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Julio Scherer García: el último reportero

Leopoldo Lezama


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13 abril, 2022 @ 2:03 pm

Julio Scherer García: el último reportero

Para Ariel Rosales

No puede concebirse al periodismo mexicano durante el último medio siglo sin el aporte de Julio Scherer García. El hombre nacido en la Ciudad de México un siete de abril de 1926, abrió paso a una urgente crítica en décadas en que los medios masivos fueron un eco laudatorio del partido hegemónico. Su ascenso a la dirección del periódico Excélsior ocurrió antes de la masacre de Tlatelolco el dos de octubre de 1968. Con pluma firme, “temerario y totalmente curado de espanto”, a decir de Elena Poniatowska, denunció la invulnerabilidad de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría: “Era suyo el espacio, el aire… Echeverría sería candidato, presidente, dios, presidente-dios”. Poniatowska sostiene que la llegada de Julio Scherer a Excélsior marcó el antes y después en la prensa nacional: “Al llegar Scherer a la dirección del diario, arrancó el cambio en el periodismo mexicano que haría a un lado a la prensa servil”.  En julio de 1976, consecuencia de esa nueva praxis periodística, Julio Scherer y su equipo recibieron el golpe del gobierno de Echeverría al ser expulsados del diario. Esto provocó el surgimiento, el 6 de noviembre de 1976 (casi un mes antes de la toma de posesión de José López Portillo), de uno de los referentes del periodismo crítico: Proceso. De aquella publicación cuyo primer número ostenta una portada tipográfica con fondo blanco, diría Scherer: “Habíamos descubierto no sólo un nuevo camino sino una nueva forma de hacer un periodismo de verdad autónomo, libre”.

Imagen: proceso.com.mx // El golpe a Excélsior

Scherer, el reportero

Más allá de la estridencia que su nombre ha dejado en las recientes generaciones, valdría la pena observar algunas características del trabajo de Scherer García, que lo ponen al frente de los grandes periodistas mexicanos del siglo XX. En 1960, como reportero, firmó el manifiesto de repudio en contra de la represión a los maestros y estudiantes miembros del Movimiento Revolucionario del Magisterio dirigido por el normalista Othón Salazar. De este periodo escribe Carlos Monsiváis: “En la década de 1960, Scherer es un reportero de gran movilidad y agudeza, y es un columnista temible por su honradez y su inteligencia, reconocida por los políticos”. Añade Monsiváis un dato crucial: “Es también un interlocutor ocasional del presidente Gustavo Díaz Ordaz, y, con frecuencia, de los secretarios de Estado (con varios de ellos se tutea, algo equivalente entonces al derecho de picaporte)”. Esa condición de “interlocutor” con los altos mandatarios, fue la maniobra para la ejecución de un propósito: si sabemos cómo piensa y actúa el poder, entenderemos la naturaleza de las grandes problemáticas del país. Scherer hizo pública la intimidad de presidentes y gobernadores, y de esta forma nos dimos cuenta de que, en México, gobierno es equivalente a situación social: “Otro hombre al frente de la nación podría significar una nación distinta”, escribió Scherer después de entrevistarse por primera vez con Luis Echeverría.

Revista Proceso, 1976.

Julio Scherer tenía la facultad de leer los hechos y en ocasiones de anticiparse a ellos. El 25 de mayo de 1997, en una charla en Dublín con Carlos Salinas de Gortari, dejó constancia de su retorno y del papel que ejercería en los años siguientes:

  1. —Pronto estaré en México. Ni quiero ni tengo otro destino.

JSCH.  —Pronto es una palabra incierta.

CSCH. —Te equivocas. Su sentido es clarísimo.

JSCH.  —¿Me autorizas la publicación de esto último?

El mundo del narco

A menudo, Scherer esclarecía temas complejos por medio del testimonio. Así contribuyó a la comprensión de fenómenos como la relación del poder con el narcotráfico. Pocos análisis sobre el mundo del narco serán más precisos que las breves palabras de Sandra Ávila, “La reina del pacífico”, aquí reproducidas por el periodista: “Dice Sandra Ávila que si voltea a un lado ve el narco, si voltea hacia el otro observa las autoridades y si mira al frente los ve juntos”.

