histórico marcado por grandes transformaciones sociales y políticas.
Porque ese es quizá el eje que cruza de manera transversal este libro: ese tiempo histórico, esa transformación social y política de la cual somos testigos desde hace un lustro. Ese es el eje, la médula afortunada que subyace y palpita en estas páginas; pero este libro es también muchas cosas más.
Publicado por Ediciones de Contacto, el poemario está dividido en dos partes: “El optimismo de la voluntad”, con 23 poemas, y “El pesimismo de la razón”, con 20 poemas. En el título de ambas secciones podemos vislumbrar que la autora nos sumergirá en dos polos opuestos, uno de luz, otro de sombra, uno con un impulso optimista, otro con un razonado pesimismo, que sin embargo es menor a aquél, pues siempre pesarán más 23 poemas que 20. Pero no importa desde cuál ángulo, desde cuál polo nos hable su autora, este poemario nos va desbrozando la tesis de su título: Cualquier punto puede ser altura. Veamos por qué.
Frida inicia este recorrido poético cuando “México alza su vuelo”, este es su poema primogénito, en el que nos habla de una “memoria de altura” y un “viento de promesa”, que se va tejiendo poco a poco en esta primera parte, que luego continúa cuando reflexiona que “no importa el oficio / tus manos y las mías / son plaza pública”, y que “marchan los que saben quiénes son”, líneas fortuitas tan cerca de ese Zócalo en el que se reúnen innumerables momentos que son piedras preciosas en el collar de muchas memorias. Porque así nos lleva Frida por ese “Zócalo deletreado”, donde “Aspiro a verbalizar al pueblo / meterlo en el bolsillo de quienes madrugan / y seguirles la marcha / a rajatabla / sin expresos”. O cuando “No hay nada que antes no sea / bendecido por manos jornaleras”, lo mismo que “Vientre de trabajo es el lápiz que empuño / traza palabras con ritmo industrial”.
Hay en estas páginas poesía para la jornada en la cual el pueblo toca a la puerta, para el petate en el cual una mujer se esconde bajo una de sus trenzas y recibe a sus hijos en el regazo, para el comal desde el cual una madre enciende el mundo con el mismo fuego, para el papel picado que suspendemos a nuestro alrededor, como el suspiro que nos ata al recuerdo indeleble de nuestros muertos, tan vivos. Así, en “Papel picado”, Frida nos dice: “Nuestros muertos nacen / cuando las manos siegan los tallos / en los campos de pétalos ardientes / por almas caídas”.
También nos habla de maíz bajotierra, del avispero desde su calle en el que las mujeres barren temprano, y en “Numancia”, recuerda, “su mirada era la de quien no comprende / por qué herimos lo que amamos”, y así nos trae a la enorme Rosario Castellanos, que en su poema “Destino” nos horada una sentencia de por vida en la memoria: “Matamos lo que amamos / lo demás no ha estado vivo nunca”.
Frida recapitula, reflexiona acerca de los pasos, de los puños, de la “tierra querida”, lo mismo que acerca de las palabras, también nos comparte cómo aprender a cosechar las leyes, a entregar “la victoria al humedal amplio / con el latín de la izquierda”, y cómo descubrió, la Frida niña, que cualquier punto puede ser altura.
Estas pautas del optimismo de la voluntad, nos muestran en el andar de Frida una “Nueva ruta de la seda mexicana”, que de pronto se vuelve también plegaria, cuando pide: “Quítanos la cintura del día, / sol renuncia a ser fuego en piedra, / haz del cielo rojo una granada enamorada de la pitaya”.
Se vuelve también regalo cuando nos trae “Un lugar para soñar”, e imágenes de un partido de fútbol, o de las palomitas de maíz saltando en el corazón de su padre cuando la pantalla del cine se enciende por primera vez, y luego nos lleva a pasear a su perro, y nos comparte una relación sencilla, “como el fin de semana”.
Y luego de cruzar los avatares de una “Loba”, y de conocer el “Mediterráneo en el Golfo”, aterrizamos irremediablemente en “El pesimismo de la razón”, que nos recibe con un abrupto y doloroso umbral: “Fentanilo”: “Sucede que el mundo es carne / y no siempre el hueco / del pecho soporta / este ruido humano / con dolor a sosa cáustica”.
A partir de aquí, ese dolor, ese hedor a sosa cáustica nos acompaña en caída, porque sí, “sucede que el mundo es carne”, y que “Las ciudades que conocimos están disueltas / en un olvido automatizado. / pronto lo que desaparece / será una especulación más / en la captura de pantalla de un mercado digitalizado”.
Es una caída constante, también en las tonalidades del metro de la ciudad, en el “llanto discreto” que lo circunda, en el hastío en “estaciones donde el abandono es diario”. Frida nos muestra “La parte más difícil”, “En tiempos donde se apuesta por no volver” y “habrá que declararse uno mismo la luz”. Nos habla de renuncia y desamparo, de bolsillos vacíos y sequías, de contra-paraíso, para cerrar, a rajatabla, como al inicio del libro, y cual colofón y epitafio, con el Fobaproa y el Pacto por México.
Con este panorama de cierre, podemos concluir que Frida no se guarda nada para llegar a la otra orilla, nos describe sin miramientos la luz y la sombra, nos entrega la miel y después la hiel.
Pero también, y esta es la médula del trayecto, es siempre fiel a la tesis de su título: Cualquier punto puede ser altura. Y así nos lo demuestra: cualquier punto puede ser altura, incluso la sombra, incluso la caída, incluso la falta, el error, pueden ser altura. Incluso la pérdida, incluso las manos vacías, incluso la desesperanza, pueden ser altura. Incluso el dolor, incluso el infierno, incluso la muerte, pueden ser altura, tal como nos lo demuestra Frida López Rodríguez, página a página, poema a poema, desde una altura inobjetable.
* Poeta, escritora, traductora, periodista, editora y fotógrafa mexicana. Es Doctora en Crítica Literaria y actualmente se desempeña como Directora de la Biblioteca Legislativa y de la Biblioteca del Congreso de la Unión. Geómetra es su más reciente poemario, publicado por la editorial La Herrata Feliz.