Hidalgo, Rousseau y el derecho natural en la guerra de Independencia
“¿Por qué nos queréis privar de las dulzuras de la independencia? ¿Os ha concedido Dios algún derecho sobre nosotros? ¿Será delito en nosotros querernos gobernar por manos americanas?”
Miguel Hidalgo y Costilla, 1810.
Manuel Vega Zúñiga*
Dos visiones opuestas
En diciembre de 1810 Miguel Hidalgo y Costilla, en plena gesta independentista, escribió lo siguiente: “No os dejéis engañar y alucinar, americanos, ni deis lugar a que se burlen más tiempo de vosotros, y abusen de vuestra bella índole, y docilidad de corazón, haciéndoos creer, que somos enemigos de Dios, y queremos trastornar su santa Religión procurando con imposturas y calumnias hacernos odiosos a vuestros ojos.”
En julio del 1811, Manuel Abad y Queipo, oriundo del Principado de Asturias y en aquel momento Obispo de Valladolid, emitió el Decreto de excomunión en contra de Miguel Hidalgo en los siguientes términos:
“Por autoridad del Dios Omnipotente, El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo y de los santos cánones, y de las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, papas, querubines y serafines; de todos los santos inocentes, quienes a la vista del santo cordero se encuentran dignos de cantar la nueva canción, y de los santos mártires y santos confesores, y de las santas vírgenes, y de los santos, juntamente con todos los santos y electos de Dios: Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, ex-cura del pueblo de Dolores.
Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, en donde quiera que esté, en la casa o en el campo, en el camino o en la vereda, en los bosques o en el agua, y aún en la iglesia. Que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber, en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie o sentado, estando acostado o andando, mingiendo o cantando, y en toda sangría. Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes; en su frente y en sus oídos, en sus cejas y en sus mejillas, en sus quijadas y en sus narices, en sus dientes anteriores y en sus molares, en sus labios y en su garganta, en sus hombros y en sus muñecas, en sus manos y en sus dedos. Que sea condenado en su boca, en su pecho y en su corazón y en todas las vísceras de su cuerpo. Que sea condenado en sus venas y en sus muslos, en sus caderas, en sus rodillas, en sus piernas, pies y en las uñas de sus pies. Que sea maldito en todas las junturas y articulaciones de su cuerpo, desde arriba de su cabeza hasta la planta de su pie; que no haya nada bueno en él (…) que el cielo, con todos los poderes que en él se mueven. se levanten contra él. Que lo maldigan y lo condenen. ¡Amén! Así sea. ¡Amén!”.
Al día siguiente de leída la sentencia en la que le acusaron por los delitos de herejía y apostasía considerándolo un “sedicioso, cismático y hereje”, y luego de leído el decreto de excomunión de Manuel Abad y Queipo, Hidalgo fue fusilado en Chihuahua. Él mismo pidió no ser fusilado por la espalda y con los ojos vendados, sino de frente, con los ojos abiertos, colocando la mano derecha sobre su corazón para que le dispararan sobre su mano y la bala atravesara a su corazón. Lo remataron con tiros de gracia, y por si no bastase la saña, le cortaron la cabeza.
La persecución del libre pensamiento
La cruenta muerte de Hidalgo, su cobarde fusilamiento pero mirando de frente a los ojos a sus verdugos, me recuerda a la potente sentencia lanzada por Giordano Bruno doscientos años atrás, cuando en 1600 el teólogo, astrónomo y filósofo italiano fue condenado a la hoguera por la inquisición romana, acusado también de herejía. Al momento de que el “Santo Oficio” dictó su sentencia condenándolo a ser quemado vivo, Giordano Bruno se dirigió a sus juzgadores y les dijo: “Tal vez tenéis más miedo vosotros al emitir vuestra sentencia que yo al recibirla”.
Hidalgo ya estaba consciente del precio que podría llegar a pagar por atreverse a luchar por la independencia, y sin certezas de nada, como apuesta de Pascal, invocaba en aquel texto suyo de finales de 1810: “Abrid los ojos, considerad que los europeos pretenden ponernos a pelear criollo contra criollo, retirándose ellos a observar el ejército desde lejos y en caso de salir favorable, apropiarse toda la gloria del vencimiento, haciendo después mofa de todo el criollismo y de los mismos que los hubiesen defendido; advertid que aun cuando llegasen a triunfar ayudados de vosotros el premio que deberíais esperar de vuestra inconsideración, era, el que doblasen vuestras cadenas, y el veros sumergidos en una esclavitud mucho más cruel que la anterior”.
