El Conde de Pablo Larráin y la fantasía explicando lo real
El Conde, película dirigida por Pablo Larraín, demuestra la capacidad del cine para mostrar los rasgos humanos más contradictorios: la crueldad y la ingenuidad. El film es una pieza de ficción pero su trama y sus símbolos no dejan de explicar hechos de la historia contemporánea de América Latina. Después de ver la cinta, podemos preguntarnos nuevamente con Hanna Arendt, qué tanta banalidad hay detrás de los hechos humanos más crueles. Sin duda la película de Larraín es uno de los estrenos más importantes del año. ¿Cómo logra esta ficción acercarse a aspectos históricos y míticos sin dejar de reflejar lo banal en los verdugos contemporáneos?
El Conde, hace uso de dos trucos viejos pero eficaces, lo arquetípico, y lo simbólico. La ficción parte de un personaje arquetípico, el vampíro. Pinochet, el dictador, es un vampiro cuyo origen se remonta a la revolución francesa. Con ese planteamiento el guion resuelve dos dicotomías clásicas que dan movimiento a la historia misma, por un lado, el arcaico cruce entre sangre y poder (el vampiro) y por el otro la vieja lucha entre izquierda y derecha (la revolución francesa como origen de la política moderna). Magistralmente una alegoría ficcional se convierte en una sentencia política actual: los represores son vampiros contemporáneos y no nacieron con el siglo XX.
La ficción y la fantasía en el film permiten que el espectador se acerque a los rasgos íntimos de los protagonistas históricos y se cuestione sus preocupaciones banales. El hambre de sangre del dictador es justificada por su condición de vampiro. Esto lo hace hasta cierto punto víctima de sus circunstancias, pero al mismo tiempo, responsable de administrar la carnicería. Las excelentes actuaciones permiten que el espectador se coloque frente a gestos que rosan en lo ingenuo y lo banal permitiendo preguntarnos: ¿Qué papel jugaron la banalidad y la ingenuidad en el desarrollo de las atrocidades de la dictadura chilena? y con la dictadura chilena, las otras dictaduras y los otros vampiros que padecemos.
Como era de esperarse, en Chile y en toda Latinoamérica el film ha sembrado la polémica levantando debates apasionados. Los herederos de la dictadura siguen defendiendo su legado y evitando todo acto de memoria. El Conde revive esa disputa política que es también una disputa económica de quienes siguen usufructuando los crímenes cometidos. Y con el film de Larraín nos preguntamos ¿quienes siguen siendo leales a las traiciones sangrientas? ¿Qué otras traiciones sangrientas están por venir?
La película queda como un antecedente de un cine latinoamericano que rompe con tradiciones y paradigmas clásicos como la división entre lo fantástico y lo real. Larraín sienta el precedente: se puede hacer un cine eminentemente político partiendo de lo fantástico como vehículo explicativo de las contradicciones humanas.
Larraín hace gala de una técnica cinematográfica impecable. El premiado guion nos mantiene con una tensión latente puesta en marcha por actuaciones impecables. La película es un agasajo cinematográfico. Producida por Netflix es un interesante ejemplo de un cine que sabe negociar entre la forma y el fondo en la obra de arte.