La peregrinación de AMLO a Chile

A 50 años del asesinato de Salvador Allende

Sergio Osorio

Dos intelectuales mexicanos fueron fundamentales para tender el lazo estrecho que existe entre Salvador Allende y México. El primero de ellos es Pablo González Casanova, exrector de la UNAM, que abrió la universidad a los profesores chilenos, luego del ataque al palacio de la Moneda el 11 de septiembre de 1973, que puso fin a la vida del presidente Allende. El segundo es el poeta de Guadalajara, Hugo Gutiérrez Vega, expulsado del PAN en su juventud por ser acusado de comunista, tanto así que un joven y violento reaccionario, de nombre Diego Fernández de Ceballos, lo insultó y literalmente lo azotó.

Ya desvinculado de la derecha reaccionaria, Hugo Gutiérrez buscó la conciliación de la iglesia con el socialismo, tendiendo puentes con los movimientos del cristianismo de izquierda en Sudamérica. Cuando Allende apareció en escena, encontró en él la cristalización de sus principios, pues el poeta fue firme creyente del cambio político, a través de la revolución de las conciencias por la vía pacífica. Por ello, el triunfo de Allende le significó la prueba de que era posible la transformación social en América Latina, siguiendo el ejemplo y el ideario del chileno. Ya en su vejez, señaló que ese proyecto latinoamericano renacía en el triunfo de Chávez en Venezuela, que fue por vía democrática, de Lula en Brasil y, sin que pudiera presenciarlo, pues murió en 2015, lo veía en la lucha política de Andrés Manuel López Obrador, quien finalmente lograría ese cambio en México. Es decir, mucho del fundamento político de nuestro presidente se arraiga en Hugo Gutiérrez Vega y, a su vez, en Salvador Allende, no es esto una mera coincidencia ideológica, aire de época, ya que, entre otras cosas, es a él a quien se le atribuye el nombre de MORENA para el movimiento político de AMLO.

Así es que existe una clara continuidad y concreción del allendismo mexicano en la figura de Andrés Manuel López Obrador. Morena está íntimamente asociado al mártir chileno; toda una generación de su militancia tiene una marca indeleble de lo que supuso el triunfo y la muerte atroz de Allende, no por nada su nombre resuena en México: existen un sinfín de auditorios, instituciones educativas con su nombre, calles y hasta ejidos. La Coordinadora Nacional de los Trabajadores de la Educación (CNTE) hace suyo el himno allendista Venceremos, cambiando “recordando al soldado valiente” por “Recordando al maestro valiente”.

Salvador Allende fue una hoguera en la oscuridad del continente, que luego de su muerte, se apagó en Chile por varias décadas, pero que permaneció viva, sobre todo en México, gracias a los exiliados. Políticamente, ha resurgido recientemente en América Latina. Es por ello que, hacia el final de su presidencia, Andrés Manuel López Obrador, cumple con una manda, con la peregrinación que debe a uno de sus dioses tutelares, quien lo ha sostenido incólume en una sola idea, la de la transformación pacífica de la nación mexicana. Ese acto de acudir a Chile a la conmemoración de los 50 años del asesinato artero de Allende, representa una vuelta al origen, a cerrar un ciclo de su trayectoria y lucha, luego de sentar las firmes bases de la transformación en México, que difícilmente podrá socavar, en los próximos años, la reacción que está, como él lo dice, moralmente derrotada.

AMLO acude a Allende, a su tierra, para decirle que ha cumplido con su pueblo y, al mismo tiempo, es un acto en donde, como el mayor líder político de la izquierda latinoamericana, Andrés Manuel López Obrador difunde un mensaje a todos los pueblos oprimidos para que abracen la causa continental y lograr el tan anhelado sueño bolivariano, mediante la revolución de las conciencias para la transformación pacífica que ha materializado en México.