Del silencio, también dejó instantáneas inigualables, como su fallida entrevista con Héctor “El Güero” Palma en el penal de Puente Grande: “Sentí unos ojos que miraban desde la oscuridad”. Más tarde me diría que el Güero es hombre soldado con autógena. A su intimidad nadie llega. Le solicité la entrevista, grabada. Su respuesta fue un disparo:

—Usted se va, yo me quedo.

Imagen: proceso.com.mx

En el año 2010 fue el centro de las críticas al entrevistar y fotografiarse con el capo sinaloense Ismael “El Mayo” Zambada. Más allá de la polémica que causó dicho encuentro, el veterano reportero dejó entrever un hecho evidente: si un periodista había logrado reunirse con uno de los hombres más buscados del mundo, entonces quizás no era tan buscado por las autoridades (o sólo se buscaba a los que se quería encontrar). La visita a “El Mayo” dejó otro cuestionamiento: para entender a cabalidad un suceso, es necesario conocer todas las voces. Acaso por esa razón, Scherer se ocupó de entrevistar a la paria pública: narcotraficantes, secuestradores, estafadores, asesinos. Al final todos somos parte del mismo sistema.

Scherer, el intelectual

Devoto de la exactitud, para él lo esencial se concentra en el reportaje más que en el análisis. Sus discusiones con otro gran periodista, Miguel Ángel Granados Chapa, se debieron a esta diferencia. Para el ex director de Excélsior, la nota la da el hecho en sí, es la fotografía incuestionable del acontecimiento. El análisis vendría después. En el reportaje los hechos deben presentarse crudos, sin la condimentación del pensamiento. No obstante, Scherer era lo que hoy el periodismo pide a gritos: un hombre culto. Sin descuidar su fidelidad por el dato, cobijó en sus publicaciones a pensadores de la talla de Daniel Cosío Villegas y periodistas de imaginación fecunda como Carlos Monsiváis, Vicente Leñero, Jorge Ibargüengoitia y José Emilio Pacheco. Sólo él fue capaz de idear proyectos capitales para la vida intelectual del país como la revista Proceso y el suplemento Plural, dirigido por Octavio Paz. A su interés por escrutar a hombres como John F. Keneddy, Fidel Castro o Salvador Allende, se suman figuras como Dimitri Shostakovich o Pablo Picasso. En una carta a Julio Scherer, Octavio Paz rememora una reunión entre Luis Echeverría y un grupo de intelectuales mexicanos. En ella, el Premio Nobel desliza un reconocimiento a su compañero:

“Aparte de sus quehaceres específicos, que son los primordiales escribir, investigar, enseñar el intelectual desempeña en el mundo actual una función crítica. Si no es la conciencia de la sociedad sí es, con frecuencia, sus ojos y su lengua. El intelectual dice lo que ve y lo que oye; es el testigo y el vocero de su tiempo. De ahí el carácter, a un tiempo íntimo y contradictorio, de sus relaciones con el poder público. Si el intelectual calla ante los abusos y los crímenes de los poderosos, traiciona su condición y traiciona a sus lectores y sus oyentes”.

Esta descripción se refrenda con una sentencia que el propio Scherer dejó en su libro Los presidentes: “El ejercicio del poder impone limitaciones que no impone el ejercicio de la crítica”.

Imagen: cronicadelpoder.com

Tras la muerte de Gabriel García Márquez, Julio Scherer escribió: “La última vez que estuve con el escritor fui testigo de su deterioro. Su cabeza ya no era la máquina perfecta que había revolucionado la literatura”. Fui testigo de su deterioro, dice Scherer de un gran escritor. Pero esa frase podría aplicarse a un país convulso por décadas de injusticia y abuso de poder.

Si invocamos el epígrafe con que Alfonso Reyes comienza su Visión de Anáhuac, “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”, sabemos que se trata de una cortesía literaria, pues México es un territorio con una historia oscura. Aquí nunca ha imperado la claridad. William Burroughs, quien vivió en la Ciudad de México y fue testigo del terrible engranaje de corrupción, escribió: “México es siniestro y sombrío y caótico, con el caos especial de un sueño”.

En este lugar, pocos se han aventurado a internarse hasta el corazón de las tinieblas. Y Julio Scherer fue uno de los pocos que logró ver las entrañas de un país construido con sangre.

 

Leopoldo Lezama

Editor y ensayista. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía de la UNAM. Ha colaborado en diversos medios nacionales y extranjeros como Confabulario, Letralia, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Sinembargo y Consideraciones. Actualmente dirige la revista electrónica Máquina.