Los claroscuros del rectorado de Octavio Rivero Serrano

El viernes pasado me encontré por azar, en una librería, las memorias (Remembranzas y relatos) de Octavio Rivero Serrano, ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM 1981-1985), mientras buscaba algunos títulos para las vacaciones y para un intercambio navideño. Lo abrí, ojeé grosso modo y lo compré. Pues una de mis aficiones es leer las memorias de quienes han sido rectores de nuestra mayor casa educativa, para contrastar y enriquecer el estudio sobre la historia de la UNAM.

Anteayer, 12 de diciembre, me enteré que falleció en la tarde Rivero Serrano. Un par de horas después de googlearlo para saber su edad y tuitear sobre lo que para mi, es la mayor virtud del libro Remembranzas y relatos: claridad y honestidad. Algo que siempre se agradece, aunque esto no significa que comparta completamente su visión de las cosas, sobre las personas que menciona, ni los acontecimientos políticos de aquellos años en la Universidad; sin embargo, su testimonio rompe el molde respecto a otras autobiografías de ex rectores, obsesionados por mostrar una falsa “pureza” por la disputa, gestión y sucesión de la rectoría de la UNAM, así como la relación entre la élite universitaria y el poder político (Universidad y el Estado).

Los entretelones de la política desde el sexto piso

Deja entrever que llegó a la rectoría en parte por el respaldo de su antecesor: Guillermo Soberón Acevedo, pero de igual forma, deja muy en claro que la imposibilidad de continuar en el cargo, también se debió a la grilla de Soberón contra su persona por no haber sido un rector a modo, a los intereses del entonces Secretario de Salud, así como dejar suelta a la Junta de Gobierno (15 integrantes), ya que en una gestión de cuatro años, el Consejo Universitario puede llegar a sustituir hasta 8 integrantes de la Junta. Y si un rector no incide en esas sustituciones, termina por ceder el poder a otros.

No comparto su mirada conservadora sobre el origen del movimiento obrero y magisterial surgido en los setenta en la Universidad Nacional, inclinado a negarle su legitimidad y espontaneidad; acostumbrado a ver la vida social y política como un reflejo de la disputa entre las élites y grupos hegemónicos, como si la sociedad fuese un pálido reflejo de esas ambiciones e intereses de los arriba. Muy acorde a la mirada conspiratoria de la historia.

Creador de la reserva ecológica en Ciudad Universitaria

Al revisar algunas semblanzas póstumas de Rivero Serrano en Internet, me he percatado que casi nadie menciona uno de sus mayores aciertos en su gestión como rector de la UNAM: la implementación de la reserva ecológica en Ciudad Universitaria en 1983, que hoy es uno de los pulmones más importantes del sur de la Ciudad de México. Poner un límite en la construcción urbana dentro de CU para preservar la naturaleza es invaluable. Y que como él mismo dice en su libro: “Si todas la áreas de la ciudad hubieran hecho algo semejante, el problema de la zona metropolitana de la Ciudad de México sería hoy menos grave.”

El arribo del modelo neoliberal

Hay algo ausente en su libro del médico, y es la mirada histórica-ideológica. No reconocer explícitamente que le tocó en plena gestión como rector, recibir los embates del arribo de los neoliberales al poder en 1982, es asumir como completamente suya la responsabilidad del brutal recorte presupuestal a la Universidad, o atribuirlo, como de hecho lo intenta, a las desavenencias que tuvo con algunos secretarios de Estado como Jesús Reyes Heroles (Educación Pública) o Carlos Salinas de Gortari (Programación y Presupuesto). Es no entender que se equivocó en la estrategia de defensa del presupuesto, al confiar en una generación de políticos que por formación ideológica en el extranjero, asumieron a la educación pública como enemiga del nuevo rumbo del país.

Coincidencia

Coincido con Rivero Serrano en su visión de conjunto de la institución. En que la investigación y la docencia deberían ser indisolubles, no funciones sustantivas separadas. Tal parece ser, según su testimonio, que esta fue su mayor batalla interna que no pudo ganar; pelear contra ese grupo privilegiado (como él los llama) de investigadores -negados a la labor docente y formativa de los estudiantes-, tiene un alto costo político, como lo hemos visto ahora con Andrés Manuel. No es tarea sencilla sacudir esas torres de marfil edificadas desde el privilegio, no importa quien seas, si el Presidente o el Rector.

Tenía una visión transformadora de la institución muy interesante, sobre todo en su producción científica. Sostenía que sólo hacer ciencia básica y no aplicada nos mantiene como país dependiente de otras potencias económicas, lo cual es cierto, aunque la ausencia de la mirada dialéctica de la realidad social, evitó que se percatara que precisamente por ser un país dependiente, es que no producimos ciencia aplicada y no al revés. De ahí que también perdiera esta otra gran batalla interna. Romper los lazos de dependencia estructural económica con las potencias no es un objetivo que se resuelva en el laberinto burocrático de la UNAM.

Su rectorado fue un puente entre dos modelos de nación

Su rectorado fue un puente entre los estertores del nacionalismo revolucionario y el neoliberalismo. Le tocó el colapso económico. El inicio de los topes salariales, por lo que le tocaron dos huelgas de los trabajadores (STUNAM) como rector, en 1982 y 1983. Su conservadurismo y prejuicio hacia el sindicalismo, complicó la relación laboral interna.

En su periodo se remodeló la Biblioteca Central, ya que antes era de estantería cerrada con una sala de lectura, se construyó la actual Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y se creó el Programa Universitario de Medio Ambiente (PUMA), sin olvidar que a él le tocó como rector, la creación del tabulador para todos los puestos administrativos y la comisión de capacitación y adiestramiento; todo lo cual tiene un doble valor, si consideramos el severo recorte presupuestal.