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Estadio Corregidora: en el futbol mexicano la violencia es estructural

Estadio Corregidora: en el futbol mexicano la violencia es estructural

Imagen: record.com.mx

La primera vez que fui a un estadio de futbol había jóvenes sentados en las gradas con unos artefactos sobre las piernas. Eran máquinas de escribir. Un tío y mi hermano mencionaron que eran estudiantes de filosofía, que al parecer hacían algún trabajo escolar mientras escuchaban lo que sucedía en las tribunas del estadio de la Ciudad Universitaria. Esa imagen fue suficiente para querer ser joven e ir a la universidad. Pero no tenía ninguna prisa porque en mi etapa de niñez el mejor lugar para olvidarme de los quebrados y ver pasto sin salir de la ciudad de México, era en algún estadio de futbol. Era en la década de los ochenta cuando asistir al estadio era una oportunidad para volver a ser niño, aunque el cuerpo ya estuviera en los minutos finales del segundo tiempo del ciclo de vida.

Recuerdo que olvidé un álbum del futbol mexicano en una banca de la primaria, pero algo que no olvidé en todos los estadios a los que asistí antes de cumplir quince años, es que adentro había familias que se entregaban a su equipo, pero se podían sentar junto a otras familias del equipo contrario, sin que eso significara peligro.

Si lo de las máquinas de escribir parece de ciencia ficción, también recuerdo que en el estadio Azteca algunas señoras de la porra del Cruz Azul llevaban sus tejidos por si el partido no respondía a las expectativas. Una vez tocó ver a extranjeros que se tiraban en las gradas de la parte de abajo para broncear sus carnes, sin voltearan a ver un solo minuto el juego de Cruz Azul contra Necaxa.

Recuerdo que casi siempre me esperaba al medio tiempo para ir al baño. En ocasiones podía ir antes sin que me acompañara mi hermano. La razón era porque en el camino no había más peligro que el de no llegar a tiempo, a la pipí. La única manera en que me ponía mal en ese cuarto pestilente era al escuchar los gritos por la explosión por un gol.

En el medio tiempo además de estirar las piernas y relajar el riñón, la gente intercambiaba saludos y anécdotas, tácticas y estrategias. El bufet de comida para la venta incluía las tortas de queso de puerco o de jamón, tacos de canasta, machitos, habas hervidas, cacahuates y huevos duros. Mi tribu no compraba nada porque llevábamos Bonafinas y sándwiches.

Cuando se acababa un partido en el Azteca, muchas veces nos acercábamos a alguna familia y conseguimos aventón. Éramos cuatro: tres de 16 y uno de 10. Viajábamos en la parte traseras de las Pickups. Recorríamos desde Tlalpan hasta Mixcoac solo cubriéndonos del viento. Anunciábamos la bajada con algunos golpes en la carrocería. Quizá no volvíamos a ver a esas familias que nos acercaban a casa, pero el recuerdo de su solidaridad no desaparecerá nunca.

Las porras eran comunidades integradas por señores, señoras, abuelos, abuelas, jóvenes y la chamacada. El estadio era una zona de contacto entre personas que se identificaban con los colores de un equipo. Durante el proceso de asistir al estadio se generaban lazos de amistad y solidaridad. Muchas veces las alianzas se extendían por fuera del estadio y hasta terminaban en compadrazgos.

Imagen: codigoqro.mx

La estructura de la violencia

Confieso que esa fue mi niñez en el estadio. Sin embargo, asumo que mi relato romantiza el pasado. Por eso hoy, más que nunca, debo decir que lo que observamos el sábado 5 de febrero de 2022, en el estadio Corregidora de Querétaro, es algo que no se entiende sin histórica violencia estructural en el futbol mexicano. Sólo diré algunos ejemplos.

Los cachirules. De niño descubrí la corrupción en el salinato, pero no con la caída del sistema, sino con los cachirules. A mi generación le robaron la posibilidad de creer en la honestidad como forma de salir adelante en el deporte y en la vida cuando en la federación alteraron las actas de nacimiento de algunos jugadores para que pudieran competir en un torneo con límite de edad.

La multipropiedad. Desde niño vi que la ley era una recomendación para los poderosos. O sea, a pesar de estar prohibido tener más de un equipo de futbol, en México un mismo dueño podría tener al América y al Necaxa. Luego le siguieron otros caballeros de pantalón largo sin que hubiera consecuencias.

El pacto de caballeros. A pesar de que en todo el mundo la ley Bosman permite que un jugador sea libre para ofrecer sus servicios una vez que termine su contrato, en México lo metalegal goleaba a los derechos laborales. Si un jugador quería contratarse aplicando lo que emanaba del espíritu de esa ley, los dueños de los equipos simplemente aplicaban el pacto patriarcal-empresarial y no lo contrataban en ningún equipo nacional.

El sexismo publicitario. Las mujeres no figuraban en las transmisiones, excepto si era para anunciar autos o productos. El estereotipo era con atuendos sexualizados que sólo generaba la cosificación de la mujer en el futbol.

A todo esto, que he descrito, le debo sumar la homofobia en las tribunas y en los medios; la desigualdad salarial por razones de género; los representantes que especulan y mueven jugadores como si fueran costales de papas; el lavado de dinero y lo paralegal en los equipos y las barras de futbol. Y aunque queda una larga lista de acciones por mostrar, debo decir algo: que desde mi infancia como aficionado, aunque no me diera cuenta, la violencia en el futbol era y sigue siendo estructural.

Recuperemos los estadios

Imagen: elpais.com

Las imágenes de un niño sin playera que va corriendo con su familia para no ser alcanzado por la tragedia son la consumación de la violencia estructural. Las imágenes solo confirman que el tejido social que me arropaba en mi infancia en los estadios está roto, dentro y fuera de las gradas. El drama social que vimos por las redes solo condensó todo lo que venimos arrastrando desde el pasado y que otra vez nos explotó de frente.

Construyamos paz dentro y fuera de los estadios, de las casas. Pidamos justicia, pero también hagamos comunidad, así sea de visitantes como de locales, en el triunfo como en la derrota. Recuperemos los estadios como espacios de encuentro o perderemos el jardín privilegiado para cosechar los recuerdos sembrados en la infancia.

 

Jorge Alberto Meneses Cárdenas.

Universidad del Mar

 

Jorge Alberto Meneses Cárdenas

Es profesor-investigador en La Universidad del Mar, en Huatulco. Antropología social por la ENAH; Maestro en Sociología política por el Instituto Mora y el Doctor en Estudios Latinoamericanos, UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Investiga en torno a métodos y culturas digitales, juventudes indígenas en América Latina, y antropología del deporte. Escribe en La Silla Rota, El Universal y Revista Consideraciones. Podcast: Jorge Meneses Antropólogo Digital https://anchor.fm/jorge-meneses8 https://open.spotify.com/show/6qs2825Jn30wKBhKgpi7IO

Un comentario
  1. […] profundo y complejo del comportamiento de la sociedad mexicana, de lo que ocurrió en La Corregidora, ya que lo que sucedió sobre la producción de la violencia relacionado con el fútbol no es algo […]

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