Resulta sumamente inquietante y enigmático ese choque de concepciones religiosas y teológicas entre Miguel Hidalgo y Manuel Abad: No es casualidad, pues, que Hidalgo señalara: “No os dejéis engañar y alucinar, americanos, ni deis lugar a que se burlen más tiempo de vosotros y abusen de vuestra bella índole y docilidad de corazón, haciéndoos creer, que somos enemigos de Dios, y queremos trastornar su santa Religión”.
El enfrentamiento entre dos concepciones filosóficas
Esta confrontación entre Miguel Hidalgo y Manuel Abad, nos recuerda necesariamente a otro choque de trenes teológicos y filosóficos con implicaciones políticas fundamentales: la disputa entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, también en Valladolid, pero poco más de dos siglos y medio atrás, durante los años 1550 y 1551.
La humanidad fermenta sus procesos de larga duración y sus grandes transformaciones sociales a lo largo de los siglos. Para 1810, en la América novohispana ya habían llegado algunos cantos revolucionarios de la ilustración. Sonidos provenientes de Francia, de Inglaterra, de Alemania y sus procesos revolucionarios. Hidalgo era un ilustrado, había abrevado no sólo de la formación teológica novohispana sino de las tradiciones filosóficas modernas, hay claros rastros de la influencia de Rousseau en los escritos agitadores de Hidalgo; hay una impronta radical de un iusnaturalismo jacobino en su pensamiento.
En otro manifiesto de 1810, su iusnaturalismo se transforma en praxis revolucionaria de la siguiente manera: “Cuando yo vuelvo la vista por todas las naciones del universo y veo que quieren gobernarse por individuos de su misma nación, no puedo menos que creer que esta es una idea impresa en ella por el Dios de la Naturaleza. (…) ¿Por qué a los americanos se les ha de privar del goce de esta prerrogativa? Hablad, españoles injustos ¿Por qué no queréis que gocemos lo que Dios ha concedido a todos los demás hombres? Vosotros, indignos de llamaros humanos, ¿por qué nos queréis privar de las dulzuras de la independencia? (…) ¿Os ha concedido Dios algún derecho sobre nosotros? ¿Será delito en nosotros querernos gobernar por manos americanas? (…) Quitaos ya la máscara y confesad que nos habéis robado la libertad, y que con obstinación criminal no queréis soltar la presa, aun viéndoos en agonía. Devolvedla ahora, o nosotros la arrancaremos con rigor de vuestras manos. A las armas, americanos, no hay que perder instante”.
La crítica hacia la religión en el curso de la historia
Hidalgo no era, desde luego, ningún ateo, sino un sacerdote y un profundo creyente, pero su crítica praxeológica a la hipocresía de la cristiandad colonial fue radical, y nos permite entender procesos históricos situados, sí, pero también necesariamente vinculados a la totalidad social. Vendrían los años modernos de la crítica sistemática a la religión en Europa, en Alemania emergería la crítica de Feuerbach y detrás de él, la de los jóvenes neohegelianos de izquierda. La crítica a la religión no era una crítica a la posibilidad de espiritualidad del ser humano; sino una crítica fundamentalmente a la cristiandad monárquica e hipócrita al servicio de los potentados de la religión culposa e inquisitoria que desdoblaba sobre las masas relaciones sociales de dominación con consecuencias ideológicas alienantes que justificaban el orden existente y condenaban las posibilidades de rebelión.
Por ello es que hace tanto sentido, que en 1843, con apenas 25 años, un entonces joven contestatario prácticamente desconocido, un joven abogado y filósofo liberal-republicano apasionado por los cantos de la revolución francesa, escribiera lo siguiente mientras se preparaba para el exilio: «La crítica del cielo se transforma así en la crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica del derecho, la crítica de la teología en la crítica de la política». Karl Marx.
La historia nos enseña a mirar los acontecimientos históricos en perspectiva, no como fotografías estáticas y aisladas; sino como procesos relacionales y vinculados necesariamente a la totalidad social.
*Abogado por la Universidad de Colima, maestro en derechos humanos por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.